"Ya no le tengo miedo a la tijera"
Tras varios años sin editar discos de estudio, Manu Chao (París, 1961) vuelve con nuevas canciones. La Radiolina, que sale a la venta el próximo lunes, es el título de su nuevo disco, "probablemente el último que edite, pues si sigo trabajando a este ritmo cuando tenga nuevas canciones para grabar probablemente ya habrá desaparecido el compacto y se edite de otra manera", afirma para matizar unas declaraciones que en Francia hicieron pensar que este álbum sería la antesala de su retirada. Pero no, Manu Chao está más activo que nunca, no para de trabajar y sigue contemplando sus discos como "el único sistema" que tiene "a mano para vaciar de canciones" su cabeza "y así hacer espacio para otras nuevas".
"En 'La Radiolina', las canciones van unidas como si se tratase sólo de una, que además tiene las letras intercambiables"
"La situación más dramática la viví en Bogotá hace unos años. En un taxi olvidé una maleta en la que tenía escritas entre 70 y 100 canciones"
"Nuestra democracia es débil, porque votamos a políticos, personajes que cada vez tienen menos poder de decisión"
La Radiolina es una continuación de su peculiar estilo mundialista, construido a base de retazos que conforman un inmenso collage, el que, de hecho, plasma toda su producción artística. Su forma de trabajar determina los resultados estéticos. "Cuando trabajo no sé cuánto van a durar las canciones o si servirán o no. Sobre una idea muy básica nos ponemos a tocar, a hacer una jam, y si la pesca es buena igual puedes tener tres o cuatro temas nuevos. En las jams los temas suelen durar cinco o seis minutos, pero en este disco hay muchas canciones que apenas llegan a dos. Ya no le tengo miedo a la tijera".
Precisamente, la brevedad de muchos de los cortes del disco hace pensar tanto en la estructura textual del hip-hop -frases autoconclusivas y breves- como en la sensación de que Manu Chao sólo ha compuesto una canción a lo largo de su vida, una canción sin fin a la que va añadiendo trozos a medida que compone nuevos títulos. "En cierto sentido, este disco se llama La Radiolina pensando en cosas así. Las canciones van unidas como si en realidad se tratase sólo de una, que además tiene las letras intercambiables, porque una letra puede servir para más de una canción".
Esta falta de prejuicios derivados de considerar toda la obra como una sola pieza permite que en el disco, como en casi todos los suyos, se repita algún tema con textos diferentes (13 días, una versión de J. J. Cale, y Besoin de la lune). Se dan otros casos. "En principio, Panik y El hoyo eran una sola canción que duraba bastantes minutos, pero al final decidí partirla y hacer dos. Si dentro de unos meses no me gusta la idea siempre puedo volver a grabar separándolas. Ya tengo muy claro que en el actual entorno tecnológico no hay nada definitivo, todo se puede revisar".
Pero en un artista que compone en cualquier lado; graba donde lo desea porque la moderna tecnología así lo permite; despieza canciones del cuerpo principal de la improvisación que establece con sus músicos, y carece de obligaciones contractuales para editar discos en plazos determinados, ¿qué es lo que le dice que ya hay material que merece la pena ser publicado? "Actualmente, el verdadero reto artístico está precisamente ahí, en ese acto artesanal, en esa decisión que sólo puede tomar el artista y en la cual no puede recibir ayuda de las máquinas. Sólo tú sabes cuándo tienes las canciones preparadas". ¿Y qué es lo que se pretende con un disco que tiene 21 canciones, cinco de las cuales son extras? "Pues yo veía el disco como un viajecito, con sus subes y bajas, con sus momentos para el remanso y para la energía. Ese viajecito duraba para mí 16 canciones, no más. Ocurre que en un compacto cabe más música y, aunque sólo fuera por prurito ecologista, quería llenarlo para no desaprovechar espacio. Por eso incluí más canciones separadas por el primer blanco que hay en mi discografía. Igual el público no lo entiende, pero así señalo lo que es mi viaje propiamente dicho".
