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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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'Fandango rock'

Según algunas cuentas, en 2009 se cumplen los 50 años del rock español. No hay noticias de que se preparen celebraciones, oficiales o académicas. En el fondo, más allá de la retórica oportunista de ministros y consejeros, pocos creen que se trate de una verdadera expresión cultural: todavía te topas con novelistas y columnistas que hablan del rock como "un baile".

Eso explica que no exista un libro sólido y accesible que describa ese medio siglo de música. Carecemos de una historia fiable que aclare, por ejemplo, cómo entró el rock and roll en la España autárquica, refractaria a los sonidos anglosajones y especialmente vigilante ante la salud moral de "la juventud".

Se supone que los retoños del alto franquismo -los hijos de militares, diplomáticos y empresarios- introdujeron los primeros discos e instrumentos. Además, se especula, está la irradiación de las bases estadounidenses en Rota, Morón, Zaragoza y Torrejón, con sus emisoras y sus trapicheos. Y la anomalía del Marruecos español, donde los medios disfrutaban de una mayor libertad.

No hay un libro manejable y actualizado sobre lo ocurrido en el medio siglo de rock español

Suena creíble pero quizás estemos ante otra leyenda urbana. Recuerden las explicaciones de la eclosión del mersey beat a partir de 1962. Los protagonistas, de John Lennon para abajo, alegaban que Liverpool, siendo un ajetreado puerto comercial, tenía acceso a información fresca: el bonito mito del marinero que difundía obscuros discos made in USA. Hasta que alguien, analizando el repertorio de los conjuntos de Liverpool, descubrió que todos los temas estadounidenses (covers) grabados por los Beatles y compañía habían sido editados previamente en Inglaterra. Si hubo navegantes que traían música desconocida, no se filtró a los centenares de grupos que animaban The Cavern. Así que tal vez resultaron más decisivos los programas de Radio Luxemburgo. O la iniciativa personal de chicos listos de tierra adentro como Michael Phillip Jagger, que no conocían a marineros y se tomaban el trabajo de pedir a Chicago discos inéditos de Chess Records.

Volviendo al misterio de la aparición del rock and roll en España, localizo una novela que transcurre en los años cincuenta y retrata el choque cultural entre españoles y los recién llegados militares estadounidenses. Fandango rock (Harper and Brothers, Nueva York, 1959) está firmada por John Masters, autor británico más conocido por la saga de los Savage, penetrantes narraciones sobre la presencia imperial en India.

A pesar del título, Fandango rock es esencialmente una love story con fondo político-taurino: el protagonista, el torero César Aguirre, es un intelectual de la derecha ultranacionalista, integrado en los Caballeros de Covadonga, una cábala que pretende provocar conflictos públicos, a fin de forzar la abrogación del tratado España-EE UU.

Todo transcurre en Medina Lejo, ficticia localidad aragonesa que acoge una incordiante base de la United States Air Force: los vuelos de los B-52 interrumpen una corrida de toros, sus soldados tienen alborotadas a las mozas locales. Las autoridades militares y las fuerzas vivas de la ciudad pretenden crear un artificioso clima de entendimiento, con una jornada de puertas abiertas y otros actos cívicos.

Simbólicamente, hay un enfrentamiento entre músicas. En la base funciona una orquesta de baile, los Medina Cowboys, cuyos atriles muestran -cuatro años antes de que Kubrick estrenara ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú!- a un vaquero cabalgando sobre una bomba atómica.

El autor prefiere la nobleza baturra de la jota: "En la plaza de San Marco, cantaban a la muerte y a la pobreza, a los milagros y a la fe, a la pasión. En contraste, las trompetas y la batería sonaban superficiales, sin sentimiento". Pero advierte que la contaminación del american way of life es imparable: en un bar de putas, una gitana berrea Hound dog, el éxito de Elvis, y otras canciones foráneas. Hasta uno de los conspiradores antiyanquis reconoce la inutilidad de sus afanes: tal vez consigan anular el tratado, pero "los jóvenes seguirán llevando blue jeans y bebiendo Coca-Cola".

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