Retrato de familia en exterior
Desde su cama de enfermo, un niño va descubriendo el mundo. Le rodea un buen número de adultos, convencidos todos de que el paciente puede creer sus mentiras, asimilar su raro y corto concepto de la vida. La mentira lo anega todo. Ni el niño está tan enfermo ni La Rojilla, la madre (Angela Molina), puede adoptar esa dignidad que contradice con el mísero hurto de alimentos; los demás la aceptan a regañadientes porque sólo a través de ella pueden controlar al hijo, pero la desprecian como símbolo de la catástrofe moral de toda la familia. Es odiada sobre todo por la abuela (Encarna Paso), esa mujer de pueblo, dura y seca, que confió en que sus hijos, y ahora el nieto, vivieran cuanto ella deseó y vio luego frustrado.Tampoco la tía (Ana Belén) posee la entereza que finge, cuando es ella misma una mujer hastiada, soñadora de un amor que se fue, obligándola ahora al tópico papel de mujer honesta: hubiese preferido ser la madre soltera de ese chaval por el que ahora se esfuerza. Sublima deseos en películas pecaminosas, satisface su independencia con cigarrillos clandestinos en una época en la que el fumar era privilegio de hombres.
Demonios en el jardín
Director: Manuel Gutiérrez Aragón. Productor: Luis Megino. Fotografía: José Luis Alcaine. Intérpretes: Angela Molina, Ana Belén, Encarna Paso, Alvaro Sánchez Prieto, Eusebio Lázaro e Imanol Arias. Española. 1982. Drama. Local de estreno: Paz.
El esquema es melodramático, pero la película no es un melodrama. Gutiérrez Aragón ha contado esta crónica a través de las experiencias del niño protagonista, eliminándole la tensión con que los adultos enfrentan sus intereses. El niño desea recuperar la imagen del padre, que trabaja a las órdenes de Franco y que alguna vez, misteriosamente, aparece en las imágenes del NO-DO. A hurtadillas, el niño trata de encontrarlo en la imagen de la pantalla, donde casi al tiempo puede ver la imagen de un baile turbador: "Es mi primer pecado mortal". La decepción del encuentro con el padre real no es más que la constatación de que todo era una nueva mentira, una red que ya le determina para formar parte de la familia que padece.
No es un melodrama, pero tampoco lo contrario. Gutiérrez Aragón ha utilizado ingredientes del género en una narrativa que lo bordea y lo desmiente para transformarse en una película impar. La fuerza de sus imágenes descansa más en el trabajo de los actores que en otras películas suyas. Sonámbulos, El corazón del bosque o Maravillas perfilaban unas imágenes fascinantes que inquietaban o seducían al espectador. Demonios en el jardín distingue a la anécdota con un mayor protagonismo: su capacidad de comunicación aumenta cuando Angela Molina aparece en la pantalla y disminuye cuando son los actores quienes regentan la acción.
Esa desigualdad nace de las propias vivencias del autor, que quizá haya volcado en la película alguna de sus experiencias privadas. No sería extraño por cuanto la decepción de su joven personaje es la de tantos hombres de su generación y aun de después. La mentira manda, la utopía también es falsa. Las secuencias coquetean con la emoción, pero rechazándola con pudor. Objetiva el director la vida de sus personajes, ocultando datos aunque sea en otros donde basa su discurso. El resultado es ambiguo y cada espectador debe aportar su complicidad.
Dentro de los entusiasmos y rechazos de cada cual, hay puntos comunes: Gutiérrez Aragón, uno de los más creativos realizadores del momento, ofrece un ángulo inédito de cuanto toca. Su posguerra es irrepetible; sus imágenes, personales. De poderse matizar, la figura de Angela Molina hubiera obtenido en el premio de la crítica de San Sebastián los elogiosos calificativos que merece: tanto su personaje como ella misma concretan las dimensiones del drama, lo hacen palpable y sugestivo.
Babelia
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