Un Dylan majestuoso conquista Roma
El genio estadounidense ofrece dos horas de música impresionante, del blues al rockabilly, con una sobriedad y una elegancia espléndidas
Bob Dylan llegó tocado con su sombrero entre amish y cordobés, un pantalón del séptimo de caballería o de camarero de hotel antiguo y un foulard verde. Sin saludar se puso a los teclados, al lado derecho del escenario, como uno más del sexteto, y empezó a tocar y a bramar Cat's in the well, pedazo de himno que alguna vez tocó con Stevie Ray Vaughan. Las siguientes dos horas fueron un recital impresionante, la elegante y sobria exhibición de un genio en plenitud, probablemente el mejor espectáculo musical del mundo (después de los Rolling Stones, que según Robert Zimmerman ha recordado en Roma son "los mejores sin ninguna discusión").
Mejorando lo presente, podría añadirse. Dylan hizo un concierto inolvidable, de una pasión, una calidad y un sonido impecables. Un viaje por la excelencia sureña, del blues al rock o al country, con sus pinceladas de rockabilly, las baladas justas entre marcha a discreción y el regalo de los aires de ranchera en el clásico de Dean Martin Return to me, que Dylan recuperó para Los Sopranos y que ayer anticipó la alucinante despedida con una maravillosa, irreconocible versión de Like a rolling stone, justo a la hora y media de empezar.
Era el concierto número 19 de la gira europea que Dylan arrancó el 22 de marzo en Estocolmo. El hombre toca más de 100 conciertos cada año y no se aburre. El título de su nuevo disco, Together through life , a la venta el 28 de abril, define la relación que Dylan tiene con su público. Con varias generaciones de público. El Palalottomatica de Roma estaba casi abarrotado, unas 13.000 personas, muchachas y muchachos de 16 a 70 años, bastante más calmados de lo que la energía impasible de una banda de fuego pedía, y se notaba la avidez por oír los clásicos de Dylan.
A los 68 años, Dylan se permite a sí mismo solo la nostalgia justa y no se concede la más mínima tregua creativa. Los temas de siempre son los mismos, pero ya no son los mismos. Muchos son casi irreconocibles, y resulta imposible decir que sean peores. Es decir, son mejores.
Los fue desgranando aquí y allá, empezando con el inicial Don't think twice, It's all tight, siguiendo por un renovado, inconmensurable Boots Of Spanish Leather, revisitando de manera sublime el It's Alright, Ma (I'm only bleeding), deconstruyendo el Highway 61 revisited, y dejando un último bis memorable con el Blowin' In the wind, que fue aclamado como se merece.
Ha pasado más de 45 años haciendo poesía y música, pero Robert Allen Zimmerman, nacido en Duluth, Minnesota, el 24 de mayo de 1941, no ha perdido un gramo de su original capacidad para encantar y sorprender. Siempre será poeta y profeta, pero ahora es sobre todo un músico. Un musicazo.
Lleva en la carretera desde 1988 y eso curte. Cantando, su falsete nasal sigue siendo más fascinante que feo. Como siempre, apenas se le entiende una palabra de lo que dice, pero qué más da. Metido en harina es capaz de subir y bajar de los agudos a los graves con una naturalidad pasmosa. Ronco a conciencia, sigue arrastrando las vocales como nadie, tiene un swing que quita el hipo, y en la interpretación crooner del tema de Martin dejó un modelo de cante mexicano. Y (oh, Cigalas), es capaz de poner la voz arriba de verdad cuando la cosa se enciende. Y se enciende bastante a menudo.
Tocando, del principio al final, se ve a un artista que goza de su arte. Sin demagogia ni jujana, desde ese discreto lateral el hombre flaco maneja los tiempos suave, lentamente, pero a la hora de raspar es el primero.
Con la armónica hizo diabluras de una potencia y una hondura magníficas, sin repetir un fraseo. Y en los teclados goza como un chaval, transitando de la caña funky al R & B sin olvidarse del necesario toque zíngaro.
Con la guitarra hizo dos temas, Things have changed y Botas de cuero español, la mano flexible y relajada. A su lado tiene dos Blues Brothers, Denny Freeman (primera guitarra) y Stu Kimball (rítmica), y con tipos como esos quién necesita guitarras.
El Dylan sextet se completa con el bajo y el contrabajo de Tony Garnier -"simplemente el mejor", lo presentó al final-; la batería eficaz, expansiva y el bombo siempre a compás de George Recile, y el talento múltiple de Donnie Herron, violín, banjo, mandolina eléctrica y pedales.
El concierto resume más una filosofía que una carrera, pero también lo segundo. Hay baladazas recientes como Make you feel my love (Time out of mind, 1997), dicha con voz de cazalla y temple romántico, o como Sugar baby (2001); un par de temas de Love and theft (Tweedle dee & Tweedle dum, o la fabulosa Love sick), y varios del penúltimo disco, Modern times: The levee's gonna break, Beyond the horizon, la irresistible Thunder on the mountain, y el que fue penúltimo bis, Spirit on the water.
All along the watchtower, la canción que prestó a Jimi Hendrix, sirvió como primera propina rock. Luego hizo un Blowin' In the wind mágico, con aire sincopado de ska y un violín, con los fans desmayándose de gusto. Saludó en formación, hizo así con el sombrero, y su fue andando despacito. El viejo bluesman, el artesano del folk. Tierno, elegante y todavía emocionante.
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