Hacia una historia de ida y vuelta
El eminente hispanista John H. Elliott defiende una investigación libre de prejuicios nacionalistas para contar la colonización y la independencia de América
A ciertos ingleses se debe la leyenda negra de España. Y a ciertos ingleses, como el historiador John H. Elliott (Reading, Inglaterra, 1930), se deben grandes esfuerzos por erradicarla. A Elliott le desagradan los estereotipos. Lleva toda una vida combatiéndolos. Se diría que empezó el día que decidió sumergirse en la investigación de la historia de España, el Estado que durante la edad moderna había sido el gran rival político de Inglaterra. Ambos son ejemplos de "monarquías compuestas", que analiza en su último libro España, Europa y el mundo de ultramar (1500-1800), publicado por Taurus, en el que, entre otras claves, cuenta que los rivales se copiaban métodos y prácticas cuando les convenía, incluidas drásticas limpiezas étnicas. "Aprender del enemigo se convirtió en un rasgo de la vida internacional", escribe.
"Hernán Cortés se merece una estatua en México junto a Cuauhtémoc"
"No hubo ninguna puerta cerrada para Velázquez en el Alcázar de Madrid"
Elliott era un veinteañero cuando descubrió España, después de dedicar seis semanas de las vacaciones de verano a recorrer junto a otros estudiantes de Cambridge la Península Ibérica. Le fascinaron las posibilidades historiográficas de un país que guardaba un filón en adormecidos archivos. En esa mina documental rescató material para reconstruir la historia de los siglos XVI y XVII, que luego vertió en libros como La rebelión de los catalanes, El mundo de los validos, El conde-duque de Olivares o España y su mundo. Una historia sin leyendas negras ni resonancias imperiales. Sin estereotipos. Y sin fragmentaciones.
Elliott es ahora un investigador laureado por los antiguos imperios. Sir inglés y premio Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales. Y sigue defendiendo la investigación libre de prejuicios. Algo que todavía echa en falta en la historia atlántica. Un relato blanco o negro, según la orilla de quien cuente. "Los españoles deben integrar la historia de América Latina dentro de la historia del mundo hispánico y reconocer la complejidad de los movimientos de independencia", sostiene. De igual modo, la historiografía americana tendrá que aligerarse de carga nacionalista: "Había criollos que querían seguir bajo la monarquía, todos bajo el mismo rey, y ha sido difícil para los americanos aceptar esto". "Cuando se está formando una nueva nación, se escribe una historia nacionalista". Gráficamente lo resume: "Hernán Cortés se merece su estatua en México junto a la de Cuauhtémoc".
Dos siglos después de la cascada de independencias que derrumbó el imperio español, Elliott cree que podría comenzar a narrarse "una historia más común de la que ha habido hasta ahora". Cita a los mexicanos porque están comenzando a revisar la historia "indigenista" que caracterizó los años de la revolución, aunque, en contrapartida, presume que la historiografía boliviana tal vez acentúe la visión indigenista. "Pero los prejuicios sobreviven sobre todo en los emigrantes que llegan a Estados Unidos con ese sentimiento antiespañol que queda fosilizado, como ha ocurrido con los irlandeses respecto a Inglaterra". Una semejanza entre antiguos rivales de las muchas que Elliott ha realzado en sus trabajos de historia comparada. "La constatación de que en muchos aspectos España no era tan diferente de otros Estados europeos como se suponía tradicionalmente ha contribuido a devolverla a la corriente principal de la historia", escribe en su nueva obra, donde también evidencia una paradoja. España dominó la política, el comercio y los mares, pero nunca ejerció una hegemonía cultural como Francia o Italia. Elliott lo achaca en parte al "peso del Renacimiento", aunque señala otras influencias culturales españolas que prosperaron, como el Quijote o el traje negro de Felipe II, de moda en el siglo XVI.
Los ensayos se cierran con un repaso a las relaciones entre artistas y el poder político. Porque algo más deslumbró a Elliott en aquel viaje estudiantil de 1950: Velázquez y el Museo del Prado. "Me di cuenta de que el arte y la cultura eran parte integral de la historia", señala.
Y con la excusa de Velázquez desgrana aspectos de la corte madrileña de Felipe IV, en la que el pintor fue designado "aposentador" y encargado de la limpieza y decoración interior del palacio, "una tarea que llevaba aparejado un amplio abanico de obligaciones y oportunidades". Y llaves. En el bolsillo de Velázquez se conservaba la llave que abría todos los aposentos reales. "No hubo ninguna puerta cerrada para Velázquez en el Alcázar de Madrid".
El falso Velázquez
Velázquez fue un artista indiscutible. Y tal vez algo fullero. "Existen claros indicios de que Velázquez pudo haber falsificado la identidad de su abuela materna al solicitar la admisión en la orden y de que los testigos que dieron fe de la nobleza de sus antepasados portugueses mintieron", cuenta Elliott. El pintor, propuesto por el rey para ingresar en la orden de Santiago, argumentó que era de noble ascendencia -de la línea de Silvas, que se remontaba a Eneas Silvio- y que jamás había cobrado por sus obras. Las indagaciones tumbaron sus propósitos sobre su supuesto linaje "con un golpe humillante para su reputación" y se rechazó su candidatura. El artista necesitó una dispensa papal concedida a petición del rey para que la orden finalmente le admitiese el 28 de noviembre de 1659, poco antes de morir.
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