Peligro inminente
Al final, va a tener razón aquel que dijo que los toros no hay que prohibirlos, sino dejar que desaparezcan por sí mismos. Ese es el peligro inminente de esta fiesta. De qué valen pomposas declaraciones institucionales si lo que se ofrece en el ruedo es un pestiñazo insoportable; si los toros son cabestros con malos modos; si los toreros unos vulgares pegapases; si las cuadrillas manifiestan una apabullante ineptitud; si al público solo le preocupa el aplauso fácil... Qué importan los antitaurinos si esta fiesta se está consumiendo por dentro, desangrada, moribunda, mortecina y aborregada. Hay que tener paciencia de santidad para aguantar una tortura como la de ayer. Y, encima, pagando; y, además, por segundo día consecutivo. Incomprensible resulta que haya personas con tal sentido de la caridad.
ALCURRUCÉN / SOTO, PINAR, TENDERO
Toros de Alcurrucén, bien presentados, muy mansos, descastados, violentos y deslucidos.
Oliva Soto: pinchazo hondo, un descabello -aviso- y un descabello (silencio); pinchazo y estocada (ovación).
Rubén Pinar: pinchazo y bajonazo (silencio); estocada baja (silencio).
Miguel Tendero: estocada y dos descabellos (silencio); pinchazo y estocada (silencio).
Plaza de la Maestranza. 27 de abril. Cuarta corrida de feria. Media entrada.
Los toros fueron, de nuevo, un auténtico desastre. Guapos, sí, pero mansos de solemnidad, descastados hasta lo insoportable, violentos mucho más allá de lo permisible, sin fijeza alguna, con las caras por las nubes... Pura escoria. Podría salvarse el cuarto, que metió la cabeza en un par de tandas para que se luciera Oliva Soto en otra labor inconclusa. Pero todo fue una inmensa masa de carne fofa. Y esos toros, y los de anteayer, y los bobos impuestos por las figuras acabarán irremisiblemente con la fiesta más pronto que tarde.
Tres chicos jóvenes hicieron el paseíllo cargados -se supone- de ilusión y deseos de triunfo, pero se tornaron en ancianos decrépitos sin capacidad para demostrar un atisbo siquiera de torería.
Oliva y Pinar brindaron al público sus primeros toros y aún se pregunta la gente quién les recomendó tamaña insensatez. Un quite por chicuelinas realizó el segundo y fue el único de toda la tarde. Los tercios de varas fueron la demostración de una incapacidad absoluta de las cuadrillas. Un único par de banderillas decente -el que colocó Javier Andana al cuarto de la tarde- y saludó no porque lo pidiera el público, sino porque se lo ordenó Oliva Soto, su jefe de filas. Nada con el capote en toda la tarde. Nada con la muleta, de una supina vulgaridad los tres, incluido Tendero, con la excepción de una tanda de emotivos derechazos de Oliva al cuarto que no acabó en nada.
Pero si es que está todo al revés: si hasta el torilero de la plaza abre los chiqueros cuando se lo indica el último arenero que se resguarda en el callejón.
Lo dicho: peligro inminente.
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