Rushdie contará en un libro su vida bajo la fetua de Jomeini
Hace casi 22 años que el imán Jomeini ponía precio a la cabeza del escritor Salman Rushdie -tres millones de dólares de la época- por el mero pecado de firmar un libro. La publicación de Los versos satánicos, que el líder religioso iraní consideró una blasfemia contra el islam, se tradujo en un edicto religioso (fetua) contra su autor, forzado a vivir escondido a lo largo de la siguiente década. "El momento de relatar esa historia está cerca", acaba de anunciar su protagonista sobre aquellos tiempos negros que trastocaron radicalmente su vida.
En 1998, el Gobierno de Teherán se comprometía a olvidar la condena, pero Rushdie, si bien ha relajado la guardia, nunca podrá dejar de vigilarse las espaldas en prevención de los desmanes de algún iluminado. Nada comparable, sin embargo, a los años en que, según el relato de sus amigos, acababa enzarzándose con los agentes destinados a su protección para que le dejaran ir al cine, a la ópera o al teatro. Uno de sus antiguos guardaespaldas, Ron Evans, llegó a relatar en un libro cómo los agentes, cansados del carácter irritable del escritor angloindio, a quien atribuía tendencias suicidas, le encerraron un día bajo llave y se fueron de copas a un pub. Las acciones legales emprendidas por Rushdie impidieron su publicación y se saldaron con una disculpa de Evans.
El autor dice: "Ya estoy dispuesto a escribir una historia que es sólo mía"
El autor de Hijos de la medianoche (premio Booker) siempre ha sido parco en explicaciones sobre ese periodo, pero ahora, a sus 62 años, se declara dispuesto a escribir "una historia que es sólo mía". Ha contribuido a motivarle la exposición que estos días le dedica la Emory University en Atlanta, con un despliegue de sus papeles personales, cartas, cuadernos, fotos, dibujos e incluso manuscritos inéditos que concibió durante esos 10 años de semirreclusión. El futuro libro no precisará de las reconocidas dotes de Rushdie como fabulador, porque los hechos que desencadenó la fetua superan el dramatismo de cualquier ficción: su traductor japonés fue asesinado, sus colegas noruego e italiano escaparon a sendos atentados y otro, frustrado, contra su traductor al turco acabó con violentos disturbios en aquel país.
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