Revolución en la colección del Reina Sofía, tercera entrega
Es sabido que a Manuel Borja-Villel, director del Museo Reina Sofía, le gusta empezar una historia con un buen recurso cinematográfico. Volvió a demostrarlo ayer durante la presentación de la reordenación de la tercera parte de la colección permanente del centro de arte. Para hacer su particular recuento de las revoluciones éticas y estéticas acaecidas entre 1962 y 1982 ha colocado al principio del recorrido (que mañana abre al público) una proyección de La batalla de Argel (1966), de Gillo Pontecorvo. La obra maestra sobre la revolución anticolonial argelina sirve de arranque a un agitado paseo en 300 obras por un tiempo tan incierto como convulso en lo político y en lo poético.
El conjunto, titulado De las revueltas a la posmodernidad en el Reina Sofía, se adueña de todo el espacio expositivo de la zona ampliada por Jean Nouvel; 2.200 metros cuadrados ahora adaptados a la estética del edificio original (mismo suelo de cemento, idénticas solidas paredes). Y si en las anteriores dos entregas de la reordenación -La irrupción del siglo XX: utopías y conflictos (1900-1945) y ¿La guerra ha terminado? Arte para un mundo dividido (1945- 1968)- la imagen y el documento primaban sobre pintura o escultura, a estas alturas del devenir artístico, su protagonismo es absoluto. Las revueltas sociales y transiciones políticas como la española ejercen una vibrante influencia en las obras de los artistas consagrados por las citas internacionales: de Sol LeWitt a Dan Flavin; de Gerhard Richter a Pistoletto; de Marcel Broodthaers a Esther Ferrer o Luis Gordillo.
La llegada de las nuevas tecnologías, el consumismo, los procesos de descolonización, la liberalización de la mujer y la revolución sexual... Y finalmente, el estallido de la globalización que todo lo puede. Comparten el aroma de la revuelta los temas básicos tratados en este nuevo tramo de la reordenación con la que Borja-Villel se ha propuesto contar desde otro sitio, un lugar sin duda situado más al sur, la historia del arte del siglo XX.
Piezas ya existentes en los fondos del museo se mezclan con las nuevas adquisiciones y depósitos tan importantes como la colección de la galerista Ileana Sonnabend, que cuenta con obras de artistas esenciales en la segunda mitad del pasado siglo, como John Baldessari o Donald Judd.
La intensidad teórica no excluye en ningún caso el espectáculo visual. Y entre todos los estímulos posibles la instalación titulada Tropicália (1967), de Helio Oiticica, deslumbra con el poder de la rebeldía hedonista de toda una generación de artistas brasileños. Para reclamar el derecho a una cultura popular propia, Oiticica recreó entonces un ambiente tropical en el que dos parejas de coloridas cotorras observan con descaro a los visitantes.
En consonancia con la época que asistió a la explosión pop de la contracultura, el espacio dedicado a la música de esas décadas tiene su pieza más potente en uno de los episodios rescatados del programa televisivo La edad de oro, que entonces dirigía Paloma Chamorro. Pedro Almodóvar y Fabio McNamara cantan sobre el escenario de El Sol algunas de las canciones de entonces que aún hoy retienen su capacidad para el escándalo. "Con ellos, lo performativo se superpone a lo musical", resume el director. "Fueron años en los que se rompieron todos los esquemas artísticos".
Babelia
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