Nuevos reyes del crimen
Desde que el cine existe y Hollywood cultiva las películas de acción con policías y malvados atracadores, estos últimos han ido cambiando de nacionalidad y, consecuentemente, también ha sucedido lo mismo con los agentes del orden, en perfecta simetría de un mundo dividido en dos bandos.Así, después de centenares de italianos émulos de Al Capone, con raíces sicilianas y napolitanas, obsesionados por procurarles una vejez digna a sus mamás, grandes devoradores de pizzas y víctimas casi siempre de su glotonería de espaguetis -¿cuántas veces hemos visto sus cuerpos desplomados sobre platos llenos de pasta, salsa de tomate y queso, mientras sobre el mantel de cuadros se derrama el chianti?-, vinieron las peligrosas bandas de negros recién salidos de Harlem, con un código familiar mucho menos estricto, más preocupados por el color de la piel que por los lazos de sangre, herederos de una tradición de vida nocturna en la que la droga desempeña un papel fundamental. Pronto los puertorriqueños ballones, crueles y aceitosos, les disputaron la primacía en eso de encarnar el mal social.
Apunta, dispara y
.. correDirección, producción ejecutiva y fotografía: Peter Hyams. Intérpretes: Gregory Hines, Billy Cristal, Steven Bauer, Jimmi Smits. Guión: Gary Devore y Jimmy Huston. Música: Rod Tempeton. Título original: Running scared. Estadounidense. Estreno en cine Coliseum, La Vaguada y Salamanca.
Es el momento de los colombianos o argentinos, de chilenos y venezolanos, casi todos ellos muy dados a la cocaína y el palique. En Ocho millones de maneras de morir, con la formidable ayuda de Mario Gas en el doblaje, se nos presentó a un estupendo y paranoide argentino, traficante, aficionado a Gaudí y a los helados de pistacho, y aquí, en Apunta, dispara y... corre, un gigantesco colombiano que exporta ametralladoras e importa droga, más conocido por su rutilante Mercedes plateado que por sus éxitos en el mundillo del hampa, es el responsable de las preocupaciones de la pareja de policías.
Los agentes son un negro y un italiano. El primero, Gregory Hines, es un bromista empedernido, buen bailarín y mejor jugador de baloncesto, el segundo es un hombre celoso y preocupado por la familia. Son hijos de aquellos negros e italianos que extorsionaban a los tenderos de ciertos barrios, controlaban la prostitución o adulteraban el alcohol prohibido.
Estar en el lado bueno, en el de la ley, les permite seguir haciendo lo mismo que sus padres y abuelos, pero con la simpatía y la impunidad que proporcionan una placa. Se dedican a detener sin motivo alguno al hombre con el que vive la mujer que les gusta para poder acostarse con ella, o a actuar de acuerdo con un principio muy simple: no hay que buscar el delito, basta con un delincuente.
Y aquí, desde una perspectiva racista camuflada por el humor, tenemos a una serie de colombianos, y ellos van a pechar con todo. Pero tanta facilidad para cargarles todos los muertos a los de una misma nacionalidad perjudica a la ficción, lo priva de suspense y convierte los asesinatos en meras anécdotas, tal y como lo prueba que la novia de uno de los protagonistas esté en varios momentos a punto de morir sin que la cámara le preste la menor atención.
La conclusión más obvia de la película es que la capacidad de integración de la ficción estadounidense, respecto a los diferentes, es tan rápida como breve es la mala conciencia de la sociedad cuya problemática engendra estos filmes.
Babelia
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