La palabra hecha cine
Un crítico francés de una ilustre revista cinematográfica, lamentó que esta película fuese demasiado literaria: "¡Qué magnífica novela se ha perdido", vino a decir, "en esta retórica película!". Si sobrevive de su descalabro, aquel experto debe estar todavía mordiéndose la inoportuna mano derecha que condujo su pluma a tamaño disparate.Poco tiene que ver un filme con una novela, incluso cuando sus argumentos -el andamio de los sucesos narrados- coincidan. Aunque parezcan cosas próximas, cuando uno se mete en sus trastiendas descubre tal cúmulo de disparidades entre filme y novela, que resulta chocante que tengan tan pocas tripas comunes. El espejismo de aquel crítico de cine provenía de que oyó en el filme -como en todos los dirigidos por Joseph Mankiewicz, que es un dialoguista de verbo inagotable- muchas palabras y esto le pareció literario. Y es, en efecto, literario, pero no novelístico. La literatura que sostiene al cine es otra, muy distinta, cuando no opuesta, de la que sostiene a la novela.
The barefoot contessa (La condesa descalza)
Dirección y guión: Joseph L. Mankiewicz. Fotografia: Jack Cardiff. Música: Mario Nascimbene. Decorados: Arrigo Equini. Estados Unidos, 1954. Intérpetes: Ava Gardner, Humphrey Bogart, Edmond O'Brien, Marius Goring, Rosanno Brazzi, Valentina Cortese. Reposición en Madrid: cine Picasso.
La condesa descalza -como Ordet, Sacrificio, Eva al desnudo, La regla del juego, La ley de la calle- es la palabra hecha cine, puro cine. Tiene este filme infinidad de movimientos visuales y verbales, unos escondidos y otros visibles en primera mirada. La articulación de imágenes y palabras es en él de tal precisión que un gran cineasta lo llamó disuasorio, asustante, uno de esos "apaga y vámonos" que les viene a la boca a quienes, dedicándose a una tarea, se encuentran hecha ya por otro esa misma tarea en estado de perfección.
Es hoy doblemente oportuna la recuperación de La condesa descalza. En primer lugar, porque nos devuelve en la muerte de Ava Gardner el más bello rastro que su paso dejó en la vida. Y en segundo lugar, porque su visión pone un poco de orden en el actual barullo -provocado por la demanda a destajo de películas prefabricadas- de las adpataciones indiscriminadas de novelas al cine. He aquí un caso de filme literario que pone del revés, como si fuera un saco vacío -que lo es- la lógica de esa marea de adaptaciones: en él la literatura es consecuencia del cine y no, como ocurre ahora, lo contrario, y así le va al cine.
Estamos ante un filme que no es posible dejar de ver y, por tanto, de oir.
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