Obama no hace 'hip-hop'
Hasta ahora, he evitado unirme al coro universal de alabanzas hacia Barack Obama. Se trata de una táctica preventiva: así evito la inevitable decepción ante el comportamiento de cualquier inquilino de la Casa Blanca, por muy hermosas que hayan sido sus palabras en campaña. Carezco de poderes adivinatorios: ocurre que los historiales de los últimos presidentes demócratas -y no sólo en política exterior- no invitan al optimismo.
Por otro lado, me asombra la unanimidad del mundo musical a favor de Obama, incluyendo la totalidad del rap y sonidos adyacentes. Suena a automatismo racial: es el candidato negro, tiene nuestro voto (y nuestras donaciones y nuestras canciones propagandísticas). Curioso, dado que, en su vida pública, Obama ha huido de la identificación con las causas exclusivamente afroamericanas.
El candidato venera a Malcolm X por su capacidad de reinvención
En realidad, la experiencia vital de Obama tiene poco que ver con la del estadounidense negro. Aparte del hecho de haber crecido sin padre, algo habitual en los guetos. Sin embargo, Obama fue criado por su madre y sus abuelos maternos, liberales blancos; no ha conocido la discriminación. También ha asumido por escrito una etapa loca de su vida -"porros, alcohol, algo de coca"-, pero eso suena de broma frente a la biografía promocional de cualquier rapero hardcore, que se suelen presentar como alumnos de Tony Montana.
En realidad, Obama supone la negación de la ética y la estética dominantes en hip-hop y en el rhythm and blues, con su celebración del "aquí te pillo, aquí te mato" y los alardes de riqueza bling-bling. Los protagonistas de estas músicas hacen todo lo posible por salir del barrio, mientras que Obama siguió el camino contrario, integrándose como activista de base. Y puede que allí continuaría, de no ser bendecido por sucesivos golpes de suerte que un día, no lo duden, serán explicados como una conspiración de la Trilateral o similares.
El discurso de Obama huye del victimismo racial. Naturalmente, es consciente de que el sistema posee mecanismos intrínsecos que juegan en contra de los afroamericanos, aunque también parece sugerir que ellos tienen una responsabilidad colectiva e individual respecto a su situación. Los negros de EE UU pretenden conservar el monopolio de la inocencia racial, pero las crónicas nos recuerdan que cuando estallan disturbios en un gueto las primeras tiendas asaltadas son las de los coreanos (y pobre del propietario que intente impedirlo); la pésima relación con los hispanos, a los que se desprecia por su predisposición a trabajar por sueldos bajos, es otro de los secretos vergonzantes de la comunidad.
Obama difícilmente prosperaría como letrista de rap. No parece interesado en la manipulación de la culpabilidad blanca ni en la exaltación de la negritud. Venera a Malcolm X, no por su estrategia de ganarse el respeto por el miedo, sino por su capacidad de reinvención.
Y es un hombre viajado. Conversando con artistas estadounidenses, uno queda noqueado por su ignorancia del mundo que les rodea. Todavía recuerdo el desconcierto de un (talentoso) rapero californiano, de origen cubano, al ser entrevistado por alguien que le llamaba desde Madrid: "Pero ahí, ¿se habla español?".
Gane o no gane, Obama ha contribuido a desintegrar una de las farsas políticas más penosas de los últimos años: la metamorfosis del ex presidente Bill Clinton en "negro honorario", con oficinas en Harlem y derecho de pernada sobre el voto afroamericano.
Babelia
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