Cuestión de maquillaje
Leonardo DiCaprio, Armie Hammer y Naomi Watts interpretan tres personajes que en unas secuencias son veinteañeros y en otras ancianos, así que al grano: en películas como J. Edgar, que abarca 50 años de vida, una decisión inicial esencial es si se opta por el maquillaje o por la duplicidad interpretativa. Qué es más grande: ¿el poder de la narrativa o el de la cosmética? ¿Importa más la credibilidad física o la intensidad emocional? Triple respuesta: depende del tiempo que tengan que estar en pantalla, de lo buenos que sean los actores y el maquillaje, y de la historia que se esté contando. Así, estas transformaciones suelen funcionar cuando se trata de apenas una secuencia, normalmente un epílogo. No es el caso: el metraje donde son viejos rondará el tercio. Además, la interpretación debe ir más allá del tono de voz; debe incluir un estado corporal, incluso un tipo de mirada. DiCaprio y Watts lo resuelven con talento, pero cada aparición del Hammer viejo enciende las alarmas: por la calidad del maquillaje y por su actuación. En cuanto al tipo de historia, los momentos de ancianidad no son baladíes, estamos ante una gran historia de amor homosexual; reprimida, pero historia de amor. Y ahí el cambio de intérpretes hubiese encendido la emoción.
J. EDGAR
Dirección: Clint Eastwood. Intérpretes: Leonardo DiCaprio, Armie Hammer, Naomi Watts, Judi Dench, Geoff Pierson.
Género: drama. EE UU, 2011.
Duración: 137 minutos.
Por lo demás, J. Edgar, excelente en casi todo, es puro Clint Eastwood. Ahí están la luz tenue y sus matices pictóricos, su cadencia, delicadeza y el apasionante retrato de un hombre contradictorio. Sin embargo, como en el personaje, donde hay una realidad constatable (la vida que fue) y una realidad imaginada (por el mismo John Edgar Hoover), también hay una película constatable (con maquillaje) y una película imaginada (con cambio de actores), esta quizá mejor en potencia, en nuestra elucubración. Eso sí, una elucubración aún más imposible de demostrar que de imaginar.
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