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Ricardo Urgoiti, un ingeniero de la "generación del 27"

Somos varios los allegados de Ricardo Urgoiti que, sin tener el hábito ni el don de volcar en la palabra escrita nuestras emociones, nos hemos sentido movidos, de modo acuciante, a tomar la pluma, al saber que se nos acababa de morir cuando salía del mar en la playa de Fuenterrabía.Ricardo Urgoiti frecuentó a lo largo de sus 79 años de vida múltiples áreas de curiosidad y competencia, que rara vez se armonizan en la experiencia de una vida. En su formación, así como en sus entusiasmos y proyectos juveniles, no pesaron menos música y humanidades que matemáticas y técnica. Terminada la carrera de ingeniero de Caminos y cumplida una etapa de trabajo y estudio en Estados Unidos, halló un cauce común para sus conocimientos y aficiones al fundar Unión Radio. Desde que nació la empresa tuvo a su cargo la dirección técnica y administrativa de un medio de difusión cuya importancia pocos españoles reconocían por entonces.

En Ricardo se cumplió el signo generacional de sentirse ciudadano del mundo entero. En todas partes se encontraba en casa y se ganaba amigos, sin tener que alterar para nada sus hábitos de trabajo, ni la manera muy suya de proyectar en el trato social su cálida personalidad.

Tenía, además del arte de contar, yendo siempre a lo esencial y salpicando el relato con golpes de ingenio, a los que daba una gracia especial el control de voz y modulación que en los tiempos de Unión Radio hacían de él, circunstancialmente, un locutor perfecto. Y menciono este detalle porque en mi niñez, lo que más me enorgullecía de mi tío Ricardo era haberle oído leer boletines de noticias desde el Ministerio de Gobernación en alguna hora de cris politica.

Dotado de un organismo de singular fortaleza y de una mente de muy alto calibre, Ricardo parecía hecho para vivir, gozar y triunfar en todas las dimensiones de la existencia. Y la vida no le regateó sus halagos. Descontadas las tristezas y decepciones que sufrieron todos los españoles con motivo de la guerra civil, puede decirse que llegó como hijo predilecto de la fortuna, no hasta el fin de sus días, pero sí hasta la edad de la jubilación. Luego, una ley implacable de compensaciones colmó de dolor los últimos años de su vida, arrebatándole a sus hijos Ricardo y Fernando -cuyas personalidades se situaban también en encrucijadas de vocación artística y actividad empresarial-, y llevándole gradualmente hacia la ceguera. Pero aun tn esa vejez ensombrecida, si bien rodeada de cariño, luchaba contra el desaliento. Aunque él lo negaba, le interesaban muchas cosas, y conservaba un espíritu joven, directo en la crítica, más humorista que irónico, más impaciente que gruñón y más emotivo que sentimental. Por eso fue, el fin, un nuevo don del cielo que sus ojos amortiguados y sus brazos se llenasen de mar y de sol, y sus oídos, de rumores de paya en los instantes en que precedieron al súbito silencio.

Junto a un nuevo estilo de vida se dio en Ricardo Urgoiti una voluntaria línea de continuidad respecto a la obra de la generación paterna, que fue la del 98, en que ha de inscribirse la figura, siempre venerada por él, de su padre, Nicolás María de Urgoiti, quien fundaba y regía empresas tales como la Papelera Española, la Editorial Calpe y los diarios El Sol y La Voz, movido por el preocupado amor a la realidad española y los planteamientos de renovación que fueron el sello del momento finisecular y los principios del siglo XX. El hecho de que el hijo del fundador de El Sol fundase Unión Radio me parece significativo, y no sólo en el contexto biográfico, ya que ilustra actitudes de la generación frecuentemente denominada del 27, en que tanto la cronología como su propia personalidad encuadran a Ricardo Urgoiti.

No aludo estríctamente a los poetas que forman el grupo de mayor cohesión y hasta hoy mejor estudiado de aquellas promociones de españoles dinámicos que alcanzaron su madurez en el fecundo período de los años veinte. Asimilando a la savia de sus raíces propias el espíritu cosmopolita y, hasta cierto punto, los gustos de vanguardia de la hora que les tocó vivir, esta generación marcó un hito de tono plenamento europeo y de proyección universal en la trayectoria de la cultura española, y esto, sin quebrar, sino más bien haciendo resaltar sus rasgos medulares. El pulso de Ricardo late al unísono de este momento. No me toca a mi calibrar el peso de su aportación, pero es evidente que contribuyó al tono de la época la existencia de una red emisora muy al día, muy vital, cuyo diario hablado, La Palabra, tuvo digna calidad periodística, y cuyos programas musicales, modelo de apertura a todo lo nuevo, ofrecen también gran variedad de repertorio clásico.

