Muere Cabrera Infante, el mago de la palabra
El escritor cubano, el gran referente de la disidencia castrista, falleció en Londres a los 75 años de edad
Guillermo Cabrera Infante murió ayer en Londres a los 75 años. Primero fue una operación de corazón, luego se le fastidiaron los riñones y hace poco, una tonta caída y la rotura de cadera que lo devolvió al hospital, con el que se había familiarizado en los últimos tiempos. Su frágil salud no resistió el nuevo descalabro. Se ha ido así un gran virtuoso de la lengua, un hombre ingenioso y travieso que hizo con las palabras lo que quiso, sacando de ellas no sólo el humor que desencadenaban cuando las juntaba, sino también una honda ternura y una fina elegancia para dar cuenta de las viejas historias que afligen y hacen felices a los hombres.
"Showtime! Señoras y señores. Ladies and gentlemen. Muy buenas noches, damas y caballeros, tengan todos ustedes". Las palabras con las que arranca su libro más famoso, Tres tristes tigres (1967), sirven para definir su literatura. Cuando escribía, Cabrera Infante subía a un escenario para poner a bailar las palabras. Todos sus textos tienen la consistencia de un encadenamiento de solos: imprevisibles, variados, endiabladamente rápidos o contundentes como un sopapo, caprichosos, lentos y melancólicos, pero también desmadejados y caóticos. No es que a Cabrera Infante le gustara la música, es que hacía música.
La amistad y la noche
Su pasión fue el cine. Le gustaba decir que lo que hacía eran libros, que él no escribía novelas. Cada rato hablaba de "contar cuentos". Y así es su obra, un paseo por todos los grandes temas. La amistad, la noche, los viejos afanes para salir de la miseria y cambiar de vida, las pequeñas traiciones que llenan la memoria de heridas, la alegría de pasarlo bien, el placer de tantas y tantas anécdotas y situaciones, el amor y los infinitos juegos que ponen en marcha hombres y mujeres para seducirse, el desarraigo, la muerte.
Nació el 22 de abril de 1929 en Cibara, provincia de Oriente, y fue el hijo mayor de una pareja que había sido de las fundadoras del Partido Comunista de Cuba. Cuando llegó junto a su familia a La Habana, en 1941, quedó fascinado por el vertiginoso ritmo de la ciudad y por la inagotable variedad de las criaturas humanas. Dejó la medicina para empezar a estudiar periodismo en 1950, pero ya le tiraban las aficiones -la literatura y el cine- a las que terminó por dedicarse: en 1952 escribió su primer cuento; en 1954, se convirtió en crítico cinematográfico (firmaba con el seudónimo de G. Caín) de la revista Carteles. Su primer matrimonio fue en 1953 y tuvo dos hijas (en 1954 y 1958), pero conoció a su gran amor, Miriam Gómez, en 1958 y se casó con ella en 1961 tras divorciarse de su primera mujer. Cuando Cuba dio el gran viraje con la Revolución, allí estuvo Cabrera Infante para construir el hombre nuevo. Fue director del Consejo Nacional de Cultura, ejecutivo del Instituto del Cine y subdirector del diario Revolución.
Pero las cosas se complicaron. Su hermano Sabá Cabrera hizo una película -"P. M. dura apenas 25 minutos y es una suerte de documental político, sin aparente línea argumental, que recoge las maneras de divertirse de un grupo de habaneros un día de fines de 1960", escribió GCI- que no gustó a las autoridades, fue tachada de contrarrevolucionaria y prohibida. Hubo polémica en las páginas de Lunes de Revolución, y este semanario cultural que había fundado CGI fue obligado en 1961 a cerrar las puertas. Al régimen empezaban a no gustarle las más nimias críticas, y apartaron al joven escritor colocándolo de agregado cultural en Bruselas. Luego se convirtió en encargado de negocios.
La consagración literaria llegó con el Premio Biblioteca Breve (1964) a Tres tristes tigres. El enfrentamiento definitivo con el régimen de Fidel fue en 1965. Regresó al funeral de su madre y fue retenido por el Servicio de Contra-Inteligencia. Salió de la isla, llegó a Madrid y, después, a Barcelona. Las dificultades económicas y la negativa franquista a regularizar su situación lo empujaron a Londres, donde se instaló definitivamente.
Más allá de la política y del dolor del exilio, lo que siguió adelante fue su obra. En Exorcismos de es(t)ilo (1976) jugó con la literatura; La Habana para un infante difunto (1979) reveló su maestría para el género autobiográfico; Un oficio del siglo XX (1973) reunió sus críticas de cine y Mea Cuba (1991), sus artículos políticos; Puro humo (1985.Traducción en 2000) es su homenaje a la lengua inglesa.
Hubo más libros, guiones (la adaptación de Bajo el volcán, de Lowry, por ejemplo), miles de artículos. En 1997 le concedieron el Premio Cervantes. En una entrevista dijo que quería alinearse junto a Eça de Queiros, que había dicho que "él era de esos que pasan por la vida con una carcajada de tránsito". Su risa ahora ha callado. Sigue intacta en su literatura.
Babelia
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