Fariseísmo indigesto
"No eres más que una farísea" le espeta con violencia Patrick Swayze, un típico médico norteamericano en crisis de conciencia, a Pauline Collins, curtida católica irlandesa que ha encontrado su vocación misionera entre los pobres de Calcuta. Ambos constituyen uno de los polos del eje de ficción sobre los que se asienta La ciudad de la alegría, que tiene en un campesino indio recién emigrado y en su familia el otro polo. Farisaico, según la tercera acepción del diccionario de la Academia, y como es bien sabido, equivale a hipócrita: lo que le dice Swayze a Collins es que ella se llena la boca hablando de solidaridad con los oprimidos (perdón, con los pobres), cuando en realidad lo que hace en la India es librarse de sus propias tensiones emocionales. ¿Cabe interpretar esta frase como una sinécdoque, como una pequena parte que sirve igualmente para definir un todo? Así lo han interpretado las fuerzas de la izquierda y de la intelectualidad locales, que han aborrecido el filme y lo acusan de ser un instrumento para hacer dinero a costa de los desposeídos.De todas formas, no cabe duda de que La ciudad de la alegría es, desde su base misma, un filme pensado para provocar polémica. No sólo porque su máximo artífice, el británico Roland Joffé, ha construido su filmografía sobre la base de meter el dedo en el ojo ajeno y porque parte de un best-seller de un especialista en la materia, Dominique Lapiérre, sino porque todo en el filme, desde la historia hasta la puesta en escena, están en función de esa provocación al espectador.
La ciudad de la alegría
Director: Roland Joffé. Guión: Mark Medoff, según la obra de Dominique Lapièrre. Fotografia: Peter Biziou.Música: Ennio Morricone. Producción: Jake Eberts y R. Joffé para Lightmovie. Intérpretes: Patrick Swayze, Om Puri, Pauline Collins, Shabana Azini, Ayesha Dharker. EE UU-Reino Unido, 1992. Estreno en Madrid: Palacio de la Música, Benlliure, Juan de Austria, Cartago, Aluche, Picasso Multicines, Excelsior y Florida.
Hipocresía estructurada
La película es un recordatorio para uso de occidentales de los males ancestrales del exótico Oriente. Pero el problema es de qué manera ordena, monta, propone Joffé los elementos de ese recordatorio. Y ahí es donde la película demuestra su real condición farisaica, su hipocresía estructural: más que contar el por qué de esos males ciertamente endémicos, lo que mueve a Joffé es la caridad, y su herramienta es un tratamiento melodramático, si no directamente sensacionalista.
Babelia
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