En busca del Santo Grial de la música
La catedral de León alberga un valioso códice medieval que los musicólogos intentan descifrar - Un congreso de expertos estudiará el alcance del manuscrito
La palabra es sencilla: Organum. Está muy cerca de otra: Melos. Ambas conviven en el margen inferior izquierdo del pergamino número 229 del Antifonario de León. Mientras copiaba la parte más imponderable de los sonidos mozárabes allá por el siglo X, el abad Totmundo apenas imaginaba que la posterior imposición papal del Canto Gregoriano, cuyo sistema tonal permitió la evolución hacia la armonía, sumiría en el olvido el significado de los símbolos caligrafiados en este legendario manuscrito y dejaría irresuelto uno de los mayores enigmas de la historia de la música.
"De probarse que esa palabra significa realmente segunda voz o de acompañamiento, estaríamos ante un descubrimiento universal: la transcripción de la primera obra polifónica del mundo, dos siglos antes de que las partituras designasen con el epígrafe Organum a las voces de acompañamiento a las melodías. ¿Por qué está ahí esa palabra? ¿Cuál es su verdadero significado? El problema es que las notas que le siguen son indescifrables". El canónigo titular de la catedral de León, Samuel Rubio, de 66 años, planteaba ayer al mediodía estos interrogantes ante el Antifonario de León, sacado con mimo y guantes de látex de la vitrina donde reposa por Máximo Gómez, director del museo catedralicio, para mostrarlo a EL PAÍS en presencia del presidente-deán del cabildo, Eduardo Prieto. Musicólogos de diverso pelaje han intentado desde hace más de medio siglo, con más empeño que éxito, desvelar los misterios sumergidos en la complejidad de las neumas sin pentagrama que permanecen en libros como este a modo de representación del canto visigótico-mozárabe de la península Ibérica. Todas esas investigaciones han concluido que se trata de documentos repletos de valiosísimos datos referentes a la dinámica, pero también, y sobre todo, al ritmo.
Podría ser el testigo más relevante de la cultura caligráfica pregregoriana
Y realmente es un privilegio contemplar, al frescor de los pilares góticos de la catedral de León, los 306 folios de pergamino del Antifonario (365 x 270 milímetros) bien conservados y encuadernados en piel con dos cerrojos, decorados con singulares ilustraciones y rebosantes de un océano de símbolos. Muchos de sus secretos permanecen ocultos. Pero persiste la certeza de que estamos ante el testigo más relevante de la cultura caligráfica musical europea que precedió al Canto Gregoriano.
"Si no es el Santo Grial del canto litúrgico pregregoriano, se trata, cuando menos, de uno de ellos", apunta por teléfono desde Nueva York Don Michael Randel. A sus 69 años, el presidente de la Andrew Mellon Foundation y autor, entre otros estudios, de The Responsorial Psalm Tones of the Mozarabic Office (Princeton University Press), basado en su mayoría en el Antifonario de León, es uno de los mayores conocedores de las claves de este códice. "Hay pocos restos del canto litúrgico en Europa anteriores al Canto Gregoriano, y este es el más completo de los que sobreviven. Su música se remonta hasta el siglo VIII e incluso hasta san Isidoro de Sevilla".
Randel es uno de los expertos convocados al Simposio Internacional sobre el Antifonario de León, el canto mozárabe (viejo-hispánico) y su entorno litúrgico musical que se celebrará aquí mismo en marzo del año que viene. Un encuentro organizado por la Sociedad Española de Musicología, el Cabildo de la Catedral de León y el Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música del Ministerio de Cultura (INAEM) para reivindicar la relevancia de este documento artístico de primer orden y recuperar el lustre de los cantos litúrgicos cristianos como generadores de la tecnología musical moderna.
Junto al director del INAEM, Félix Palomero, el catedrático del Conservatorio de Madrid y miembro de honor de la Sociedad Española de Musicología Ismael Fernández de la Cuesta es uno de los grandes reivindicadores del Antifonario de León. "Estamos ante la primera gran aportación gráfica hispánica a la historia de la música", proclama Fernández de la Cuesta al otro lado del teléfono. "Cuando se insiste en que es el más completo de su época es porque contiene toda la música litúrgica, todos los oficios del canto. Además, por supuesto, de guardar el misterio sobre la que pudo ser la primera obra polifónica escrita del mundo".
Fernández de la Cuesta recuerda que más de 40 códices transmiten la música pregregoriana de la Península. El Antifonario de San Millán de la Cogolla que se conserva en Madrid es otro de los testigos más importantes que se conservan, junto con el de León, de la música visigótico-mozárabe.
Por el momento, la Dirección General del Libro, Archivos y Bibliotecas ya ha promovido la digitalización del Antifonario de León, cuyo resultado formará parte de Europeana, la biblioteca virtual europea. El director general del Libro, Rogelio Blanco, afirma sobre sus bondades: "Dentro de mitos culturales europeos como Don Quijote, Don Juan o Carmen, debería incluirse al Antifonario de León".
La dificultad para descifrar sus grafías ubicadas en folios sin rayas ni pentagramas complica la tarea de aseverar su aportación más terrenal a la historia de la música. "Su valor, por el momento, sigue siendo sobre todo histórico", señala Don Michael Randel desde Nueva York. "Contiene unas dos docenas de composiciones que se han adivinado porque también existen en otras anotaciones musicales posteriores. Pero hay otras miles imposibles de interpretar".
El canónigo leonés Samuel Rubio, ese hombre afable que casó al presidente Zapatero con Sonsoles Espinosa, apostilla: "Este libro es un volcán al que damos por muerto. Pero puede volver a explotar". Organum y Melos. El misterio sigue vivo. La Piedra Rosetta del canto visigótico-mozárabe está aún por resolver.
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