Género de la libertad
Sin negar el carácter dominante de esa tendencia que convierte todas las películas norteamericanas de gran presupuesto en una loa del infantilismo -de Superman a Gremlins-, conviene distinguir entre ellas y negarse a cierto tipo de generalidades sociológicas. Así, por ejemplo, es abusivo explicar el fenómeno a partir de la crisis económica y social, decidiendo que En busca del arca perdida es un claro modelo de película evasiva en la que se parte del axioma "cualquier tiempo pasado fue mejor".Sin negar que algo hay de cierto en la explicación y que los Spielberg, Lucas, etcétera, juegan con la nostalgia y desorientación de la gente, tampoco estará de más recordar que a esa crisis global hay que sumar las de un tipo de cine que, una vez desaparecida la censura institucional, la encuentra a faltar como punto de referencia para discursos que se pretendían personales; que ese mismo cine convirtió su libertad en género, con la consiguiente degradación.
Calles fuego
Director: Walter Hill. Intérpretes: Michael Faré, Diane Lane, Rick Moramis, Amy Madigan. Guión: W. Hill y Lany Gross. Fotografía: Andrew Laszlo. Banda musical. Ry Cooder. Estados Unidos, 1984.Estreno en los cines Albéniz, Bulevar, La Vaguada M-2 y Salamanca. Madrid.
Por último, no hay que perder nunca de vista la edad media del público -siempre más joven- ni la batalla que el cine tiene planteada con la televisión, batalla que en estos momentos se libra con la ayuda de armas simples pero eficaces: la superior capacidad del cine para fabricar emociones de masas, es decir, para hacer reír, aterrorizar o llenar die lágrimas las plateas. Vamos, que el medio caliente busca lo que más le diferencia de un medio frío, como la tele visión, para ganarse al público.
Recordar
Walter Hill, al hablar de las razones que le llevaron a rodar Calles de fuego, afirma preferir las películas con las que la gente puede recordar las cosas que ha olvidado a aquellas que pretender descubrir algo nuevo", declaración de principios que completa con la relación de cosas por las que siente simpatía: "Coches suntuosos, he sos bajo la lluvia, trenes nocturnos, persecuciones a gran velocidad, peleas de bandas, estrellas de rock, motos, chistes en situaciones críticas, chaquetas de cuero y problemas de honor".Se trata de una recopilación de los elementos clásicos de una mito logía adolescente dentro doe una fábula que niega, a base de situarse al margen, las ideas de progreso, futuro o utopía. En el mundo inventado por Hill se funden aspectos típicos de los años cincuenta o sesorita con otros de los ochenta, en un imaginario planeta-rock.
Calles de fuego pertenece, pues a ese cine que busca emociones de masas y las genera a partir de una gran estandarización; pero en el caso concreto de la película de Walter Hill esto no equivale a renunciar a cualquier atisbo de discurso personal, a borrar la tentación de sentirse artista. Probablemente sea ese deseo de singularidad, esa distancia respecto al mundo que se pone en imágenes, ese partir del recuerdo y convertirlo en un pastiche; ese, en definitiva sentido del humor lo que hace de Hill un cineasta distinto, Más apreciado en Europa que en Estados Unidos. La inventiva visual que despliega en Calles de fuego no se limita al gusto con que se han diseñado tipos, vestuario o decorados, sino, y sobre todo, a la manera misma de narrar, una sabia mezcla entre hallazgos de nuevo cuño y parodia de gestos . antiguos mitológicos, que van desde la manera de manejar un cuchillo hasta parar un autobús con las manos. Esto último, que podría parecer del Spielberg burlón, si funciona y tiene sentido es porque,al mismo tiempo que un insensato acto de chulería, se cuenta con la complicidad del chófer, que, como el director, cree y no cree en el héroe.
Más próxima a The warriors -una sofisticada traslación al universo neoyorquino de las bandas juveniles de la Anábasis de Jenofonte- que a Driver, que probablemente sigue siendo su mejor obra -y en la que coexistían Ryan O'Neal e Isabelle Adjani, lo que ya era manifiesto de postulados artísticos-, Calles de fuego deja en ridículo a todos esos fanáticos del videoclip que pretenden que una imagen memorable sea lo mismo que una imagen imposible. Hill, sin salir de la caricatura, fundándose en un ritmo trepidante, una gran habilidad para servirse de todo tipo de movimiento -de personajes, objetos o cámara- y el ya mencionado sentido del humor, logra que los personajes vivan, lleguen al final de la ficción sin haberse agotado en su estereotipo. Claro que tanto talento podría utilizarse para mejores causas, pero la del espectáculo puro y simple tampoco es desdeñable.
Babelia
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