Rebeldía jesuítica
La misión, ganadora de la Palma de Oro de Cannes 86, es lo que denominamos una muestra de cine histórico; es decir, un relato en el que se combinan en dosis variables las andanzas de los intérpretes con hechos reales acaecidos en una época anterior a, la II Guerra Mundial, un convencional límite temporal que separa la historia del documento periodístico.En La misión, el marco de la ficción son las repercusiones del Tratado de Madrid (1750) sobre las misiones que la Compañía de Jesús tenía en América del Sur, concretamente en unos territorios por los que litigaban portugueses y españoles a costa de los indios guaraníes, esclavos de los primeros y trabajadores a la fuerza de los segundos.
La misión
Director: Roland Joffé. Intérpretes: Robert de Niro, Jererny Ironn, Ray McAnally, Aidan Quinn, Cherie Lunght, Ronald Pickup, Asunción Ontiveros, Bacelio Moya. Guión: Robert Bolt. Fotografía: Chris Menges. Música: Ennio Morricone. Reino Unido, 1986. Estreno en Madrid en cines Palacio de la Música, Cid Campeador, Novedades y Californía.
Y el capítulo estrictamente ficcional es el representado por dos hombres, un jesuita y un mercenario, a los que el destino hermana frente al poder, ambos con sotana al fin, blandiendo De Niro su herrumbrosa espada en nombre de un Dios reinterpretado desde premisas próximas a las de un comunismo primitivo Y la llamada teología de la liberación y levantando Irons el cáliz y el crucifijo ante los disparos del Ejército colonial.
Roland Joffé, el director, ampliamente oscarizado a raíz de su debú con Los gritos del silencio (The Killing fields), es un joven profesional meticuloso con una notable experiencia teatral y televisiva. Su mayor preocupación como cineasta es reconstruir fielmente la apariencia de la realidad y someter ésta a las exigencias narrativas de un gran espectáculo. Esto, que en el caso del cine estadounidense siempre se hace en detrimento del primero de los objetivos, cuando se trata de producciones británicas da como resultado el que se privilegie el contexto respecto al relato. Ese era el caso de Revolution, de Hudson, y es también, aunque menos exageradamente, el de La misión.
Versión progresista
Robert de Niro y Jererny Irons son los principales intérpretes, pero nunca las estrellas, de esta película, significativamente narrada por el cardenal Altarnirano, un papel que recae en Ray MeAnally, personaje que cede a la razón de Estado aun cuando su corazón está con la razón de Dios, por decirlo de la pía y un poco grandilocuente manera que exige La misión.La misión, al margen de los méritos casi circenses de su producción y de la elegancia con que se ha resuelto el fluir de las imágenes, es una versión progresista y lujosa de aquellas vidas de santos y mártires que con tanta devoción cultivó el cine español de los cincuenta. Pero los británicos no poseen una tradición de iconografla religiosa de naturaleza cinematográfica que coarte el entusiasmo y la convicción a la hora de fabricar estampas. Además, nadie le impide a Morricone sublimar musicalmente lo que se supone debía ser un canto rudimentario de indios recién cristianizados y convertirlo en una demostración de virtuosismo canoro. En cualquier caso, tal y como ya sucedía en Los gritos del silencio, pero con menor apoyo argumental, Joffé toma el partido de los débiles, de quienes siguen la aventura de su conciencia. Eso lleva el filme al terreno de lo obvio, de los buenos sentimientos, en la línea de las ficciones consideradas de izquierdas.,
La misión es una gran película, pero no ejemplo de buen cine. Normalmente, esos son términos antitéticos, puesto que el mejor cine lleva en su interior una capacidad y voluntad de reflexión que resulta en cierta medida autodestructiva, al menos en cuanto a la fuerza del lenguaje, para vehicular contenidos que no sean los que: destila el propio lenguaje.
Joffé es, en este sentido, un cineasta complaciente y poco conflictivo. Y este ser respetuoso con las convenciones del gran espectáculo encuentra también su correlato de obediencia desde el momento en que La misión renuncia a los dos temas polémicos que flotan en el filme: la traición que De Niro hace a su propia naturaleza de pendenciero espadachín, y el no mostrar el conflicto que se establece entre los ritos e ideas católicas y las costumbres Y creencias de los guaraníes. Esto último Joffé lo da por solucionado de manera abusiva con esa hermosa secuencia en que Irons seduce a los indígenas con el sonido de su flauta.
La música es una forma de comunicación superior que ilumina a las tribus salvajes y las convierte al cristianismo. Y el personaje de De Niro se somete al mensaje del filme desde el momento en que es perdonado por los indios que él perseguía para esclavizarlos. Uno de ellos corta la cuerda que le unía al pesado fardo de sus pecados de sanguinario y que arrastraba en busca de una expiación que él creía imposible, pero que Joffé organiza con pulcritud y talento.
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