Vargas Llosa busca la palabra justa
El escritor cuenta a través de algunos de sus libros los detalles de su proceso creativo
¿Cómo se enfrenta un gran escritor a la hoja en blanco? ¿Igual que otros? ¿Cuándo le llega la inspiración? ¿Sufre? Los detalles, que forman parte de las interioridades del proceso creativo, se demostró que interesan al gran público aunque no se dedique a escribir. Mario Vargas Llosa desvelaba su método. Cerca de 400 personas (otras tantas se quedaron fuera) coparon una sala de la Fundación Juan March donde el autor de La fiesta del Chivo contó su manera de trabajar en el ciclo Poética y narrativa.
Un silencio casi reverencial le aguardaba en la sala. Vargas Llosa arrancó con una anécdota con su colega Juan Carlos Onetti. "Tuvimos una discusión en San Francisco, donde yo le conté mi método de trabajo, que a él le espantó: disciplina y horarios como un empleado de oficina. Él contaba que escribía por impulsos, a ráfagas, en trozos de periódico, libretas, servilletas... que luego no sabía muy bien cómo armar. Así nacieron todos sus cuentos y novelas. Por lo compacto y organizados que están, parecería algo muy organizado, pero debemos creerle. Tenía un orden secreto que venía de la profundidad de su personalidad".
Recordó también a Cortázar. De cuando se veían a menudo en París en 1960. Justo cuando el argentino escribía Rayuela. El método Cortázar era "sentarse ante la máquina de escribir y esperar a la inspiración". De esa forma, que parece simple, nació esa compleja y ambiciosa novela.
Y llegó el turno de Vargas Llosa. Desveló que nunca ha elegido un tema. "Siempre se me ha impuesto a través de experiencias vividas. Por alguna razón que desconozco, algo se queda prendado en la memoria. Tiempo después empieza a generar un fantaseo. Si esa semilla persevera, empiezo a escribir notas en pequeñas fichas". Después configura el esqueleto, operación que le puede llevar semanas, meses, incluso años. Ejemplo: fue cuestión de semanas cuando sintió que tenía que volcar en una novela (La ciudad y los perros) su experiencia traumática vivida con 15 años en un internado militar. Su segunda novela, La casa verde, arrancó de un viaje, en 1958, por la selva amazónica, que, a pesar de durar sólo dos semanas, fue el más fértil desde el punto de vista literario, porque le inspiró otra de sus grandes novelas, Pantaleón y las visitadoras, y muchos años después, en 1980, El hablador.
La documentación es un proceso para él absolutamente fundamental, para contaminarse del mundo que va a inventar. Como ejemplo de documentación citó La guerra del fin del mundo, que narra la guerra de Canudos en el siglo XIX. Pero, por paradójico que parezca, lo que de verdad le atrae a Vargas Llosa no es escribir, "sino reescribir, cortar, añadir". En cuanto a la técnica, dijo: "Siempre está al servicio de la historia que quiero contar". Dos escritores que le ayudaron a crear su método: William Faulkner y Flaubert, cuya lectura de Madame Bovary le cambió la vida. Hay algo que le obsesiona a Vargas Llosa: la idea de la palabra justa. Aquella que es la perfecta de entre todas. Y una obra ¿cuándo se acaba? "Cuando llego a la convicción de que, si no termino la historia, ella acaba conmigo".
Babelia
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