Considerando todo ello, bien podría pensarse que para Manu Chao el formato de compacto resulta inadecuado para dar salida a su forma de trabajar y de concebir la música. "Hombre, el disco tiene la ventaja de obligarte a organizar las canciones siguiendo un orden que a ti te resulte lógico, de forma que todo fluya de manera correcta. Ahora bien, para mí el formato ideal sería el de un compacto en el que sólo cupiesen tres o cuatro canciones que recogiesen tu trabajo de unos días. Sería algo así como la pesca de la semana, que si es buena puede ser enseñada".
En La Radiolina, de tono melancólico y marcado por ritmos y acentos melódicos de todo el mundo, Manu Chao canta en castellano, francés, inglés, portugués e italiano, lo que -escuchadas las canciones- permite aventurar una hipótesis: ¿será el castellano el idioma para el amor, el francés para los sentimientos y el inglés para la agitación política? Manu Chao piensa un segundo, desvía por enésima vez la llamada que acaba de iluminar su teléfono y afirma: "No está mal pensado, bien podría ser así, porque de hecho Rainin in Paradize la compuse a partir de esta frase en inglés, que es la que me emociona de la canción. Quería que los anglosajones entendiesen perfectamente lo que cuento en la canción. En principio, ése iba a ser el título del disco, pero la frase sólo me gusta en inglés y desestimé las traducciones al castellano o al francés. Fue un tema que compuse en Dinamarca, en un país en el que estaba obligado a hablar en inglés". Temas compuestos en medio mundo, es de suponer que escribiendo la base o un fragmento de la letra en cualquier lugar: "así es, lo que te obliga a ser muy ordenado para que al día siguiente encuentres ese trozo de servilleta en el que escribiste una frase que ha de pasar el examen del día siguiente para ver si aún funciona. La situación más dramática la viví en Bogotá hace unos años. En un taxi olvidé una maleta en la que tenía escritas entre 70 y 100 canciones".
Una conversación completa con Manu Chao parece que no puede eludir dos temas: Barcelona, su ciudad de acogida, y la situación política mundial. El músico se toma su tiempo y sobre Barcelona afirma: "La escogí porque supe que aquí podría vivir algo parecido al ambiente de ebullición creativa y social del París de entreguerras". El actual modelo de crecimiento despierta dudas en Manu Chao, quien lamenta que "los precios de la ciudad están haciendo imposible que vivan en ella quienes han hecho mucho por darle el aire creativo y vital que la ha convertido en un reclamo. Además, están derribando viejos edificios que albergaban vida de barrio, como el local que yo frecuentaba, un bar donde nos juntábamos el famosillo, los argentinos, los jovencitos del futbolín, los independentistas y el del PP, los viejetes, el gitano, los del cubata, los andaluces de la caña, el mecánico, los senegaleses... Todo el mundo estaba en ese bar y la especulación nos lo ha quitado. Por eso, aunque continúo sintiéndome acogido por la ciudad cada vez que vuelvo de un viaje, esta alegría tiene ahora un contrapunto de amargura".
En cuanto a la situación mundial, Chao mantiene el discurso que ha enarbolado siempre, algo así como un 'vamos directos contra la pared pero seguimos mirando por la ventanilla'. Para Manu Chao, "una crisis bursátil un poco más severa y todo se va al carajo como un castillo de naipes. Yo no tengo ni idea de cómo funciona ese tinglado de la Bolsa, pero la intuición me dice que es el punto débil del sistema, ese dinero virtual manejado por quienes de verdad tienen capacidad de decisión. Por eso nuestra democracia es débil, porque votamos a políticos, personajes que cada vez tiene menos poder de decisión". Quizás sea éste el pensamiento que ilumina una de las frases que Manu Chao prefiere del disco: "Cada día me río para no despreciar".
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