Hacer cine y no morir en el intento
Los tres meses de prisión y la liberación, ayer, de Jafar Panahi simbolizan el viacrucis de los directores iraníes molestos para el régimen de Ahmadineyad
Jafar Panahi recobró ayer la libertad tras depositar una fianza de 2.000 millones de riales (unos 150.000 euros) y después de 10 días en huelga de hambre. El director de cine iraní pudo abandonar la cárcel de Evin, reunirse con su familia y acudir a una revisión médica. Pero se trata de una libertad provisional, pendiente de un juicio por un delito que las autoridades judiciales no han dado a conocer, y que no incluye su libertad de expresión como cineasta, un oficio que cada día afronta más trabas en Irán. El caso de Panahi, director de El círculo y uno de los realizadores iraníes más conocidos, ha desatado una fuerte movilización internacional. Pero no es el único.
"Sí, ha sido liberado y está bien", confirmó su esposa, Tahereh Saeedi, a la agencia France Presse. Horas antes, un comunicado de la Fiscalía de Teherán había anunciado su puesta en libertad bajo fianza "una vez concluida la investigación y remitido su expediente al tribunal revolucionario". La presión dentro y fuera de Irán y la huelga de hambre de Panahi también parecen haber influido en la repentina diligencia judicial después de tres meses de encarcelamiento. La primera visita del director fue al médico para que le prescribiera un régimen alimenticio tras los 10 días de ayuno en la cárcel.
Los fiscales acusan a Panahi de un delito, pero no han concretado de cuál
Teherán niega visados para tomar parte en festivales internacionales
Panahi, de 49 años, se declaró en huelga de hambre el domingo 16, después de 77 días encerrado en la cárcel de Evin, sin haber recibido asistencia letrada. En una carta dictada a su mujer aseguró que no iba a ingerir alimentos o bebidas hasta que se le permitiera ver a un abogado, recibir la visita de su familia y quedar en libertad a la espera de juicio. El director tomó tan drástica decisión después de que la noche anterior le obligaran, junto a sus compañeros de celda, a permanecer desnudo a la intemperie durante una hora y media. También le amenazaron con encarcelar al resto de su familia.
El efecto de su anuncio fue casi inmediato. El pasado jueves, recibió la visita de su familia, su abogado e incluso el mismísimo fiscal general de Teherán, Abas Yafar Dolatabadí. El fiscal pidió que se examinaran sus peticiones y las de otro director menos conocido, Mohammad Nurizad, que también estaba en huelga de hambre en esa prisión, tras recibir una paliza en el patio que al parecer le afectó a la vista. Nurizad quedó en libertad el domingo por la noche.
La silla vacía en el Festival de Cannes, el llamamiento de Abbas Kiarostami, las lágrimas de Juliette Binoche y la carta de 85 cineastas iraníes (menos publicitada, pero enormemente valiente) han puesto en el punto de mira a un régimen que intenta silenciar a sus cineastas y ni siquiera les dice de qué les acusa. En el caso de Panahi, todo parece indicar que su delito es simpatizar con la oposición y haber apoyado a Mir Hosein Musaví, el frustrado candidato a la presidencia en las controvertidas elecciones del año pasado. Sus seguidores se muestran convencidos de que el Gobierno manipuló los resultados para impedir su triunfo.
El fiscal siempre ha insistido en que a Panahi no se le había detenido "ni por ser un artista ni por motivos políticos", sino porque había cometido un delito, delito que sin embargo nunca se ha concretado. A mediados de abril, el Ministerio de Cultura y Orientación Islámica dijo que su detención era "un asunto de seguridad" y que el cineasta "preparaba una película contra el régimen sobre los sucesos post electorales".
Da igual cuál sea el tema: en Irán, para lograr el permiso de rodaje, los cineastas tienen antes que someter los guiones a la censura. Luego, una vez que la película está lista, su productor debe solicitar una licencia de distribución. A menudo se les exige que recorten secuencias donde perciben o imaginan una crítica al régimen islámico.
Esas barreras a la creatividad han hecho que en la última década conocidos directores como Abbas Kiarostami, Bahman Ghobadi o el propio Panahi hayan optado por rodar sin autorización al precio de no poder exhibir sus obras dentro de Irán. De la excelencia de su trabajo dan prueba los numerosos premios y galardones que han recibido en distintos festivales internacionales, pero ni Copie Conforme, de Kiarostami, ni Offside, de Panahi, ni Nadie sabe nada de gatos persas , de Ghobadi, pueden verse en las salas iraníes.
Ahora incluso eso molesta a las autoridades. A mediados de este mes, el viceministro de Cultura para Asuntos cinematográficos, Javad Shamaqdarii, anunció la obligatoriedad de obtener autorización también para exhibir cualquier producción en el extranjero, con independencia de que se tenga permiso para la distribución en el mercado nacional. Quienes violen la norma, no rodarán durante un año.
De momento, ya han prohibido que Kitab-e qanun (El libro de la ley), del director Maziar Mirí, se muestre fuera de Irán. En esa comedia, un iraní se casa con una francesa que se convierte al islam y se sorprende de la distancia entre las enseñanzas religiosas que recibe y la práctica cotidiana, mucho más relajada, de su entorno. También han rechazado la difusión internacional de Hich (Nada), de Abdorreza Kahani, un drama social sobre una familia sin recursos.
El pasado diciembre, el Ministerio de Cultura también advirtió que tomaría medidas contra los actores y técnicos que colaboren en el rodaje de películas que se rueden. El aviso se produjo a raíz de que la película Keshtzarha-ye sepid (Las praderas blancas) de Mohammad Rasulof, recibiera dos premios en el VI Festival Internacional de Cine de Dubai. Rasulof fue detenido junto con Panahi el pasado 1 de marzo, aunque quedó en libertad tres semanas después.
Los Makhmalbaf, la pesadilla del régimen
- La saga Makhmalbaf conoce el sufrimiento de ser iraní y dedicarse al cine. El patriarca familiar, Mohsen, fundador de la Majmalbaf Film House y exiliado en Tayikistán desde hace cinco años, su mujer, la guionista Marziyeh, y sus hijos Samira, Maysam y Hana, han sufrido ataques por parte de intransigentes: bombas en pleno rodaje, intentos de secuestro... "No me gusta mi país, cada vez hay más censura y represión", declaró hace dos años Mohsen Makhmalbaf a EL PAÍS.
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