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La cantante Kiri Te Kanawa razona su hastío ante la ópera

La intérprete neozelandesa ofrecerá el martes un recital en Barcelona

Jesús Ruiz Mantilla

"¿La ópera? ¡Eso es para los jóvenes!", comenta Kiri Te Kanawa. La cantante neozelandesa (Gisburne Auckland, 1944), que no ha hecho la cuenta de las veces que se ha transformado en papeles intensos de un género que consume, ya sólo canta lo que le gusta, lo que elige, en recitales, como el que dará el próximo martes en el Palau de la Música de Barcelona a beneficio de la Fundación Equipara, de apoyo a discapacitados. "Éste es un arte que cansa mucho, necesitas estar constantemente en forma. La ópera ha llenado mi vida, pero hay que saber decir adiós", asegura.

Lo contaba ayer por teléfono, justo cuatro días antes de que cante en España, donde estuvo el año pasado en el Festival de Otoño de Jaén. Pero diga lo que diga, aunque deje escapar cierto hartazgo por los trasiegos, las tensiones y los excesos que requiere un arte total, Kiri Te Kanawa siempre tiene la llave de algún camerino a mano y la voz preparada para los músicos que le gustan. "Ahora sólo canto lo que me produce auténtico placer, como si me tomo un buen vino".

En este caso, las añadas y las bodegas tienen estos nombres: Mozart, Ginastera, Poulenc, Puccini o Richard Strauss, uno de sus compositores de cabecera. "Conseguí hacer casi todas las óperas de Strauss. Me hubiese gustado representar más veces Capriccio, pero no tuve oportunidad". Después de 40 años de carrera supo encontrar el momento y la fuerza para decir adiós a los grandes montajes, a los títulos que más le fascinaban. Lo dejó con Vanessa, de Samuel Barber. Y no se arrepiente: "No lo echo nada de menos. Al contrario. Lo decidí porque estaba cansada, agotada. Después de cantar una noche tardas tres días en recuperarte, ésas son cosas que nadie dice".

A Kiri Te Kanawa no le cuesta reconocerlo. Nada de eso. Prefiere que los jóvenes cantantes a los que apoya desde su fundación sean conscientes. Con ellos comparte muchos momentos en esta etapa más relajada de su vida. "Me reúno a menudo con todos, les enseñamos y les corregimos. Les aconsejamos y les apoyamos. Pero somos muy exigentes. No todo el mundo vale para cantar y somos muy francos cuando debemos decir la verdad", asegura.

No cree que las cosas sean más fáciles ahora que cuando ella empezaba en los sesenta, con la generación de los Domingo o los Carreras. "No eran más complicadas, pero eran menos aparatosas".

Le preocupa que los que empiezan se tomen sus carreras con calma, que duren. "Hoy descubres cantantes deslumbrantes que a los cinco años todo el mundo ha olvidado. ¿Dónde están?". Según ella, acaban engullidos en las maquinarias que les rodean, muy mal aconsejados por sus agentes, por ejemplo. "Hoy los agentes no les ayudan. A mí me gusta que sean conscientes de que la hipoteca que les pagan por cada actuación les obliga a cuidarles, no sólo a cobrar".

También, como lo ha sufrido ella en propia carne, preocupa enseñarles a tomarse la vida con filosofía y ritmos adecuados a una profesión que exige descanso. "Lentamente. Es como deben ir. Lo que se aprende despacio no se olvida nunca", comenta. Por ejemplo, saber tratar con los desfases horarios. "No se puede volar 13 horas, bajar de un avión y ponerse a cantar. Es imposible que salga bien. Tu cuerpo puede que haya llegado al lugar de destino, pero tu voz, no. Ni tampoco tu cerebro".

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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