Elogio de la inteligencia
Hay quienes escriben sobre lo que saben. Para otros, en cambio, el lenguaje forma parte del arsenal con el que se ingresa en el laberinto del mundo para hacerlo inteligible. Para los primeros, la palabra es sólo un instrumento.En los segundos, la palabra se hace estilo: está ligada tan íntimamente al complejo proceso de eso que se llama conocimiento que se convierte ella misma en sabiduría. Deja, por tanto, de ser simplemente un vehículo que transmite una información determinada para transformarse en otra cosa. ¿Qué cosa? Es dificil de definir. Ahí donde la palabra se hace sabiduría, la inteligencia se encarna. Las ideas tienen vida propia. La verdad y la belleza se hacen equivalentes.La obra ensayística de Octavio Paz forma parte de esa aventura. Una aventura en la que se apuesta por completo por el lenguaje. Un lenguaje que deja de ser siervo de los enunciados y que se hace señor. Y que, como senor, gobierna a sus huestes en una batalla perdida de antemano: la de revelar el mundo. El arte y el hombre. La política y la literatura. Existen derrotas, sin embargo que luego se leen como victorias. Quien se acerque a la obra de Octavio Paz con la confianza de encontrar en ella un conjunto de certezas inamovibles ha elegido el cami no equivocado. Porque lo que destaca en sus textos es precisamente todo aquello que cuelga en la cuerda floja de su escritura.
Aquello que ha sabido iluminar -la poesía, México, la filosoffia oriental, las vanguardias, los totalitarismos...- y que paradójicamente regresa después como conflictivo. Su obra, así, es, antes que nada una invitación a pensar de nuevo el mundo A pensarlo y a vivirlo. Porque ahí donde la palabra se convierte en una forma peculiar de sabiduría, la distancia entre el conocimiento y la experiencia se difumina hasta borrarse.
Por eso, quizá, muchos hemos aprendido a leer con Octavio Paz. Y hemos aprendido, sobre todo, que la lectura es una experiencia tan rica como pueden serlo, quién sabe, el amor o el erotismo. El lenguaje deja de ser, en sus libros, ese escollo que nos separa de la vida; esa arrugada lámina a través de la cual observamos lo que ocurre y lo que nos ocurre. Y se metamorfosea en una suerte de río en el que caemos: para perdemos.
Luego, claro, está el personaje Octavio Paz. Y es que, por desgracia, siempre detrás de la obra aparece el personaje, como ese incómodo invitado al que se le hacen entrevistas y del que se espera el diagnóstico preciso sobre los males de nuestro tiempo. Octavio Paz ha participado, y en los últimos años más que nunca, en este singular espectáculo en el que el escritor interpreta el papel de guru.
El espectáculo al que inevitablemente estaba condenado el universo de la cultura. En una sociedad dominada por las reglas de juego del mercado, el escritor debe vocear su trabajo con las consignas de la publicidad. Lo que verdaderamente importa, sin embargo, de los textos ensayísticos de Paz no cabe en el reducido marco de un eslogan llamativo. Aunque sea lo que haya querido dar a entender, por lo menos aparentemente, con sus habituales apariciones públicas. Disfrazado de mesías.
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