Inmaduro, puritano y genial
Escandalizado por la lascivia de Madonna y entregado a una maternal Elizabeth Taylor. Así aparece Michael Jackson en las conversaciones que grabó su confesor
Un hombre siempre al borde del vórtice de sus sentimientos y sueños. Así se muestra Michael Jackson (1958-2009) en las conversaciones privadas que tuvo con el rabino Shmuley Boteach, su confesor y guía espiritual entre los años 2000 y 2001. Éste lo desvela en el libro Las confesiones de Michael Jackson, que llegará a las librerías españolas el 10 de febrero bajo el sello de Global Rhythm. La transcripción de esas sesiones de ayuda emocional fueron editadas en Estados Unidos el pasado septiembre, tres meses después de la muerte del artista por sobredosis de calmantes, en medio de una polémica interminable.
Uno de los aspectos más novedosos del libro es el retrato que deja Jackson a través de su relación con cinco mujeres clave en su vida: Elizabeth Taylor, Shirley Temple, Madonna, Lisa Marie Presley y Brooke Shields. Una encrucijada de admiración-culpa-deseo-amistad-amor-expiación.
"Era salvaje, estaba fuera de control", dice de la autora de 'Like a virgin'
De Brooke Shields: "Yo era admirador suyo. Tenía su foto por todas partes"
"No quiero vivir... No me gusta. Creo que hacerse viejo es lo peor... Terrible"
El cantante tenía ínfulas de semidiós con poderes sanadores
Con Brooke Shields vivió una experiencia especial. Empezaban los años ochenta, ella era la mujer más linda y deseada mientras él iba camino de coronar el Olimpo musical con Thriller. Una noche se desveló de pura felicidad. Acababa de bailar con la actriz de El lago azul, su amor platónico. Así es que cuando él regresó a casa y entró en su habitación tapizada con fotos de la estrella del cine se desbordó de dicha e improvisó en solitario un recital de baile en su habitación-capilla. Hasta que la magia se desvaneció cuando "ella hizo un acercamiento muy íntimo" y él entró en pánico... Después llegaría el arrepentimiento, porque "debería haber sido más valiente". Años después habría de evocar con alegría y pesar aquella felicidad.
Jackson descubrió que su paraíso no sólo era jugar al escondite. Y ve su vida en el espejo de Elizabeth Taylor y Shirley Temple. Le resulta más fácil relacionarse con figuras maternales como ellas o su madre y su hermana Janet. "Venimos del mismo sitio... Así que Elizabeth entiende el mundo de donde yo vengo. Nos comunicamos sin decir una sola palabra. También me pasa con Shirley".
Incluso a esta última llega a confesarle que ella le ha salvado la vida: "Tantas veces he sentido que ya no podía más y he querido tirar la toalla, pero entonces miraba tu foto y eso bastaba para sentir que había esperanza y que podía superarlo".
Acorralado por sus propias necesidades afectivas, el artista enfrenta en los noventa su relación más turbia y turbulenta con otra estrella de la música, Madonna. Una amenaza latente que lo descoloca y lo confronta con su moral, inseguridades y prejuicios; además de creer que ella le tenía envidia y celos. Relata con cierto resentimiento la manera en que al comienzo de su relación ella estableció las condiciones de antemano advirtiéndole, entre otras cosas, que se negaba a ir a Disneylandia. Es una relación de perros y gatos.
Ella lo escandaliza. Y él reconoce que sabe cómo tocar las teclas adecuadas para conseguirlo. "Creo que su amor por mí era sincero, pero yo no estaba enamorado. Eso sí, hacía muchas locuras: yo sabía que no teníamos nada en común". Y a Madonna le encantaba provocarle con juegos lascivos: "¿Qué te parecería si te llamara por teléfono para contarte que tiene los dedos entre las piernas? A mí me lo hacía y yo le contestaba '¡ay, Madonna, por Dios!', y ella me salía con 'cuando colguemos, quiero que te toques pensando en mí'. Ése es el tipo de cosas que te suelta todo el tiempo. Y cuando la vuelves a ver te dice: 'Éste es el dedo que usé anoche'. Era salvaje, estaba completamente fuera de control". Pero el que quedaba más descontrolado era él.
Sobre su relación mitómana a través de Lisa Marie, la hija de Elvis Presley, con la que se casó en 1994, dice que era "genial". Eso sí, discutían: ella "era muy territorial con sus hijos. Eran su mayor preocupación y yo le decía que no, que todos los niños son como hijos nuestros, cosa que nunca le gustó oírme decir".
Michael Jackson reconoce que las mujeres que más le interesaban eran las que no estaban siempre disponibles, aquellas a las que tenía que perseguir. "Las que tenían clase y eran discretas y no pensaban sólo en el sexo y toda esa locura, porque eso no es lo mío. No entiendo muchas cosas que ocurren en las relaciones y no creo que llegue a entenderlas: pienso que eso es lo que ha ido mal en mis relaciones, no comprendo cómo la gente hace ciertas cosas. Portarse mal o ser vulgares con su cuerpo". Buscaba un amor "muy puro".
Pudo ser Brooke Shields. "Fue uno de los grandes amores de mi vida. Salimos mucho juntos y, antes de conocerla, yo era admirador suyo y tenía su foto por todas partes, en las paredes, en el espejo...". Se citan, bailan y sus palabras evocan la noche en que la ilusión de su felicidad quedó atrapada en aquel recital de baile solitario. Habla como si hubiera dejado escapar un paraíso. Era el cruce de su destino en que con 23 años dejaba de ser el pequeño de The Jackson Five y estaba a punto de convertirse en el Michael Jackson catalogado de genio musical.
Aquellos sentimientos, emociones y sueños tránsfugas que se bifurcaron o lo acorralaron lo llevaron a desconfiar de todo. Más tarde habrían de asaltarle nuevos miedos, como el que eclipsaba su carrera por los temores a envejecer y que lo llevaron a afirmar: "No quiero vivir... No me gusta (...) Creo que hacerse viejo es lo peor. Cuando el cuerpo empieza a dejar de funcionar y te vas arrugando... Me parece terrible".
Las revelaciones de las sesiones privadas que ha hecho el rabino Boteach en el libro también confirman muchos de los rumores que siempre acompañaron al artista. Las palabras y anécdotas de Jackson corroboran aspectos como su síndrome de Peter Pan, su amor obsesivo-protector por los niños, su desencuentro con el mundo, sus excentricidades como salvavidas, la sensación de orfandad ante el éxito y la fama, su ambivalencia ante el sexo, su autoproclamada inocencia ante las acusaciones de abuso sexual a menores y su ansia por encontrar siempre el brillo del talento. Junto a esto ya sabido, hay otros laberintos de su personalidad como por ejemplo sus ínfulas de semidiós con poderes sanadores.
Una serie de infortunios que empezaron a precipitarse en la vida de Michael Jackson tras aquel fulgor de felicidad bailando en secreto y lleno de ilusión ante las fotos de Brooke Shields.
ELPAÍS.com publica el lunes 25 de enero varios extractos de Las confesiones de Michael Jackson
Babelia
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