Un extraño y un rondeño
José Tomás era un nombre tan extraño para un torero que los aficionados, siempre incómodos con cualquier novedad en los cánones, rápidamente cambiaron por Tomás. También su toreo era extraño, como venido de otra época. Enseguida, la afición escarbó en el pasado y buscó remembranzas en el inconmovible Manolete de los años cuarenta. Su comportamiento fuera de la plaza era asimismo extraño. Alejado del ambiente taurino y de sus tópicos, rehuía festejos y agasajos, aguantaba lo mínimo a los "medios", lo máximo en los medios y no hacía declaraciones en la plaza. Este torero extraño se puso al frente del escalafón porque se ponía en el extraño sitio donde los toros quieren estar y los quitaba de allí lenta y artísticamente. A veces, lo cogían. De pronto, extrañamente, desapareció; en pleno éxito y juventud, provocando delirios, mandando en el toreo. Y de la misma forma extraña, volvió ayer a la plaza; a Barcelona, plaza emblemática en otras épocas y que para este torero extraño de la sierra madrileña resultó alegoría renacida. JT volvió ayer porque extrañaba, por nostalgia, que es "deseo doloroso de regresar". La plaza le esperaba como un acontecimiento único. A lo mejor extrañada de extrañar. Tal vez porque las tradiciones sólo se sustentan con hechos singulares. Y la pregunta quemaba en las miradas ansiosas de gradas y tendidos: ¿Se elevaría JT sobre el listón que él mismo había colocado, con tanto riesgo como cuidado, tembloroso entre los palos verticales que hoy sujetan a considerable altura las marcas de esta olimpiada del toreo? "Vivir sin torear no es vivir", decía en EP[S] del domingo. Pues ayer volvía JT a la vida, a nacer con un salto desde el nivel del mar que se había impuesto, a volar con esa técnica única de impulso que utilizan los toreros: la de estarse quieto.
Núñez del Cuvillo / Finito, José Tomás, Cayetano
Toros de Joaquín Núñez del Cuvillo; nobles y bravos; justos de fuerzas y flojos 2º, 4º y 5º. Juan Serrano, Finito de Córdoba: desprendida y tres descabellos -dos avisos- (saludos); dos pinchazos, pinchazo hondo y descabello (silencio). José Tomás: estocada caída -aviso- (oreja); estocada desprendida -aviso- (dos orejas). Cayetano: estocada (dos orejas); estocada algo caída recibiendo (dos orejas). José Tomás y Cayetano salieron por la Puerta Grande. Plaza Monumental de Barcelona, 17 de junio. Lleno de no hay billetes.
Ésa es clave fundamental en su toreo: un silencio poético y misterioso
Se estuvo quieto, pero sobre todo estuvo silencioso. Y ésa es clave fundamental en su toreo: un silencio poético y misterioso, un tanto hermético, más fácil de percibir que de entender, el silencio granítico y frío de Galapagar trasladado al silencio insondable del mar Mediterráneo. Un silencio que estremece, porque no rehúye el silencio que merodea la muerte. Pero lo torea. Con un cuvillo demostró Morante la relatividad en 20 minutos. Con un cuvillo volvió JT a dictar el silencio intemporal del toreo. Con un cuvillo llegó Cayetano a revivir el empaque y la gracia sin cuento de la vieja Ronda.
Frenesí de aplausos y nervios contenidos. La locura del paseo, que se siguió en pie, fue explosión unánime cuando JT invitó a saludar a sus compañeros.
Salió el primero de JT y una gaviota, que sobrevolaba el ruedo, escuchó verónicas lentas, de imposible cadencia adormecida. Luego llegaron chicuelinas como esculturas vivas a las que respondió Cayetano con vueltas del capote haciendo tijerillas. Entre trincheras lo sacó a los medios, y en el mismo platillo paraba el tiempo cuando lo enganchó el toro. Volvió a la carga, sin dudar, aguantando los cabeceos del toro entre la música -que pedían que callase- y las ovaciones a los naturales largos, vivos, eternos, sin concesiones. No veíamos torear así porque ese toreo no se ve, se dice; se oye. En silencio. Mucha gente se enajenó; y en los desmayados para cuadrar, perdida la razón, se desmayaron. El quinto salió ya entre palmas por bulerías y en la muleta empezó un poema de estatuarios, con remate en trincherilla alta, casi molinete, y dos redondos, muy quieto, entre flashes. Hacía la tela meandros en la izquierda y sacaba al toro -algo parado- todo el aliento que tenía hasta poner la plaza en pie con cambios y remates. La quietud de Tomás de frente llevaba al toro casi con el pensamiento. Menos mal que las trincheras, el de pecho y las manoletinas nos devolvieron al mundo. To-re-ro, gritaban los pañuelos.
Cayetano, muy serio ante el panorama, brindó. Y comenzó con buen aire en la muleta a un toro que se quedaba un poco. Hay mucha Ronda en este torero. Más que del resto de donde trae su arte. Y Ronda buena. En series hondas y toreras, de empaque lunar, dio magia a las muñecas, tuvo gracia y soplo e inventó una cintura excelsa de la que el toro fue satélite. Toreo grande que acabó con ayudados, trincheras lentas, caricias al lomo en los de pecho y estocada en lo alto. Al último lo esperaban verónicas andaluzas, a pies juntos; y, tras brindar a sus compañeros, se oyó ¡Viva Barcelona! Y un aire de la sierra de Ronda volvió a aparecer en derechazos hondos, largos, que barrían la arena catalana emocionada, con un compás rotundo, de toreo de siglos, que alcanzó el clímax en los mil naturales dados en un ladrillo. La plaza se caía borracha de toreo cuando lo mató al encuentro.
Finito, con empaque y buena técnica, perdió el trofeo en su primero por culpa de la espada. El cuarto se arrastró vencido y en la muleta, a media altura, estuvo el diestro técnico.
En la tarde de Barcelona, frente a algunos manifestantes -como debe ser-, la gente aún anda perdida por bulerías.
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