Fascistas de vanguardia
El debate sobre la ideología totalitaria de escritores revolucionarios se reabre con dos libros sobre Céline y Drieu La Rochelle
Que la vanguardia artística va de la mano del progreso político es un mito que no hace tanto que saltó por los aires. Aunque los historiadores siguen recogiendo los pedazos, durante años se buscó explicación a las excepciones que no confirmaban la socorrida regla. En el terreno de la literatura, y certificadas las conexiones entre fascismo y futurismo -su manifiesto cumple un siglo-, el emblema de la conexión puntual entre ideología reaccionaria y revolución artística se llama Louis-Ferdinand Céline (1894-1961). A su lado, Drieu La Rochelle (1893- 1945). Sobre ambos aparecen esta semana dos títulos clave: Céline secreto (Veintisiete Letras) y Pierre Drieu La Rochelle. El aciago seductor (Melusina).
Que el progreso artístico y el político van de la mano es un mito desactivado
Céline secreto es fruto de las notas, traducidas por José María Solé, de las conversaciones de Véronique Robert con Lucette Destouches, la última esposa del autor de Viaje al fin de la noche. Que una de las novelas más revolucionarias del siglo XX saliera de la mente de un francés antisemita visceral sigue generando ríos de tinta. Precisamente, Destouches trata de matizar esa visceralidad con buenas intenciones: "Cuando supo lo que realmente había pasado en los campos de concentración, se quedó horrorizado, pero nunca fue capaz de decir 'Lo lamento'. (...) Siempre aseguró que había escrito sus panfletos de 1938 y 1939 con finalidad pacifista. En su opinión, los judíos incitaban a la guerra y él quería evitarla". Por si acaso, ella prohibió la reedición de piezas como Bagatellas para una masacre y La escuela de cadáveres.
En el fondo, Céline secreto vale menos como argumento defensivo que como testimonio de la ocupación alemana -"por un poco de pan se podía comprar a cualquiera"-, como retrato íntimo de un hombre contradictorio y memoria de una mujer hecha a sí misma. "De lo que siempre me he arrepentido", dice, "es de no haber estudiado. Nunca nadie me llevó a un museo". Le gustaban Fra Angélico y la poesía del amor cortés: "A Louis se lo ocultaba. Temía parecerle cursi".
Si Céline se libró del paredón porque llegó vivo a la amnistía de 1951, Pierre Drieu La Rochelle lo hizo porque se quitó la vida en 1945. Su suerte estaba echada desde que dejaran París los alemanes, entre los que él funcionaba como un elegido. Decadente, dandi, vanguardista y héroe de la guerra del 14, era a la vez íntimo de André Malraux, su albacea literario, y de Otto Abetz, el embajador alemán. Como dice el historiador Enrique López Viejo, autor de Pierre Drieu La Rochelle. El aciago seductor, fue "un hombre complejo que pareció equivocarse en todo".
Entre sus equivocaciones se cuentan sus peticiones de ejecución sumarísima para los miembros de la Resistencia, su participación en congresos nazis y sus artículos en Je suis partout, el periódico que delataba a los "subversivos". Al mismo tiempo, Drieu dirigía la Nouvelle Revue Française y usaba sus influencias para salvar a sus amigos judíos.
López Viejo explica que Drieu experimentó su caída del caballo en 1934. Europeísta en los años veinte y compañero de viaje de los comunistas, ese año visita Núremberg y queda "encandilado por la parafernalia nazi. Cambió a Stalin por Hitler". Para su biógrafo, sigue siendo un caso por resolver: "No alcanza la altura de Céline, pero no se le puede despachar con un 'era un facha".
Y recuerda la contradicción señalada por Jean-François Revel: "Si el fascismo y el comunismo sólo hubiesen seducido a los imbéciles, habría resultado más fácil librarse de ellos".
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