La catedral de León se resquebraja
La caída de dos gárgolas activa un plan de emergencia para frenar el deterioro del monumento
Una de las joyas arquitectónicas de España, la catedral de León, del siglo XIII, está siendo examinada con lupa. Un equipo de técnicos, subido a una grúa, revisa, uno a uno, sus 7.000 elementos exteriores (remates, adornos, salientes...). La caída, con menos de una semana de diferencia, de dos gárgolas medievales ha hecho saltar las alarmas y las denuncias. Por lo pronto, la veintena de gárgolas que quedan han sido sujetadas a la pared para evitar nuevas caídas. Las instituciones se han apresurado a prometer una inyección de 11,5 millones de euros para frenar el deterioro. EL PAÍS visitó, acompañado de un técnico, los rincones más inaccesibles del exterior del templo para comprobar su estado.
"Pensé que se caía a pedazos, que no iba a parar de derrumbarse", dice el deán González
El miedo del cabildo era que otra gárgola cayera y abriera la cabeza de un viandante
La catedral ha sufrido varias restauraciones y una reconstrucción parcial en el siglo XIX
"Me hubiera gustado tanto conocer a los que levantaron esto", dice un técnico
Lo primero que se ve en la plaza es la planta impresionante de la catedral de León, comenzada en el siglo XIII, una de las joyas arquitectónicas de España, con la colección de vidrieras medievales más importante del mundo.
Lo segundo es la grúa roja.
Subidos a ella, un equipo de especialistas revisa, desde hace un mes, todos y cada uno de los 7.000 elementos exteriores de la catedral. Son la parte visible de un plan de emergencia para calibrar -y frenar- el deterioro del monumento después de la reciente caída de dos gárgolas que llevaban ahí más de siete siglos. Por lo pronto, han sujetado con acero inoxidable la veintena de gárgolas que quedan.
Mario González, sacerdote de 54 años, los observa. El padre desempeña un cargo curioso y difícil: es canónigo fabriquero de la catedral. Esto significa que es el último responsable de todo, desde las campanas de las torres a las estatuas del pórtico. Y se lo toma en serio. Armado con un enorme llavero, revisa, casi semanalmente, las puertas, los pasadizos, los desvanes, el claustro, los tejados o los pináculos. Sube por escaleras de caracol del tamaño de edificios de ocho pisos y accede a rincones por cuya contemplación mataría más de un historiador de arte.
El pasado 4 de diciembre, González padeció el disgusto de su vida. Ese día se desplomó una gárgola de piedra con forma de aguilucho de más de 100 kilogramos de peso. Era la segunda que caía en menos de una semana. González se vino abajo también: "Pensé que la catedral se caía a pedazos, que no iba a parar de derrumbarse, que nos la habíamos cargado entre todos". No ha sido el único en preocuparse: El Ministerio de Cultura y la Junta de Castilla y León anunciaron 20 días después que la catedral recibirá una inyección de 11,5 millones de euros desde ahora hasta el año 2012.
Nadie sabe exactamente por qué se cayeron y por qué precisamente entonces. Tal vez por el incremento de peso que soportaban debido a la obstrucción causada por la acumulación de excrementos de pájaros. Tal vez por algo más importante, por un problema general de la piedra. Todos en León tienen su teoría. El deán González también: "El cambio de temperaturas ha sido clave: en verano hubo una gran sequía, en otoño se tiró lloviendo dos meses y en diciembre llegaron las heladas. El agua filtrada se congela, hace de cuña, y crac. No se veían grietas. Cayó de golpe, de improviso. El corte fue seco", explica.
Los restos de las dos gárgolas descansan ahora en una suerte de almacenillo al aire libre que hay al costado de una de las entradas de la catedral. Ahí se guardan también los centenares de piedras desprendidas y los pedazos de estatuas caídas a lo largo de los años. Tan cubiertos de verdín que parecen restos de un naufragio.
La caída de las gárgolas disparó la alarma -y la protesta- en la ciudad. Diversas asociaciones denunciaron el estado de abandono en el que, a su juicio, se encontraba la catedral. Pocos días después del sorteo de Navidad, un grupo de leoneses se dejó fotografiar con una pancarta que decía: "Aquí cayó el Gordo: no más premios". El cabildo (el conjunto de 12 sacerdotes canónigos que gobierna la catedral, dependiente del obispado de León) decidió adoptar una solución de urgencia y, de acuerdo con la Junta, que tiene las competencias en la materia, recurrió al equipo de restauradores que se ocupaba de rehabilitar una parte de las vidrieras. Les pidió que dejaran lo que estaban haciendo y se ocuparan del exterior. Y se subieron a la grúa.
En el fondo es más una labor de seguridad vial que de reconstrucción artística: el primer miedo del cabildo era que una nueva gárgola, o la pata de un león o una nervadura de piedra se cayeran y abrieran la cabeza de un viandante.
