Un genio hosco y temible
Bob Dylan inicia en Zaragoza y sin concesiones su gira española
No ocurrió hasta bien entrado el concierto. Bob Dylan levantó ayer la mirada de su teclado (hace tiempo que no hay ni rastro de guitarra en su estampa) y lanzó una sonrisa. El hecho no tendría más importancia si no fuese por la bien merecida leyenda de hosco que persigue al premio Príncipe de Asturias desde hace años. Los que lo conocen de cerca aseguran que el cantante, a sus 67 recién cumplidos, conserva intacta la elocuencia, la ironía fina y el humor de antaño. Claro que de ahí a un simple y cariñoso "Buenas noches, Zaragoza" -que por supuesto no salió de su boca- hay un mundo. Pero es que ayer había varias razones de peso para que Dylan abandonase esa seriedad sobre el escenario. Para empezar, era el primer concierto de su larga gira española, que hasta el 10 de julio recalará en 11 ciudades.
A la actuación asistieron poco más de 5.000 personas. No hubo lleno
Como siempre, Dylan transformó sus temas clásicos en irreconocibles
También porque es una de las primeras estrellas internacionales en pisar la Expo de Zaragoza, para la que Dylan ha cedido su A hard rain's a gonna fall (Una fuerte lluvia se avecina) -versionada por Amaral y que tocó al final del concierto- como canción oficial de la exposición del agua. Todo un mérito si se tiene en cuenta que los implacables abogados del cantante controlan con diligencia cada coma de su repertorio. Y aunque la lluvia estuvo a punto de arruinar la noche, al final el agua respetó al genio. Dylan sonrió y al final hasta bailó, o algo parecido.
No habrá seguramente constancia gráfica del momento porque el estadounidense prohibió ayer -como es la costumbre de la casa- que ninguna cámara registrase el concierto. Como si temiese que alguien viniese a arrebatarle su espíritu. O quizá, simplemente, por mantener la sorpresa.
Pero medir sus conciertos por la cantidad de muecas y sonrisas que dedica a sus seguidores sería injusto. Anoche Dylan apareció a las 21.30 en la Feria de Muestras de Zaragoza, a 10 kilómetros del recinto de la Expo. Lo hizo con un sombrero blanco de ala ancha que tuvo que sujetarse ante el envite del viento. Se colocó en un lateral del escenario -como si la cosa no fuese con él-, detrás de un piano eléctrico, que sólo abandonó para tocar la armónica, y arrancó con su receta de jazz de salón, blues y country salido de Nashville.
Enfrente tenía a algo más de 5.000 personas que no llenaron el recinto al aire libre. Padres con hijos de pelos largos, parejas de mediana edad, chavales con la selectividad recién aprobada y los que simplemente pasaban por allí. También estaban los fans a ultranza del músico. "Es casi el mismo repertorio que siempre pero suena mejor que nunca", decía Sonia Gómez.
Esta secretaria de dirección sabe de lo que habla. Es una de las llamadas dylanitas, los seguidores que con una fe que ya quisiera Maradona para sí acompañan al bueno de Bob allá por donde va. "Ayer en el concierto de Andorra estábamos los de siempre. El alemán que se emborracha, la italiana con la cabeza perdida... ya nos conocemos todos", dice. Ella, como otros muchos, recorrerá las ciudades por las que pasará Dylan en España. "Este año parece que canta mejor. O por lo menos vocaliza mucho más que otras veces", explica Sonia que ha visto -de lejos- la prueba de sonido del cantante.
Bien es cierto que el factor sorpresa en los conciertos de Dylan brilla por su ausencia pero pocos pueden competir con un repertorio tan imponente. Es hipnótico, mágico... y con el que se podía jugar al juego de las adivinanzas. Porque Dylan como siempre, transformó ayer sus canciones clásicas en temas irreconocibles. Así sonaron Like a woman, Highway 61, All alone the watchtower. Las modeló, las actualizó de forma radiante y les dio ese aire inédito criticado por unos, aceptado con resignación por otros. Rejuvenecedor siempre. Suena el último acorde de Like a rolling stone y los dos autobuses que llevan a Dylan a Pamplona -donde hoy actúa- arrancan. El genio sigue su ruta.
Babelia
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