Literatura con amplificador
El Festival SOS triunfa con una mezcla de alta cultura y música pop
Fue una conjunción de universos paralelos. Fernando Arrabal, copa de vino en mano, daba una de sus charlas milenaristas rodeado de veinteañeros que le trataban como la estrella del rock que siempre ha sido sin saberlo y entre el público Alex Kapranos y Nick McCarthy, de Franz Ferdinand, atendían con cara de interés a la traducción al inglés del surrealista discurso del escritor. Más tarde fueron presentados formalmente. Hubo quien aseguró haberles visto departiendo alrededor de unas bebidas. No fue así. Pero podía haber pasado y ese momento expresaría bastante bien la idea del Festival SOS 4.8 que se ha celebrado este fin de semana en Murcia.
SOS es un festival que intenta combinar distintos planos de la cultura. El más popular, y el que consiguió que días antes de su inicio todas las entradas estuvieran vendidas, son los conciertos de medio centenar de grupos españoles y extranjeros de lo que se entiende por indie. Pero entre su oferta también aparece Michel Houellebecq, más metido en su personaje de escritor atormentado que nunca, que realizó una lectura de poemas. Hay talleres de arquitectura, ciclos de cine, conferencias que pueden ser sobre el tecno de Detroit a cargo del histórico DJ Carl Craig o sobre redes sociales en la que participan eminencias como Lev Manovich, especialista en nuevos medios.
Fernando Arrabal y Michel Houellebecq coinciden con Franz Ferdinand
Esta tercera edición debería ser la del asentamiento definitivo del certamen. Será por lo asequible del abono, 35 euros por los dos días. O quizá sea por lo acertado de las fechas, un fin de semana a caballo entre abril o mayo, antes de que el calendario se sature de oferta festivalera. El hecho es que 35.000 personas llenaron el recinto cada uno de los dos días. SOS 4.8 se ha convertido, junto con Viña Rock, que también se celebraba este fin de semana, en el primer gran evento musical al aire libre de la primavera.
El cartel estaba lleno de bandas con un indudable tirón entre un espectro de gentes cada vez es más amplio. El pop indie empieza a abandonar las catacumbas y el público era un variado batiburrillo de veinteañeros y treintañeros de todo tipo. El viernes se esperaba con curiosidad a Los Planetas, que presentaban nuevo disco, Una ópera egipcia. Pero en general, aburrieron. Los momentos más vibrantes fueron cuando interpretaron clásicos de su repertorio como Santos que yo te pinte. Todo lo contrario pasa con Franz Ferdinand. Es difícil no divertirse con el directo de los nuevos amigos de Arrabal. El único problema es que para aquellos que ya los hayan visto varias veces su show empieza a ser peligrosamente familiar. El dúo canadiense Cristal Castles triunfó con su electrónica desquiciada y la actuación de Delorean, un grupo de Zarauz que en sus 10 años de trayectoria se han ido acercando a la música de baile y que, repentinamente, están siendo apoyados con pasión por los medios especializados más influyentes de Estados Unidos, no pasó de correcta.
El sábado una tormenta bíblica a media tarde inundó parte del recinto y creó problemas técnicos que se tradujeron en retrasos. Los británicos The Magic Numbers dieron una lección de brillantez con su pop de armonías luminoso y feliz. Les seguirán Madness con un descacharrante directo en que todo, desde sus trajes, al sonido remite a 30 años atrás, cuando eran esa banda de jovencitos que reinventaron el ska con brillantez. Un poco más tarde Chris Cunningham, hasta ahora conocido como director de video-clips, presentó un oscuro y magnético espectáculo de imágenes y electrónica. A eso de las siete de la mañana del domingo, los últimos supervivientes abandonaban el recinto mientras sonaba a todo volumen El Danubio Azul, el vals de Strauss con el que Fatboy Slim cerró su sesión y el festival.
Babelia
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