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Reportaje:

"Querida Jackie... Tuyo, Norman"

Mailer escribió y conservó 52.000 cartas, reflejo de una personalidad excesiva y polémica - Éste es un adelanto de su correspondencia política inédita

Iker Seisdedos

Hacia finales de 1962, uno podía llamar al coloso de las letras estadounidenses Norman Mailer (1923-2007) radical, rebelde, rojo, revolucionario, marginal, forajido, bolchevique, anarquista, nihilista e incluso conservador de izquierdas. Pero no, bajo ningún concepto, progresista. Así se lo hizo saber al editor de Playboy cuando la revista osó presentar como el diálogo entre un "conservador y un progresista" el debate que el intelectual, gran ególatra, y boxeador de los puños y las palabras mantuvo con William Buckley (fundador de National Review).

Y eso sí que no. Porque si algo se desprende de la lectura de la correspondencia política -a la que ha tenido acceso EL PAÍS- mantenida entre 1945 y 2006 por Norman Mailer con escritores, hombres y mujeres de Estado, dramaturgos, lectoresy, en realidad, cualquiera que se pusiese a tiro, es que la beligerancia lo acompañó hasta el final.

Mailer escribió unas 52.000 cartas en su vida. 130 de ellas ven la luz en estos días previos a las elecciones estadounidenses. Se trata de un cuerpo epistolar único centrado en la política, lo que, en el caso de Mailer equivale a decir "50 años de tiempo estadounidense", según escribió para la introducción de su recopilación de trabajos más o menos periodísticos América. Hay epístolas a familiares (padres, tíos y algunas de sus seis mujeres); a mentores (Jean Malaquais, fuerza determinante de su izquierdismo); a amigos o conocidos (Jackie Kennedy, Allen Ginsberg o Arthur Miller), y, por descontado, a sus muchos enemigos, como el inveterado rival Gore Vidal o el senador McCarthy, a quien por telegrama (también firmado en un arranque ebrio por los autores James Jones o William Styron) dijo en plena caza de brujas: "Querido Joe. Nos caes bien, pero deja de hurgar en la mierda".

La cruzada del Comité de Actividades Antiamericanas era la clase de asunto que ponía en marcha la maquinaria de Mailer (suma de ácido análisis, apasionamiento, un ego imbatible y mucha fanfarronería). Casi ningún acontecimiento de esos 60 años escapó a su tratamiento. Ni la bomba atómica sobre Hiroshima (de la que le escribe a Beatrice, su primera mujer, con preocupación, terror y dudas dos días después de ser lanzada); ni la rendición de Japón, que presenció al final de la II Guerra Mundial, acontecimiento que marcaría al joven Mailer hasta inspirarle Los desnudos y los muertos, la obra que le valió la fama literaria.

Vio a mujeres guapas y a negros de mediana edad llorar y después pasó 72 horas pegado al televisor tras el asesinato de Kennedy, según le hace saber al actor Mickey Knox en una carta del 17 de diciembre de 1963. En 1971, explicaba en una misiva a Carlos Fuentes que la primera época de Nixon fue, como buen tiempo de transición, peor que un túnel para un fabricante de eslóganes como él. Recomendó en 1994 a Bill Clinton la lectura de su perfil sobre Madonna para convencerse de que el mundo necesitaba una entrevista entre el entonces presidente estadounidense y el inmodesto escritor. Y si nunca consideró a George W. Bush un buen tipo, sí creía ver, según observó en una carta de 2003, la suerte del diablo tras él.

En cada apreciación subyace la incapacidad para quedarse callado, el gusto por la agitación y el juicio rápido. Todo ello convierte este material en una buena oportunidad para repasar una comtrovertida vida de provocación (incluso aunque se eviten asuntos escabrosos como su alcoholismo o aquella fiesta de 1960 que acabó con el apuñalamiento de su segunda mujer). Su lectura también funciona como el complemento perfecto a la abundante producción del autor, que, siempre (ficción o no) estuvo atravesada por "América". "No había duda de que toda mi obra versaba sobre ese asunto", escribió tras una relectura.

