Una 'mascletà' artúrica
El espectáculo de Calixto Bieito y Carles Santos a partir de la novela 'Tirant lo Blanc', de Joanot Martorell, deja perplejo al público en su estreno mundial en Berlín
La historia de la caballería no adolece precisamente de cosas sorprendentes. A san Luis, que padecía de disentería durante la retirada en Mansourah y debía ir continuamente al escusado, hubo que cortarle la parte inferior de las bragas para facilitarle la labor, y a Walrond de Devonshire chevalier sans peur et sans reproche (y sin otras cosas) le adjudicaron tres bueyes de sable en el escudo tras ser herido en los genitales y quedar castrado en la batalla de Verneuil. En la propia novela de Joanot Martorell, Tirant lo Blanc vive experiencias singulares (sobrevive a heridas mortales e incluso se encuentra al rey Arturo). Pero lo que se vio la otra noche en el Hebbel Theater de Berlín durante la representación del espectáculo que han hecho el director Calixto Bieito y el músico Carles Santos a partir de esa magna obra dejaría patidifuso hasta a Amadís de Gaula.
El innecesario exceso al que arrastran a la novela de Martorell perjudica el montaje
Hipòlit, el escudero de Tirant, baila hip-hop y se deleita paseando en pelota picada; la emperatriz de Bizancio viste de fallera mayor, trata al héroe de xicotet y le practica una entusiasta felación a su criado; la doncella Plaerdemavida le amamanta; el áspero duque de Macedonia combate vestido de boxeador y aparece luego travestido de especulador inmobiliario valenciano; la princesa Carmesina tiene un orgasmo sobre un caballito de cartón; al rey de Túnez, que arrastra un gota a gota, se le ahoga con su propia bolsa de suero; las huestes moras son una caterva buñuelesca (incluso hay un ángel exterminador) y el desfloramiento de la princesa por parte de Tirant transcurre ante la imagen en pantalla gigante de un pubis femenino. Todo eso, entre otras cosas igualmente chocantes con las que Bieito y Santos ilustran el Tirant.
Se sorprendieron sin duda los alemanes convocados a descubrir a ese ritter Tirant y el libro que protagoniza, joya de las novelas de caballería alabada por Cervantes y glosada por Martí de Riquer y Vargas Llosa. Algunos se sorprendieron tanto que se fueron. Es cierto que no hacía falta ser alemán para sorprenderse: al final estabas tan alucinado que hasta el que hubiera un zorro disecado en la barra del bar del Hebbel parecía normal.
El Tirant lo Blanc de Bieito, para ir sintetizando, es una desmesura, una pasada monumental, una mascletà artúrica. Se les ha ido a la mano, a él y a Carles Santos (que ha metido bastante: de hecho a ratos Tirant parece una cantata). Y decir eso de dos artistas como ellos es decir mucho. Es una pena, porque hay cosas buenísimas en este Tirant; lo es la escena (del célebre capítulo 163) en que Plaerdemavida (excelente Roser Camí) relata como si hubiera sido un sueño las dobles "bodas sordas" de Tirant y Carmesina (un petting, él se limita a besarle "amb gran desfici les mamelles") y Diafebus y Estefanía (ellos sí que mojan). Camí borda su interpretación, con un eco dramático conmovedor, y muestra lo que podría haber sido este Tirant de haber pensado menos en la pólvora. También está bien resuelta la otra gran escena vodevilesca, boccacciana, la del capítulo 233, en la que Tirant toquetea a la princesa semidormida y ésta hace creer a todos que ha gritado (en realidad de plaisir) porque le ha pasado una rata por la cara. A Carmesina la interpreta, con desparpajo, la cantante Beth y Bieito, transgresor como es, habrá disfrutado lo suyo desnudando a la considerada la "novia de Cataluña", a la que se le ve casi hasta lo secret.
Calixto, al que está claro que le ha interesado más la parte de alcoba que la de caballerías (los duelos de espada, por cierto, son decepcionantes), planteaba su Tirant como un retablo, con diferentes voces que conducían el relato. Vista la representación, está claro por qué lo ha hecho así (y también el porqué de tanto jaleo escénico): su Tirant, el actor que lo encarna (Joan Negrié), es muy flojito. De hecho, en la primera parte (una hora y cuarenta minutos), pasa casi inadvertido (y eso que es alto, que es guapo y que es Tirant). En la segunda, gran parte de la cual la ocupa la locura en la que Bieito sumerge al caballero, y con la que lo equipara a Orlando y sobre todo a Don Quijote, está algo mejor. Cuando se dedica enajenado y en calzoncillos a bautizar al público lanzándole agua de una botella de Font Vella (¡con el frío que hace en Berlín!) resulta incluso convincente, aunque nunca es el gran Tirant que esperábamos ver en escena. No es desde luego ese Tirant galante y caballero que mereció tamaño libro.
El innecesario exceso al que arrastran Bieito y Santos a la novela de Martorell perjudica a la parte buena del montaje. Paradójicamente, Bieito y su colaborador en la dramaturgia, Marc Rosich, han sido sumamente respetuosos con el texto. La mayor parte de lo que se dice es de la novela. También es del original que Tirant pelee a mordiscos con el perro alano del príncipe de Gales, que sea un fetichista redomado o que maneje el hacha, para hendir bacinetes, como Conan el bárbaro.
Lo otro, los castellers, los toros embolats con fuego en las astas de las pantallas mientras se grita "Viva lo poble cristià!", etcétera, no son, como diría Lo Blanc, cosas cabales de caballería.
Babelia
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