Lagarto, lagarto
Circuló hace unas semanas en los pasillos del Festival de Venecia una frase un poco cínica atribuida a Steven Spielberg. Tanto da si es cierta como si no, pues lo que cuenta, sea imaginario o real, desvela el fondo de la aparente paradoja -aparente: no existe- consistente en que Parque Jurásico es al mismo tiempo la película con más audiencia del año y una de las peor tratadas por los analistas de cine -en Venecia, aparte de los únicos abucheos oídos en 40 proyecciones para la prensa, cosechó comentarios inmisericordes- en todas partes.El cuento cuenta que a la salida de la ceremonia donde el maestro -¿qué otra palabra encaja en quien urdió tres obras cumbres del cine de aventura: Duel, Tiburón y el tercer Indiana Jones?- Spielberg recibió un León de Oro por su carrera, un reportero se coló por una grieta del cordón policial y metió un micrófono bajo las narices desprevenidas del cineasta en busca de respuesta a esta pregunta: "¿Considera usted Parque Jurásico una de sus grandes películas?". Spielberg apartó y taponó con una mano el micrófono intruso, miró con burla a quien le hacía la pregunta y respondió con otra pregrunta: "¿Está usted loco?", o "¿Es usted tonto?", pues la palabra inglesa fool permite esa duplicidad. El fool radiofónico había puesto sin proponérselo el dedo en el corazón de la referida paradoja: Spielberg no sólo hizo un filme cinematográficamente insignificante y mediocre, sino que lo hizo aposta y es el primero en saberlo.
Parque Jurásico
Dirección: Steven Spielberg. Guión: Michael Crichton y D. Koepp, basado en la novela del primero. Fotografía: D. Cundey. Música: John Williams. Efectos visuales: Winston, Tippett y Lantieri. EE UU, 1993. Intérpretes: Sam Neil, Laura Dern, Jeff Goldblum, Richard Attenborough. Estreno en Madrid: cines Avenida, Proyecciones, Luchana, Carlos III, La Vaguada, Palacio de la Prensa, Real Cinema, Peñalver, Aragón, Excelsior, España, Liceo y Bellas Artes (v.o.)
Tras su pinchazo de Hook y ante la carne que pone en el asador de su nuevo filme sobre el infierno de Auschwitz, donde respectivamente arriesgó, además de mucho dinero, una muy personal visión del mito de Peter Pan, que no cubrió gastos; y otra del destino de su pueblo judío, que puede no cubrirlos, este alquimista del negocio audiovisual necesitaba urdir un proyecto sin riesgo para demostrar a su cobertura financiera que sigue siendo capaz de convertir barro en oro. Y debió recordar que su más fértil fuente de dinero la creó en E T. y que aquel diluvio de dólares se originó más que en la película en el fenómeno -propio de la ciencia o la patología del consumo de masas- del bicho con que inundó el mundo.
Y debió recordar también que, tras las huellas de su bicho, se produjo algo parecido en el primer Batman, fuente de la epidemia de fetiches conocida como batmanía, que multiplicó de manera tan rápida como fugaz ese fenómeno de multitudes creado por E. T. Y, puestos a suponer, debió colgar en su despacho un cartel con la frase de un perplejo productor de Batman a sus compañeros de chollo, revelada en un informe sobre Hollywood de un semanario neoyorquino publicado en este periódico: "¿Os dais cuenta, chicos, de que nos estamos forrando con la película más espantosa que hemos hecho?". Pero lo que era entonces causa de perplejidad, visto ahora es una obviedad: el cine no convoca compulsivamente ansias de consumo de masas, pues es un arte de grandes, incluso de enormes minorías, pero de minorías siempre; y es otra cosa lo que engrasa hoy los mecanismos que mueven la unanimidad de las multitudes.
Pues bien, Parque Jurásico es una obra maestra de esa otra cosa, al mismo tiempo que una mala creación de cine. No hay por ello paradoja alguna en la colisión entre su digestión masiva y el rechazo de los analistas, Todo lo contrario: hay coherencia. No menos mal cine que aquel Batman es este Parque Jurásico y, a causa en parte de ello, sigue sus huellas en velocidad de convocatoria, desencadenada por una sagaz y vasta operación publicitaria (la propaganda del filme costó tanto o más que su realización) montada sobre la llamada a un nuevo consumo de fetiches con imán de fascinación: la dinomanía, un atracón, del misterio de los lagartos de donde procedemos, bichos resucitados por los hilos de un sofisticado y bonito juego de marionetas electrónicas ajeno al cine en cuanto lenguaje, en cuanto arte.
Basta con leer la novela para apercibirse de esto sin acudir a reducciones sociológicas. Si el relato de Chrichton es una simplificación de cuestiones vivas limítrofes con la ficción científica, como la ingeniería genética, la película es una simplificación de la simplificación de la novela, que queda en la pantalla reducida a esquema de un esquema de total elementalidad, a un hilván argumental de puro soporte y a un premeditado vaciamiento de los personajes, hasta el punto de que los más consistentes -Goldblum y Attenborough, esenciales en la novela- se quedan en la pantalla en sombras de sombras de su origen.
Circo audiovisual
La composición de éstos es neutralizada en el guión cinematográfico, y esto no puede ser casual en profesionales con mucha experiencia y mejor oficio: es consecuencia de un no casualmente encontrado -como ocurrió en E. T. y Batman- sino buscado aprovechamiento de la eruptiva demanda de entretenimientos caseros superficiales existente en las sociedades cercadas por el tedio, para hacer pasar por cine a esa otra cosa: un circo audiovisual, un más difícil todavía de efectismos artísticamente nulos y de eficacia visual tan fulminante como efímera, pues nadie hablará de esta vacía película dentro de un par de años: los ahora fascinantes lagartos que vende -ése es su único fondo- serán entonces antiguallas de la iconografía segregada por unas técnicas electrónicas cada día más afinadas. Tiempo al tiempo.
Babelia
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