Hojear la revista de radiodifusión Ondas, fundada a la par que la emisora y dirigida también por Ricardo, es respirar un aire de abierta curiosidad por cuanto ocurre en el mundo y de confianza en los inventos y creaciones del día.

Ricardo Urgoiti fue uno de los colaboradores de Luis Buñuel en la fase temprana del cineclub y figura en la nómina de sus conferenciantes, junto a personalidades tan representativas de aquellos años, como Ramón Gómez de la Serna, Federico García Lorca, el propio Buñuel o el doctor Marañón. Todo ello indica que en él se dieron las «afinidades o convergencias estéticas o de época» -en palabas de Guillermo de la Torre- que perfilan el carácter de una generación. Rasgos reconocidos por la crítica en los hombres del 27, que en Ricardo se dan con fuertes realces, son, como ya he indicado, la compatibilidad de una actitud profesional sería con un cierto aire de juego en todas las actuaciones, la tendencia a asumir el espíritu cosmopolita del día y la vinculación intelectual a figuras de las promociones que los precedieron, nota que puso de relieve Dámaso Alonso al caracterizar el grupo poético de que forma parte. Dentro de esta línea ha de destacarse entre los escritores jóvenes el reconocimiento de la actuación rectora de Ortega y Gasset, a quien Ricardo también profesó respeto y amistad.

Lo mismo puede decirse respecto a Manuel de Falla. Muy influyente entre los hombres del 27, y ya coetáneo suyo en mentalidad fue Ramón Gómez de la Serna, que asimismo estuvo ligado a Ricardo por una admiración mutua que data de los años de apogeo a que nos referimos. Un detalle anecdótico significativo es que Dámaso Alonso y Ricardo Urgoiti coincidieron al terminar el bachillerato en un curso avanzado de matemáticas, guardando cada uno de ellos vivo recuerdo del precoz talento del otro. Durante un curso había sido también el último compañero de colegio, en San Sebastián, de Xavier Zubiri, iniciándose entonces una amistad que apreció mucho hasta el fin de sus días.

Pudiera la lista prolongarse citando otras personalidades -por ejemplo: Miguel Catalán, en el campo de la investigación científica; Fernando Vela, en el del ensayo, o Gustavo Pittaluga, en el de la música-, a través de las cuales Ricardo se relaciona con el núcleo crucial de la residencia de estudiantes. Y no puede omitirse el nombre de su fraternal amigo el compositor Fernando Remacha.

Prefiero evocar el otro polo de la mentalidad de Ricardo. Acaso porque tuvo una niñez colmada, aunque nada regalona -mis abuelos eran partidarios de tensar al máximo la capacidad de asimilación intelectual de sus hijos- supo no perder contacto con el mundo mítico de la infancia. Alrededor suyo siempre hubo una comparsa de cuatro niños -sucesivamente los hermanos menores, los primeros sobrinos, los cuatro hijos, los cuatro nietos- que eran como el núcleo de un círculo infantil más amplio, donde se le veía de muchas maneras, pero nunca como persona mayor razonable. Le gustaba asustarnos llevándonos en el vehículo que fuese a velocidades alucinantes, o fingiendo, cuando éramos muy chiquitos, el rugido del león. Hay que decir que en la familia se comentaba que el tío Ricardo era feo; y aunque la verdad es que a él le hacia poca gracia, explotaba el papel de ogro bueno al jugar con los pequeños. Yo creo que lo que se quería recalcar es que su atractivo se imponía desde el primer instante, a pesar de que su rostro, de labios gruesos y ojos achinados, estaba reñido con el canon usual. En cambio, su silueta y el ritmo vivo y flexible de sus movimientos sí correspondían al prototipo masculino de los años veinte. La efigie que conserva el retrato que por aquellos años hizo Elías Salaverría a Ricardo es la de un hombre reflexivo de porte señorial, y hoy me parece que corresponde a la más honda realidad de su ser.

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