"Un avance matemático es un subidón, es mejor que el sexo"
El matemático Marcus du Sautoy (Londres, 1965) juega de medio con el 17 a la espalda en un equipo de fútbol de aficionados al este de la capital británica. Como él, todos sus compañeros lucen dorsales con números primos, unas cifras singulares e indivisibles, excepto entre sí mismas y entre uno, y que traen de cabeza a los matemáticos desde hace dos mil años. Ni los mejores campeones aritméticos han conseguido descifrar qué pauta rige la serie que empieza 2, 3, 5, 7...
Quizá el mayor enigma del conocimiento puro se halla en estos guarismos esquivos, "los ladrillos de las matemáticas, los átomos de la ciencia", según revela Du Sautoy en La música de los números primos (Acantilado), crónica épica de los talentos que han intentado resolver el misterio: desde Euler y Gauss a Hilbert y Hardy y, sobre todo, Riemann, "el personaje clave que dio un vuelco a la investigación".
"De pequeño quería ser espía, pero a los 13 años descubrí las matemáticas, un lenguaje perfecto y memorizable"
"Euler, Gauss y Riemann sobrevivirán tiempo después de que hayamos olvidado a Shakespeare"
Catedrático de Oxford y divulgador televisivo, Du Sautoy está empeñado en demostrar a quien lo dude que las matemáticas son un viaje apasionante a un mundo gobernado por un lenguaje universal y eterno. Y al parecer lo está consiguiendo. Su programa en la BBC, The Royal Institution Christmas Lectures, logró la proeza de congregar un millón de espectadores las pasadas navidades, y su libro ha sido un best seller en Italia, Alemania e Israel.
Du Sautoy incide en que los números primos son omnipresentes en la vida cotidiana, desde la digitalización del sonido en un iPod a la encriptación en el comercio electrónico. Visitó Barcelona la semana pasada para presentar su libro y, por supuesto, se alojó en un número primo, el 83 de una calle del Ensanche.
Uno espera que la gran eminencia oxoniense se presente encorbatado, cerebral y algo reservado, pero Du Sautoy desbarata los esquemas. Camisa rosa, pantalones violeta y unas zapatillas caqui. ¿Y esa preferencia por el caos cromático? "Bueno [ríe], siempre he creído que la vida es demasiado corta para ir de gris y azul". Nada de contención gestual. Nada de distancias. Este cuarentón, que podría pasar por el manager de Franz Ferdinand, es uno de los grandes científicos del Reino Unido, y está convencido de que, junto con la investigación, la tarea crucial del matemático es hacer comprensibles sus hallazgos. "¿Qué sentido tiene si no? Si cualquiera en la calle no te comprende, es una tontería".
Du Sautoy nunca fue el empollón de la clase. De hecho, de pequeño quería ser espía, pero había un inconveniente: necesitaba aprender idiomas. "Soy muy vago, y no quería memorizar verbos irregulares, que no tienen ningún sentido". La segunda opción fueron los números. "A los 13 años me di cuenta de que las matemáticas son un idioma perfecto, porque está hecho de sentido. Son tan lógicas que cuando las captas se te quedan muy rápidamente".
Allí nació una pasión (superior a su devoción por el Arsenal y a su afición a la trompeta) que le ha llevado a afirmar que los grandes matemáticos "sobrevivirán mucho después de que nos hayamos olvidado de Esquilo, de Goethe o de Shakespeare". ¿Un aserto arriesgado? "Sí, pero es que las matemáticas tienen una universalidad que trasciende las fronteras culturales e históricas. En la otra punta del universo quizá hay una cultura con una biología y una química diferentes, pero las matemáticas serán las mismas. Allí el número 17 seguirá siendo un número primo tal y como lo es aquí". Se desabrocha la camisa y muestra una camiseta con la fórmula de la parábola de Galileo -"describe lo que sucede cuando golpeas el balón"-, se gira y descubre el dorsal 17. Los ojos, muy claros, le brillan con el entusiasmo de un chaval.
La misma adicción aritmética es la que guía a los personajes de La música de los números primos, un ensayo que se lee como un thriller en el que los grandes matemáticos de la historia se desesperan por hacer saltar el cerrojo de los primos. Como el genio alemán que fallece y entre sus papeles deja logros extraordinarios que sólo se descubrirán medio siglo después (Bernhard Riemann), o el del prodigio francés que se salva dos veces de la muerte por casualidad, ante el avance de las topas nazis, y sigue desentrañando operaciones desde la cárcel (André Weil).
Es como una narración de misterio, al modo de los códigos conspiranoicos, sólo que aquí todo es cierto y al culpable no se le atrapa nunca. "Sí, es algo emocionante, como una carrera de relevos. Ves que Gauss entiende los primos un poco, y pasa el testimonio a Riemann, que avanza otro poco y lo pasa a Hilbert, a Ramanujan y a Weil. Todas estas historias están relacionadas y yo también formo parte de ellas".
Como sabuesos implacables, los matemáticos acaban convirtiéndose en yonquis del placer intelectual. "Completamente. Es como una droga. Cuando consigues un avance matemático, el subidón de adrenalina es comparable a cualquier droga que haya probado. Es mejor que el sexo. Has estado trabajando tanto tiempo que cuando lo consigues es extraordinario. Una vez que lo has probado quieres más. Por esa misma razón la gente se aficiona a los sudokus. Las matemáticas son un gran sudoku".
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