Cautiva del mal

En Pasión lejana, Patricia Adriani es una cantante que pierde la voz o su deseo de cantar, eso no queda muy claro. A partir de ahí, de su desaparición o retiro, se teje una serie de hipótesis, mientras ella es perseguida u observada desde tres ángulos distintos: por un realizador de vídeo que cree encontrar en su rostro la imagen soñada para una película, por un periodista que investiga contra la voluntad de sus jefes y por una banda de hampones dirigida por una tal Marga -Rosa Novell, travestida de Gloria Grahame-, que pretende de ella el convertirla en la heroína de una snuff movie.En realidad, tras esas excusas oficiales se ocultan otras razones, nunca formuladas y sin duda oscuras, que tienen connotaciones de fetichismo sexual y que quizá cuentan con la aquiescencia de Irene, la misteriosa cantante.

Como puede verse de este resumen argumental, la claridad de la historia no es demasiado importante en Pasión lejana, un título que contrapone un término que expresa un deseo o impulso obsesionante a un adjetivo que lo relativiza al marcar una distancia que puede ser física, pero también de interés. En Pasión lejana lo que cuenta es el clima, la capacidad del cineasta para inventarse una ciudad crepuscular, en la que el alba semeja la llegada del fin del mundo. La Barcelona, de Garay es nuestra primera villa de ficción científica, el Blade runner o Los Ángeles del pobre.

Rostro y cuerpo

En ese lugar transcurre Pasión lejana, que es también un documental sobre su protagonista, Patricia Adriani, sobre lo que nos sugiere su rostro o su cuerpo. En manos de la cámara ella es, al mismo tiempo, la sacerdotisa de un culto sádico y la principal víctima del mismo, objeto del deseo y personaje que se desdobla y se sueña como tal. De su naturaleza doble queda constancia a través de fotocopias de distintas partes de su cuerpo.La película juega con la fascinación visual y la ambigúedad y poca concreción del relato, de la trama. A veces los silencios u ocultaciones del cineasta son excesivos, porque no es tan complicado o extraño lo que sucede, entre otras cosas, porque bastaría con que se incluyera un plano escamoteado -la crucifixión-penetración- y no se nos engañara con un cambio de narrador y punto de vista -de Ángel Jové a Puigcorbé- para que el filme ganase en claridad sin perder ni magia ni misterio.

Pero la apuesta es arriesgada y Garay ha buscado una cierta protección a base de cortinas de humo que también son el, filme, sin duda uno de los formalmente más atractivos de entre la producción reciente rodada en España, ahora tan dependiente de conseguir aprobados en academicismo.