La Pirenaica
Sobrevivió a Franco -de quien quiso ser Némesis- casi dos años. Había nacido en Moscú en 1941, apadrinada por la Komintern, cuando la "Patria del Socialismo" parecía derrumbarse bajo el empuje de los tanques alemanes de la Operación Barbarroja. Oficialmente se llamó Radio España Independiente (REI), pero fue conocida con el nombre de guerra de La Pirenaica, porque sus responsables deseaban sugerir la máxima cercanía a la España amordazada.
Ése fue uno de los primeros mitos construidos en torno a la legendaria emisora de radio, pronto convertida en la "voz" más conspicua de la resistencia antifranquista. Nunca estuvo allí, ni fija, ni móvil, aunque hubo quien estaba convencido de que la emisora era trasladada casi a diario de un lugar a otro de la cordillera para burlar a sus enemigos. No estuvo afincada en otros lugares que en la capital soviética -salvo unos meses en Ufa, cuando Moscú estuvo en peligro- o en Bucarest, desde donde emitió a partir de 1955, cuando la "guerra fría" entraba en su fase gélida.
Un sector de la población, imposible de cuantificar, manipulaba cada noche el dial en busca de información y, quizás, esperanza
Tras su creación, Carrero Blanco, subsecretario de la Presidencia, firmó inmediata y secretamente el decreto por el que se creaba -atención- el Servicio de Interferencia Radiada. De ese negociado dependían los insoportables chirridos eléctricos, las insidiosas estridulaciones, los repentinos trompetazos y las encadenadas crepitaciones que siempre acompañaban -como música del infierno- tanto las emisiones políticas o informativas como las lecturas dramatizadas de novelas edificantes cuyos abnegados personajes eran portadores de los valores que adornarían al hombre "nuevo" (y a "su compañera") por el que combatían los comunistas.
Y es que la REI era la emisora del PCE: un eficacísimo canal clandestino que contribuyó extraordinariamente a difundir "en el interior" la idea de que los comunistas eran la única oposición verdaderamente organizada a la dictadura. Radio Pirenaica, la voz de la esperanza antifranquista (Ediciones Marcial Pons), de Luis Zaragoza Fernández, despliega la historia de aquella emisora que fue transformándose a medida que lo hacía el contexto político internacional y, sobre todo, el partido de la que era portavoz e instrumento de propaganda: desde el estalinismo seguidista al "eurocomunismo" de los setenta, del apoyo inquebrantable a la URSS a la crítica de la invasión de Checoslovaquia por las tropas del Pacto de Varsovia. Y que, hasta su disolución en 1977, fue la única radio de un partido político español que de forma permanente y continua presentó una alternativa a la propaganda franquista.
Basándose en una enorme cantidad de fuentes primarias y secundarias (desde el archivo del PCE a la transcripción de los programas; del fichero de cartas de los oyentes a las entrevistas orales con los redactores), Luis Zaragoza reconstruye sin maniqueísmos ni nostalgias la historia de aquella emisora de radio dirigida a un sector de la población imposible de cuantificar, pero que cada noche manipulaba el dial de onda corta de su receptor -sin subir demasiado el volumen- con el propósito de encontrar la información, orientación y -quizás- esperanza que no podía obtener de otro modo.
En aquel precario mercado de noticias, La Pirenaica se convirtió -con sus leyendas y sus mitos, con sus mezquindades y fracasos, con sus escandalosas complicidades y sus implacables denuncias- no sólo en instrumento de encuadre e información de militantes y simpatizantes, sino en una especie de símbolo de resistencia y combate contra el fascismo y por la libertad. En ella trabajaron gentes conocidas -de Dolores Ibárruri a Jordi Solé Tura, de Antonio Ferres o Andrés Sorel a Teresa Pàmies o Peru Erroteta- y otras que nunca llegaron a serlo más que para sus conmilitantes y radioescuchas. Conocer su historia ayuda a comprender mejor un tiempo y un país que hemos dejado atrás. Pero que a veces alguien se empeña en convocar, como los espiritistas a sus espectros.
Babelia
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