En busca de la justicia pictórica
Atribuciones como la reciente de una piedad a Goya encienden debates entre los estudiosos - Es un proceso duro, largo y casi siempre controvertido
Hubo un tiempo en que el garabato de una de las esquinas inferiores del lienzo carecía de importancia. En muchos casos, (Velázquez, Goya, Ribera, Brueghel...) ni estaba. La firma es un invento moderno cuya relevancia creció junto al mercado y la especulación. El problema llega cuando hay que atribuir una obra de arte cuyo rastro autoral se ha perdido. Un proceso duro, casi siempre polémico y que requiere de expertos con décadas de profesión. Aun así, si no hay contratos, firma o papeles, siempre aparece alguien que lo pone en duda. El último caso en salir a la luz ha sido la controvertida atribución a Goya de una piedad pintada hacia 1774.
Pero, ¿cómo se afronta un proceso de este tipo? Para Manuela Mena, conservadora jefa del siglo XVIII de El Prado hay un comienzo claro: "30 años de estudio y preparación. Un profesor de universidad se puede pasar la vida chapoteando en lo que han escrito los demás. No pasa nada. Pero en los museos es una obligación tener la capacidad de analizar una obra de arte y saber si lo es o no, porque son patrimonio del Estado y el Estado tiene que saber lo que tiene", explica.
Una obra mediocre es más difícil de atribuir, señalan los expertos
Gabriele Finaldi, conservador jefe de El Prado coincide en ese aspecto. "Hay que poder reconocer un cuadro excelente de uno menos bueno. A partir de ahí se trabaja para identificar la mano específica. Con el Brueghel [El vino de la fiesta de San Martín, recientemente descubierto en la pinacoteca] pasó eso. Era un cuadro de muchísima calidad, pero había que documentar que era del Viejo y no del Hijo (el joven) o algún imitador. La belleza de los detalles saltaban a la vista. Cuando ya estuvo establecida la autoría, en la limpieza, apareció en la esquina inferior izquierda la firma del autor", recuerda. Para ello, muchos expertos utilizan el método morelliano (de Giovanni Morelli). Una técnica que consiste en buscar las características más específicas en los lugares menos evidentes como lóbulos, las orejas, dedos, la forma de pintar las uñas... En un gran cuadro, señala Mena, hay como mínimo 200 elementos en la superficie pictórica que lo vinculan a un autor determinado. El problema, señalan todos, es cuando se trata de una obra mediocre y las fronteras quedan borrosas.
Luego está la tecnología, que permite avanzar en las certidumbres y sospechas. La radiología y los infrarrojos, por ejemplo, ponen de relieve las correcciones que se han hecho de la obra antes de terminarla. Si carece de ellas, si la ejecución es limpia y perfecta, tiene más números de ser una imitación o una copia, incluso, del propio autor. El estudio de los pigmentos, su época o procedencia, también puede ser de utilidad. Pese a todo, Mena no recuerda un caso en que la técnica haya desmentido la visión previa obtenida a través del conocimiento.
Quizá de todas las atribuciones y desatribuciones de los últimos tiempos sobresalga, por importante, la suya de El Coloso de Goya. El Prado le retiró la autoría hace un año y lo dejó en un "seguidor de Goya". Después de 20 años de trabajo del equipo la institución corrigió lo que en su opinión era un error histórico. Todavía resuena la polémica. "La principal dificultad en un caso así es conservar la mirada fresca, que no esté condicionada por todo un caudal de bibliografía y prestigio. Es muy complicado. Goya presenta muchos problemas porque tiene una obra extensa y el mercado influye. Cualquiera que tenga una pieza parecida querría que lo fuera", señala Finaldi. Además, desatribuir una obra es, si cabe, más complicado. "Estás quitando una obra importante de la valoración de un artista. Pero cuando desatribuyes buscas un sentido de justicia, no lo que los intereses de la historia han querido que sea", explica Mena. Según la conservadora, al Prado deben haber llegado unas 8.000 o 9.000 obras ilusionadamente atribuidas a Goya.
"Hay que ser muy cuidadoso con las piezas que vienen del mercado con atribuciones optimistas. La especulación ha sido siempre un factor en el coleccionismo y es muy difícil mantener la distancia necesaria cuando se evalúa y la conclusión puede cambiar el valor de una obra. El dinero corrompe el juicio", relata por e-mail Keith Christiansen, jefe de pintura europea del Metropolitan de Nueva York. Christiansen fue uno de los encargados de la última atribución a Velázquez de la pinacoteca neoyorquina y colaborador del Prado en trabajos como el del último Brueghel.
"La gente quiere tener un cuadro de un gran autor y no de una monjita de convento. Aunque no se lo crean, se lo decimos. Citando a Max Planck 'una verdad científica nunca podrá ser admitida por la generación que ha pensado lo contrario'. Sé que esta labor no la verán los que pertenecen a la generación anterior, yo trabajo para los jóvenes, que se darán cuenta fácilmente", expone Mena.
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