Historias del teatro
Se dice de las revoluciones que acaban casi siempre devorando a sus hijos. El cine no iba a ser una excepción, y Truffaut, mucho menos. No se sabe si en contra de su voluntad o no, a sabiendas o víctima de presupuestos superiores; puede también que a causa de que la edad no perdona, el caso es que este realizador ha ido cumpliendo su ciclo corno tantos desde los tiempos de la nueva ola a otros más seguros Y clásicos. Hoy por hoy, convertido en pregonero cinematográfico de la cultura francesa tradicional, olvidados sus empeños críticos anteriores, su obra va desde Adela H a esta historia de un teatro francés en los tiempos de la ocupación y la última guerra.Aun a sabiendas de la importancia del teatro en París, aun entendiendo lo que de convencional tiene el arte de la escena, es preciso una especie de estado virginal para tomar en serio toda esa historia del director genial encerrado en el sótano convertido en estudio, bajo el mismo escenario donde su mujer interpreta, libre de toda sospecha. Esta fábula, en la que todo aparece atado y bien atado en demasía, para irlo luego exponiendo ante los ojos de un espectador benévolo, choca o chirría con la serie de anotaciones marginales que a veces afloran, como la persecución de los judíos o el amor que, como se adivina, acabará por unir a los actores principales. Los personajes son tipos solamente; cada cual interviene cuando se le necesita. Su aventura personal -sorpresas calculadas aparte-, añade poco a un mundo que se supone el centro del drama.
El último metro
Dirección: FranCois Truffaut. Guión de Truffauty Suzanne Schiffman.Fotogrqfia de Néstor A Imendros. Intérpretes: Catherine Deneuve, Gerard Depardieti, Jean Poiret, Heinz Bennet. Francia. 1980. Comedia. Locales de estreno: Palace, Bulevard, Peñalver.
Truffaut es un director inteligente, sensible, o, si se quiere, elegante; pero, como el protagonista de su Buen salvaje, ha vuelto paulatinamente a un modo de hacer cine contra el que clamó en su día y que hoy debe de parecerle tan afin como la propia carne. Si se compara este metro postrero con la última película de Godard, por ejemplo, cualquiera diría que pertenecen a generaciones separadas por años luz. La aventura de Godard perdura en la crítica, en la búsqueda de nuevas formas de expresión; la de Truffaut mira, en cambio, a un público fundamentalmente conservador, dentro y fuera de Francia. Uno sigue intentando el ciñe; otro, a fuerza de ensalzar la escena, ha montado una sesión antigua de teatro en la que la Deneuve se mueve a sus anchas entre un joven actor y un marido disfrazado de artista grotesco, convertido en fantasma de la ópera.
Bien realizada, fotografiada por un experto en tales menesteres, interpretada al modo convencional que el género exige, esta historia, que años atrás se juzgaría de buen tono, a nadie ofende o hiere; defiende causas ya consagradas o vencidas en filmes anteriores, y se cierra con un final feliz, opuesto justamente a Jules et Jim, donde prevalecía la pareja. Judíos perseguidos, actores que preparan tocadiscos explosivos, nazis de cartón piedra, lesbianas respetables; todos pueden dormir tranquilos donde quiera que estén; no es fácil que este Truffaut académico alborote sus días o sus noches.
Babelia
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