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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Canciones con pegamento

La Lola se va a los puertosDirección: Josefina Molina. Guión: J. Molina, José Manuel Fernández, Romualdo Molina y Joaquín Oristrell. Fotografia: Teo Escarmilla. Producción: Luis Méndez para Lotus Filins,

España, 1993. Intérpretes: Rocío Jurado, Francisco Rabal, José Sancho.

Estreno en Madrid: Excelsior, Lope de Vega, Benlliure, Juan de Austria,Aluche.

"Me cargan los señoritos", dice José Luis a la Lola epónima. Nadie lo diría: vive con su padre en un enorme cortijo, tiene novia rica y, como hobby, pilota una audaz avioneta. Estamos en Andalucía, , 1929, poco después de una Exposición Universal que, se dice, ha agotado el dinero de los sevillanos (¿también la de 1992?). Lola es una mujer con un turbio pasado, del cual una tumba con nombre y un padre paralítico y lelo son los más vistosos recordatorios. Canta flamenco y con su arte pretende algo difícil en la época: vivir con independencia, sin tener que claudicar ante tipos como don Diego, el padre de José Luis, que pretenden comprar su amor con dinero. Y en esas estamos cuando el amor entra al galope. Bueno, al galope no; en avioneta.

Estos elementos, astutamente puestos al día tras la lectura de la obra de los hermanos Machado por parte de Josefina Molina y sus guionistas, poco tienen que ver con los que Juan de Orduña mostrara en La Lola se va a los puertos (1947), que tanto contribuyó a la fama de Juanita Reina. Muchas diferencias hay entre ambos filmes, la más importante, sin duda, la contextualización histórica que Molina realiza en su versión de hoy. Hay aquí el deseo de mostrar una realidad viva, un enfrentamiento no ya personal, sino social.

Es comprensible que Molina recurra a estos elementos, que le sirven para alejar al filme de la españolada acrítica y ahistórica, esos productos que, desde la Carmen de Mermiée, han mostrado el sur español como perennemente anclado en una situación inmutable, fatalmente predestinada. Es coherente con la sabiduría vital de su protagonista el resaltar, como en el filme de Orduña, la solidaridad de las dos mujeres rivales ante un mundo de hombres marcado por la violencia. Pero todo esto no es suficiente para justificar el aggiornamento.

El primer lastre que soporta el filme es que, como La Lola de Orduña, ha sido hecho a mayor gloria de una tonadillera, aquí Rocío Jurado y su tirón popular. El problema es que, por lo que parece, el reclamo popular es muy fuerte, de forma que el filme se queda sólo en un interminable rosario de canciones, algo seguramente excesivo salvo para un fan irredento de la Jurado. En medio de ellas se articula la débil trama, una suerte de pegamento para justificar que, en efecto, el respetable ha pagado por ver un filme de ficción. Molina trabaja así con arquetipos extremadamente rígidos, a cuya verosimilitud y complejidad ayudan poco unos actores que, salvo excepciones -Sancho y Rabal-, se mueven con considerable torpeza.

Por si fuerza poco, también en lo musical la película sabe a poco. El sonido pregrabado se da de goIpes con la ambientación realista antes mencionada. La Lola seguramente hubiese sido otro filme, y mucho mejor, si en él abundasen escenas como la de la playa, con la Jurado cantando en toma directa: el filme respira, ahí sí, una autenticidad límpida, coherente con ese referente histórico realista.

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