García Calvo: "Mis poesías nacen de mucha falta de amor"
Agustín García Calvo, catedrático de la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Complutense, y sin duda uno de los profesores más heterodoxos de cuantos ejercen, es noticia por la publicación de su último libro de poesía, Relato de amor, y porque la cantante María Jiménez ha incluido en su repertorio una canción con texto del profesor.
Pregunta. Profesor García Calvo. ¿Considera que su poesía y su prosa son sexys?
Respuesta. No sé lo que es sexy. Me niego a cualquier cosa que hable de «sexo», idea que no sirva más que para reafirmar su contrapuesta con la de AMOR (con mayúsculas). ¡Que todo se confunda amorosamente! Y, así, las poesías que he solido hacer pueden muy bien ser amorosas; por lo menos nacen de mucha falta de amor
P. Entonces, ¿puede explicarnos qué hace María Jiménez cantando una de sus canciones con letra de Agustín García Calvo?
R. No he oído ni visto a la cantante de que me hablas; ni siquiera sé bien de qué canción se trata; supongo que será la de Libre te quiero, que ha popularizado relativamente Amancio Prada y no sé si la cantará con la música que él le puso o con otras. En todo caso, esta cuestión toca un punto importante y doloroso: la separación entre la poesía de los cultos y la canción. para las masas. Por mi parte habré luchado apenas con más ánimo en otro frente que en este de intentar romper la maldita separación, incitando a los poetas a que, saliendo del sepulcro del libro, traten de hacer algo útil, utilizable para la gente.
P. ¿No tendrá usted un poco de culpa de todo esto por haberse metido en el mundo de la música cediendo letras a Amancio Prada?
R. Con Amancio, como antes con Chicho Sánchez Ferlosio y con algún otro amigo, no es que haya hecho cesión de letras, sino que he recibido con mucha alegría la idea de que sacaran de las páginas a la música algunos de los versos que hacía y, hasta a veces, he celebrado un poco con ellos la empresa. Amancio, en lo que entiendo, hace todavía canciones un poco para público culto. Justo castigo es para él y para mí que esa cantante que me dices, al parecer más popular o más masiva, haya tomado por su cuenta alguna de nuestras canciones.
P. Relato de amor, uno de sus libros, una recuperación de la poesía narrativa, ¿puede ser el camino para recuperar al lector de poesía, últimamente perdido?
R. Ese largo poema es más bien una endecha, en la que el elemento narrativo no es más que una parte, que se entrelaza con otras, líricas, dramáticas, sermonales; confío en que no del todo inarmoniosamente. Desde luego ahí el deseo ferviente es que el poema no quede reducido a los clientes habituales de la literatura (muchos de éstos, por el contrario, encontraron graves dificultades para recibir siquiera como poesía semejante engendro), sino que puede llegar al entendimiento de gente corriente y a su sensación y sentimiento; y más que leyéndolo en silencio, oyéndolo de viva voz o haciéndolo resonar en la memoria, que para eso es más bien para lo que está hecho, desde el manojo del verso que para esta ocasión se me ha inventado (una especie de síntesis entre el verso dactídico de la época antigua y los romances con asonante de la tradición castellana) hasta la elección y desarrollo de unas cuestiones y pasiones que, con la apariencia de muy íntimos, confían en ser un poco las cuestiones y pasiones de cualquiera.
P. Ya que últimamente se ha dedicado a traducir y sobre todo a hacer una traducción rítmica de Sueño de una noche de verano, de Shakespeare, ¿puede decirnos cuánto tiempo ha tardado en realizarla?
R. Yo explico en el prólogo algo de cómo se hizo la versión de la primera mitad del Sueño de una noche de verano. Hace años, en Sevilla, y ahora el año pasado, a lo largo de los ratos perdidos de tres o cuatro meses, se ha rehecho y completado. De una manera semejante aparecerá en estos días la versión del Macbeth que en tiempos representamos en los pueblos de Zamora y que ahora rehíce; así como acabo de terminar la versión de la más vieja comedia de Aristófanes que podrá titularse: Los carboneros.
P. En su obra Tres farsas trágicas y una danza titánica, dos de las piezas hablan de la distinción hombre-mujer como fruto de un accidente más que como algo natural. ¿Cómo debe el lector tomarse esta teoría venida de los griegos?
R. Pienso que el lector, o más, bien, el oidor y espectador de esas farsas y danza, que sólo en su posible uso para la escena tienen vida y sentido, recibirá la visión que dices de la contradicción entre «hombre» y «mujer» como algo accidental (el accidente que condiciona toda la historia y condena de los hombres y de sus sexos) que lo recibirá, digo, como una sospecha que está en el fondo de los corazones de cualquiera (corazones que se rebelan contra la imposición de la ley del Señor como ley natural) y que si entre los antiguos se contaba ya el mito de Prometeo y Pandora y en otros muchos, es justamente porque ellos responden a esa sospecha de cualquier corazón.
Babelia
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