"Contemplo mi existencia como una obra de arte"
No le ha costado volver a aquellos territorios del horror para reconstruirlos en imágenes. Imre Kertész (Budapest, 1929) ha conseguido congelarlos en una distancia larga, pero con una presencia constante en su vida y ha sido siguiendo ese camino, del que pocas veces se ha desviado, como ha llegado a escribir el guión de su novela Sin destino, planteándoselo como un ejercicio artístico y no de exorcismo personal. El escritor húngaro, que recibió el Premio Nobel de Literatura en 2002, dice que una de las razones por las que consigue sobrevivir a experiencias como las suyas sin perder la lucidez es transformando su vida en trabajo. "No ha sido doloroso llevar al cine Sin destino porque contemplo mi existencia como una obra de arte. Lo que me ha pasado se ha convertido en eso", dice Kertész.
"Escribo novelas, ensayos, y así es como saldo las cuentas con lo que he vivido. Mi honestidad es lo único que puedo ofrecer"
"Con el Holocausto se derrumbaron todos nuestros valores, nuestros ideales, y eso no afecta sólo a una nación, afecta a la civilización"
"En Hungría existe el trauma de creer que la libertad de que gozamos no fue conquistada por nosotros, lo que provoca amargura"
Llegó el martes a Berlín para presentar la película, que ha dirigido su compatriota Lajos Koltai, más conocido en el mundo del cine como operador de películas de Giuseppe Tornatore o de Ivan Szabo. Junto al autor y al director también ha viajado el protagonista de la historia, Marcell Nagy, un muchacho de 13 años que se ha tenido que enfrentar a una verdad dolorosa como fue la experiencia de los campos de concentración sin que apenas supiera de lo que es capaz el hombre.
Nagy, vigilado por su madre, estampa su autógrafo con paciencia infinita sobre una montaña de libros de Kertész a modo de dedicatoria y en muchos tipos de ediciones diferentes, en húngaro y en alemán, de Sin destino. Enfrente, en una habitación de un hotel cercano a la sede de la Berlinale, donde se presentó la película el martes en concurso y después de haber sido incluida a última hora, el autor de Liquidación está sentado en un sofá. Nagy dice que vio casi todas las películas sobre el Holocausto que pudo, desde La lista de Schindler a El pianista, pero que, sobre todo, fue el escritor quien le enseñó muchas cosas, habló mucho tiempo con él y se lo contaba "con sentido del humor". Pero es que puede que sea la única forma de hacer digerir una historia como la de Sin destino, muy autobiográfica, y que relata el viaje al espanto de un niño judío húngaro en las puertas de la adolescencia con escalas en Buchenwald o Auschwitz.
Kertész dice que ayudó al muchacho a comprender ese mundo con una fórmula infalible: "Con honestidad. Yo me limito a hacer lo que puedo, escribo novelas, ensayos y así es como saldo las cuentas con lo que he vivido. Mi honestidad es lo único que puedo ofrecer".
La honestidad, la distancia, la escritura, le fueron curando ese sentimiento que llevaba en los ojos al volver a su casa después de aquella atrocidad, y que es lo que responde el niño en la película a un compatriota cuando se lo pregunta en el tranvía. "Rabia", contesta. Normal, porque cuando te dejan en pie durante días, formando una fila absurda en un estercolero hasta que desfalleces después de aguantar de pie balanceándote para no claudicar, cuando duermes junto a la muerte y lo ocultas para conseguir doble ración de pan por la mañana, cuando el hambre te ha vencido y lo ofreces todo a cambio, cuando te amontonan desnudo junto a una cordillera de cadáveres bajo una lluvia que no eres capaz de sentir, es difícil que te invada algo diferente a la rabia.
Sin embargo, Kertész no demoniza a nadie. Afirma que su obsesión era sacar conclusiones positivas de aquel sufrimiento y que ése es el mensaje de Sin destino. No reparte culpas ni maldice a ningún pueblo. "Poner las cosas en perspectiva es difícil, pero no debemos radicalizar. El Holocausto no debe reducirse a que fue un enfrentamiento entre dos pueblos, es una gran tragedia europea, una experiencia de nuestro continente. Con el Holocausto se derrumbaron todos nuestros valores, nuestros ideales, y eso no afecta sólo a una nación, afecta a la civilización, a todos los totalitarismos que se vivieron en el siglo XX y se viven en el XXI", asegura.
Todos los horrores, los abusos, las matanzas indiscriminadas son un Holocausto para él. Pero no quiere exagerar con otros signos de idiotez humana como los resurgimientos neonazis en Europa, y concretamente en Alemania, donde el domingo los ultraderechistas salieron a las calles de Dresde para intentar dar la vuelta a la historia. "No me preocupan. En Europa existe un consenso indiscutible sobre este asunto. Creo que hemos aprendido bastante y no debemos alarmarnos", afirma, aunque puntualiza: "Tampoco ha cambiado mucho el mundo desde Auschwitz. Es cierto que después de la II Guerra Mundial la sociedad se hizo más naïf y se rodeó de simpleza, seguramente para olvidar, y que quizás se hayan pasado por alto algunas cosas cruciales, pero no veo razones para que un país como Alemania, tan estable ahora, vuelva a fallar".
Se siente con fuerza moral para ver el lado positivo de las cosas. No deja de sonreír, es de una amabilidad serena y muy pausada, reflexivo y observador. Pregunta a menudo si las respuestas satisfacen a su interlocutor y le gusta llamar a sus personajes héroes, aunque desborden un tormento de azufre autodestructivo como los de su última novela, Liquidación, que ofrece una lectura mucho más negra del estado anímico de su país desde el presente que otras obras suyas. "En Sin destino, el héroe nos enseña el horror de su experiencia y quiere sacar conclusiones positivas de todo aquello, pero en Liquidación el tiempo cambia, son los noventa en Hungría, después de la transición, y trata sobre personas que no logran escapar de su pasado heredado, porque en mi país la gente todavía no está preparada para ajustar cuentas con todo eso y existe el trauma de creer que la libertad de que gozamos no fue conquistada por nosotros, lo que provoca amargura".
Piensa que es un caso similar a lo que muchos españoles sienten al recordar a Franco muerto en la cama. "Si en España empiezan ahora a poder abordar eso, la verdad es que nos hace falta tiempo. Será cosa de una generación, por lo menos, pero hace falta que la siguiente sea lo suficientemente valiente como para afrontarlo", asegura el escritor.
Él sigue indagando sobre la propia experiencia y prepara su autobiografía. Está disfrutando con ella y quiere dejar claro que el Nobel no le ha caído como una losa que afecte en lo más mínimo a su manera de escribir. "Siempre he escrito como he querido y seguiré haciéndolo así", afirma. Su nueva obra autobiográfica la plantea como un drama en el que dos amigos conversan: "Uno soy yo, y el otro, mi otro yo. Llevo ya avanzada la mitad y es como un médico al que le cuentas cosas fascinantes en conversaciones directas y claras. Así he ido descubriendo que he podido ser testigo de una gran era".
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