Así, como primera medida se han asegurado la veintena de gárgolas que aún perduran con mallas y tirantes de acero inoxidable, un material poco sensible a los brutales cambios de temperatura de León. Ahora, todos estos grifos, demonios o aguiluchos miran la ciudad atornillados a la pared y con una redecilla en el pecho que los sujeta. El sistema no puede evitar que la piedra estalle por dentro y se parta -nadie puede evitarlo hoy por hoy- pero sí que se desplome.
Paralelamente, un grupo de geólogos de la Universidad de Oviedo investiga la naturaleza y el estado de la piedra de la catedral para detectar anomalías. No sería extraño encontrarlas: el material utilizado para su construcción, la piedra de Boñar, es una piedra arenisca demasiado débil.
A pesar de su imponente estampa, la catedral leonesa es, en el fondo, de una impensable fragilidad. No sólo por la textura granulosa de la piedra. Los miles de metros cuadrados de vidrieras que componen el irrepetible juego de luces del interior tienen como contrapartida la escasez de muros. Además, a lo largo de su historia ha sufrido varias restauraciones y una reconstrucción parcial en el siglo XIX. Entonces se sucedieron tantos desprendimientos que los leoneses se temieron un derrumbe entero.
Ahora nadie piensa en algo así. El director general de Patrimonio de la Junta de Castilla y León, Enrique Saiz (PP), se apresuró a afirmar que la catedral no presenta problemas de estructura tras la reunión que mantuvo el 9 de enero con el director general de Bellas Artes del Ministerio de Cultura, Julián Martínez, y el obispo de León, Julián López.
Miguel Ángel Lage sabe también que la catedral no se va a hundir. Es uno de los operarios de la empresa Esoca, SL, especializada en rehabilitación de templos antiguos y encargada del inventario de urgencia y de la sujeción de las gárgolas. Conoce, como el canónigo, cada escalera del edificio y cada grieta que la atraviesa. Observa con cariño las esculturas del tamaño de una ardilla que se agazapan en esquinazos inaccesibles para el ojo del peatón. "Ahí pusieron a uno cagando; desde la calle no hay quien lo vea. Hay que ponerse en un ángulo determinado y fijarse", explica.
Después se pone serio: "La catedral no se va a caer, no. Pero esto necesita un mantenimiento, alguien que se encargue todos los días de ponerla a punto, de limpiar las canalizaciones, de observar la piedra... y el deán no lo puede hacer solo".
El sacerdote, como mucho, mira y apunta los desperfectos que encuentra. Y espanta a los cientos de palomas y decenas de cigüeñas que anidan cada año en el bosque de pináculos. "Estoy en contacto con halconeros y me han dicho que el Gobierno israelí tiene un producto secreto que impide que vengan pájaros", dice.
Pero esto no basta. El canónigo es consciente. La consejera de Cultura, Silvia Clemente, del PP, también: "Con los 11,5 millones de euros que la catedral va a recibir hasta el año 2012, de los cuales el ministerio aporta 1,5, se van a rehabilitar vidrieras, el pórtico, el presbiterio y se va a continuar la restauración de contrafuertes y arbotantes que se lleva acometiendo desde hace muchos años; pero, además, se van a poner en marcha dos equipos de mantenimiento permanentes: uno se encargará de la limpieza de las cubiertas y de las canalizaciones, de lo inmediato, de lo que se ocupa el padre González sin dar abasto; el otro, más especializado, examinará y reparará los elementos exteriores de piedra para evitar caídas como la de las gárgolas".
La catedral llegó a contar, según explica González, a principios del siglo XIX, con cerca de 40 gárgolas. Queda una veintena. Las restantes fueron sustituidas, hace años, por simples canalones. Los técnicos van a decidir ahora qué hacer con las que aguantan, aún sujetas a la pared por la malla de acero inoxidable en la barriga. Hay quien es partidario de sustituirlas por réplicas de resina o de plástico para que no se deterioren más.
Algo hay que hacer. Porque las gárgolas no son un simple adorno. Al contrario: su boca constituye el importante tramo final del complejo sistema de desagüe de la catedral. Sin ellas, las paredes se empaparían, y la piedra acabaría descascarillándose a sus pies.
En el fondo, todo en esta inmensa catedral tiene su porqué.Nada es casual, como recuerda el técnico Lage: "Todos los remates que parecen ornamentales dan consistencia a la estructura. Y muchos se han perdido o están mal".
Lage mira alrededor: a las impresionantes torres. Después se inclina y señala algo con el dedo. Es un diminuto clavo oxidadísimo que alguien colocó ahí en algún momento del siglo XIII y que lleva desde entonces sujetando uno de los paneles de las vidrieras que inundan de luz el interior del templo.
Después exclama: "¡Me hubiera gustado tanto conocer a los que pusieron esto en pie!".
Babelia
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