Esa misma preocupación le llevó a tomar cartas (éstas, reales) en la política al presentarse en 1969 a alcalde de Nueva York con el periodista Jimmy Breslin ("¡A la mierda! ¡A la mierda todos!", solía comenzar sus mítines, según Martin Amis) o a participar activamente en el funeral de Bobby Kennedy, a quien había conocido en la realización de su obra Miami y el sitio de Chicago (1968).

"En el discurso de una persona son fundamentales las pausas y las dudas. Que estas cartas salgan a la luz supone precisamente eso: conocer las pausas y las dudas del razonamiento político de Norman. En este material se asiste a su crecimiento como intelectual", opina Lawrence Schiller, cineasta, fotógrafo y escritor, además de director del legado del autor "e inspiración de uno de los personajes de La canción del verdugo".

Bajo los auspicios de Schiller, Michael Lennon y un "equipo de siete personas" han empleado tres años en reunir y clasificar las 52.000 cartas que Mailer escribió y, lo que es más importante, conservó. "Primero, gracias a su madre, quien, convencida del genio de su hijo y de que algún día el mundo desearía leerlas, fue recopilando cada misiva que mandaba. Después, su primera mujer, que hacía copias a carboncillo. Y desde el éxito de Los desnudos y los muertos (1948), sus sucesivas secretarias, a las que dictaba las cartas", explica Schiller. Tan ingente material se ha dividido, después de una criba que dejó el total en 8.000 misivas, en la correspondencia política, la literaria, las cartas dirigidas a famosos y la tocante a temas sociales. Algún día, probablemente de 2011, el conjunto tomará la forma de un libro.

La razón de que las primeras en ver la luz sean precisamente las políticas no es otra que la proximidad de unas elecciones, en las que, Schiller no lo duda, Mailer habría "optado por Obama".

Y si se piensa, tiene cierta lógica la elección de este momento y lugar. Mailer nunca se resignó a no influir en la política de su país. Ni siquiera, según parece, después de morir.Nunca consideró a Bush un buen tipo; pero sí que le asistía la suerte del diablo

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

La casa del gran ego

El bungaló de una playa desierta en Provincetown (Massachusetts) sirvió de refugio a Norman Mailer para escribir, con sus experiencias vividas en la Segunda Guerra Mundial aún frescas, Los desnudos y los muertos, la primera y para muchos mejor obra de una carrera que tomaría dudosas derivas extraliterarias. Muchas de las páginas que seguirían a aquella ópera prima fueron escritas en ese pueblito costero adonde a principios de los noventa se mudó.

Allí, en la casa que continúa como él la dejó el día de su muerte, echará a andar en junio de 2009 la Colonia Norman Mailer para escritores, un lugar para conferencias, seminarios y talleres para jóvenes autores en el que hacer perdurar "la pasión, la habilidad y el empuje que exhibió Norman Mailer durante su carrera de 60 años".

También, cabría decir, su enorme ego. El mismo que siempre le condujo en la literatura, la política y la vida. "Se trata de un evento único en la historia de las letras de este país", explica Lawrence Schiller, director de la fundación que maneja el legado del escritor. "Él siempre hizo las cosas a su modo, y ésta es sólo otra prueba de ello".

De momento, la ambición del proyecto se deja sentir en la nómina de autores participantes: Joan Didion, Günther Grass o William Kennedy, entre otros.

Noviembre, 1960

- "Querida señora Kennedy:

Permítame expresar que deseo estar equivocado en mi miedo a la noche del 7 de noviembre [día en que John Fitzgerald Kennedy venció a Nixon en las elecciones presidenciales]. No estoy de acuerdo con su marido respecto a Cuba [JFK era partidario de derrocar al régimen de Castro], creo que se dispone a cometer un grave error, pero votaré por él, de todas formas. Creo que es más importante que nunca que gane. Es sólo que he perdido ya gran parte del placer de emitir el voto...

Atentamente, querida señora.

Norman Mailer".

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Sobre la firma

Iker Seisdedos
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Licenciado en Derecho Económico por la Universidad de Deusto y máster de Periodismo UAM / EL PAÍS, trabaja en el diario desde 2004, casi siempre vinculado al área cultural. Tras su paso por las secciones El Viajero, Tentaciones y El País Semanal, ha sido redactor jefe de Domingo, Ideas, Cultura y Babelia.

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