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Crítica:CINE / 'LA FAMILIA'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La libertad hecha cine

La familiaDirección: Ettore Scola. Guión: R. Maccari, F. Scarpelli y E. Seola. Fotografía: R. Aronovitch. Música: A. Trovajoli. Italia, 1987. Intérpretes: Vittorio Gassman, Fanny Ardant, Stephania Sandrelli, Philippe Noiret. Estreno en Rex (v. o.) y Bellas Artes.

Estamos en una semana grande de estrenos cinematográficas. Han aparecido simultáneamente en nuestras pantallas Los muertos, un sobrecogedor poema de John Huston sobre su propia muerte; Si estuvieras aquí, pequeña primera obra de un cineasta, David Leland, dotado para asuntos mayores; Mi amigo Ivan Lapshin, entrada en la plenitud de un cineasta ruso de desconcertante talento, Alexei Guerman, y finalmente, La familia, obra vital para orientarnos en el cruce de caminos que en estos momentos hay delante de un clásico viviente, el italiano Ettore Scola.

De estas cuatro obras, tres son enteramente europeas, y una, la de Huston, norteamericana, pero inteligible sólo como rama de un tronco europeo. Si añadimos que ahí sigue Ojos negros, alarde de otro europeo hasta la médula, Nikita Mijalkov, hay que concluir que el cine de, nuestro dormido continente despierta. Y despierta en la luz de las cumbres, con cinco ejercicios tan ricos y tan diferentes entre sí que, frente a la epidemia del cine-espectáculo (recuérdese la opulenta pobreza de El Imperio del Sol, de Steven Spielberg), las pantallas europeas recuperan los perdidos accesos del cine al genio de la libertad.

Deslumbrante argucia

Es, en La familia, emocionante ver el juego geométrico con que Scola dibuja con tiralíneas el enrevesado caos de una saga sobre la encerrona de la libertad en la mazmorra institucional de una familia de la burguesía italiana a lo largo del siglo.

La composición de esta saga es de tal brillantez que cuando el filme comienza provoca incredulidad: se presiente que la argucia narrativa de Scola (repetición de una elipsis, o salto de tiempo, sostenida sobre el desplazamiento de la cámara a lo largo del pasillo-eje del hogar familiar) no puede durar, tiene que agotarse pronto. Pues bien, tal elipsis no sólo no se vacía después de cuatro, seis, diez repeticiones, sino que, cuanto más se reitera, más carga la electricidad de su signo y gracias a esa reiteración la imagen se ritualiza y dispara hacia una mayor capacidad sugeridora de signos inexplícitos, de evidencias de lo oculto.

Y, en un instante difícil de aislar, deducimos que aquel pasillo aquel tótem familiar inmutable siempre idéntico a sí mismo, se ha convertido en algo más que una argucia narrativa: se ha elevado a la condición de secreto protagonista de la saga. El recorrido de la cámara sobre la vértebra del espacio familiar se convierte así en una paradójica expresión de su paso por la vértebra del tiempo histórico, y que, con lo inmutable, Scola construye mutaciones, con lo quieto insinúa inquietudes, con lo idéntico enuncia lo distinto, con lo mismo dice lo otro.

Sólo quien combine como un virtuoso signos visuales puede lograr la inversión de la capacidad referencial de éstos, pues conjugar la cara visible de un objeto con su revés secreto es algo sólo posible en una mirada tan penetrante que sea capaz de extraer de este lado de las cosas su lado contrario; de lo impuesto, lo libre; del derecho, el revés. Tal es la llave que abre de par en par en el filme las puertas de la inteligencia. Sólo alguien libre en grado sumo puede descubrir en una pared los accesos al horizonte o, si se quiere, utilizar las formas de la servidumbre como configuraciones de la libertad.

Obra adulta, en la que no hay solución de continuidad entre tiempos y espacios, entre vida e historia, entre rigor y soltura, entre gravedad y ligereza, entre comicidad y patetismo, entre verdad y fición, La familia, con su otro eje situado en la vigorosa, magistral, propia de un atleta del gesto, interpretación de Vittorio Gassman, tiene sabor a final de un camino y principio de otro.

El Scola que conocemos ha llegado hasta aquí, hasta la total desenvoltura, en un rígido proceso de formalización. Nos queda esperar a dónde nos llevará, con esta plena posesión de la libertad, el Scola que viene.

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