Justicia para un hombre justo
¿Hay justicia en un reconocimiento que llega después de la muerte, al cabo de más de sesenta años de olvido? Pero parece que todo ese tiempo ha hecho falta para que nos diéramos cuenta de hasta qué punto Manuel Chaves Nogales no es un escritor de segunda fila de otra época, sino un contemporáneo nuestro, y que tal vez es más de ahora en la medida en la que fue un extraño en su propio tiempo, y en una gran parte del tiempo que vino después. En los años de la República, en los primeros meses de la Guerra Civil, cuando ideologías agobiantes y partidismos extremos nublaban la vista de casi todo el mundo, Chaves Nogales conservó la excelente costumbre de mirar y de contar con claridad y pasión lo que estaba viendo. Tenía el don del relato, basado en la observación aguda de las personas y las cosas y en la capacidad de escuchar. Ejercía un talento narrativo no contaminado por la necesidad de inventar, de modo que sus crónicas son las mejores novelas en una época en la que la novela tendía a perderse en abstracciones esteticistas o en recetas de realismo social más o menos teñido de costumbrismo.
La novela de no ficción a la que dedicó tantos desvelos Truman Capote la había inventado muchos años antes Manuel Chaves Nogales, y produce asombro y un poco de vergüenza pensar en todo el tiempo que ha hecho falta que pasara para que se le reconozca ese mérito, al menos entre nosotros. Juan Belmonte y el maestro Martínez, bailaor extraviado en el delirio de la revolución bolchevique, son dos personajes que están a la altura de cualquier héroe ficticio, con la ventaja inmensa de que además fueron personas reales.
Pero el don de observar que llevaba tantos años ejerciendo Chaves Nogales parece que sólo se reveló en toda su plenitud con el sobresalto de la Guerra Civil, que él vivió no sólo en primera fila, sino además con los ojos bien abiertos a todo lo que sucedía, con sensatez de republicano progresista no seducido ni por las palabras ni por el resplandor criminal de la sangre, escrupulosamente fiel a la legalidad establecida y enemigo por lo tanto de los sublevados contra ella, pero también de la sinrazón y el desorden que estallaron en un Madrid sin gobierno. Chaves Nogales es el hombre justo que no se casa con nadie porque su compasión y su solidaridad están del lado de las personas concretas que sufren; es el que ve las cosas con una claridad que lo vuelve extranjero sin remedio; el fugitivo que se va quedando sin refugio a cada paso de su huida. Quizás su inteligencia tan aguda le permitió intuir que a pesar de todo el fascismo no prevalecería sobre Europa.
Uno quiere imaginar que en el desamparo y la enfermedad de sus días finales en Inglaterra tuvo la corazonada de que las cosas que había escrito y los valores que había defendido encontrarían alguna vez un camino de regreso hacia España. Sería demasiada injusticia que Manuel Chaves Nogales hubiera muerto abrumado por una negrura sin resquicio.
Babelia
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