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CORRIENTES Y DESAHOGOS
Columna
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El milagro de la aparición

En el discurrir de la vida cotidiana hay un momento, sea dentro de la habitación, en la calle o en un museo, donde repentinamente se produce un fulgor. Un desconocido o desconocida llega a la sala donde nos encontramos reunidos y su prestancia nos encandila, una pintura se pone inesperadamente ante nuestros ojos y su presencia nos deslumbra. Son circunstancias en las que el instante, la comparecencia y su impacto se funden para crear lo que la religión llama "aparición".

Martin Seel ha publicado hace poco en español un libro muy sesudo, muy académico y muy nutrido que se titula Estética del aparecer (Katz. Buenos Aires, 2010), donde se habla de este fenómeno hermoso. La obra de Seel pertenece a ese género de ensayos en los que el pilar de su discurso o la idea pilar se planta nítida y enhiesta, mientras a su alrededor, sea por cumplir con la atmósfera de la academia o los rituales del doctorado, crece una arboleda, una foresta y una selva de consideraciones atufantes que deslucen la intuición primordial.

La obra maestra no tiene amo, no tiene justificantes ni posee explicaciones racionales

Efectivamente, "lo verdaderamente importante (de los objetos artísticos) es presentarse". Cuando alguien pinta un cuadro o compone una música, la calidad primordial de esos productos radica en su capacidad de sorpresa y de captura. No son cuadros o composiciones medidas como las armas de precisión, pero poseen la máxima precisión para dejar al corazón paralizado en su éxtasis. No todo sujeto ni todo objeto logran esa virtud ni voluntariamente ni tampoco profesionalmente. Gran número de sujetos y objetos bellos pueden circular alrededor sin atarnos o atenernos. Para que, entre todos ellos, uno alcance la virtud de "presentarse" hay que esperar sentado.

En la pintura, "la presentación" del cuadro, su verdadera "aparición", hace inútiles las palabras del crítico. Esa aparición enmudece el lenguaje y comunica no mediante una articulación ajustada o erudita, sino tan solo siendo así. Los poemas, especialmente, no son mejores o peores de acuerdo con su sentido, sino mediante el retumbo imparable que inopinadamente recibe el cuerpo. Inopinadamente: es decir, sin opinión, la obra maestra asume al maestro y a su crítico, a la escuela de donde procede y al curso que la rodea.

La "aparición" opera como el accidente, sin un antes ni un después. No solo llama la atención, sino que la roba. No solo mueve a la curiosidad, sino que, precisamente, hace banal la indagación y ocuparía, en la tesitura de un juicio, el papel de la pieza de convicción.

Este suceso trastorna el orden del pensamiento y la cadena que va del menos al más o del más al menos. Al margen de esa línea de penetración en el conocimiento artístico, "la aparición" es la alternativa a la escala del saber y constituye por sí sola "el acontecimiento".

El discurso en la Estética del aparecer no es lo inverso al libro La estética de la desaparición que redactó, hace años, Paul Virilio. En la desaparición y sobre el solar exento brotaría un género de numerosas y diferentes naturalezas. Por el contrario, en "la estética del aparecer" el fenómeno produce una obra única e insólita, tal como la vida repentina de la célula o la explosión del terrorismo.

En el tiempo de trabajo de un pintor, unas horas son ambulaciones, otras son ensayos grandes o pequeños, otras se ocupan con elaboraciones manuales o mentales y otras, finalmente, coinciden con los vistazos críticos que llevan a la culminación. En este largo proceso puede o no darse la aparición. De hecho, en la mayor parte de las obras que termina un artista suele soportarse, a la manera de un rabo, una oscilante e insoportable duda sobre su verdadero valor.

Solo en un caso no existen vacilaciones ni las valoraciones tienen ningún valor: este es el caso de "la aparición". La obra maestra no tiene amo, no tiene justificantes ni posee explicaciones racionales; sobreviene del trabajo, pero como una criatura liberada del trabajador. Lo suyo, en suma, no será precisamente el resultado natural de una operación esmerada ni tampoco el destino de una "re-presentación", sino pura y duramente, casi mágicamente, "la presentación".

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