Un (raro) cuento de Navidad
Los caprichos de la distribución generan, en ocasiones, extraños compañeros de cama (o de posible sesión doble): el estreno de Promesas del Este, última película de David Cronenberg, coincide con el de La señal, de Ricardo Darín y Martín Hondara, y ambas películas podrían ilustrar un debate sobre la vigencia del film noir y las divergentes maneras de tratarlo.
Si La señal trata los ecos del cine negro como caligrafía, con las formas insinuadas del espectro que se manifiesta en una sesión de espiritismo cinéfilo, Promesas del Este, que bien podría ser una historia encubierta de vampiros, ángeles y demonios, logra que la médula del género reviva al sintonizar con una realidad urbana multicultural estructurada en forma de infernales círculos concéntricos. No deja de ser curioso que ambas películas casi rimen en una frase: en la argentina la dice Diego Peretti, y en la de Cronenberg lo hace Sinéad Cusack, cuando ambos personajes reprueban la atracción por lo abisal de los protagonistas respectivos (Ricardo Darín y Naomi Watts), subrayando su pertenencia a la normalidad consensuada, llámense "los buenos", o "la gente corriente". Cuestionar la normalidad es, de hecho, lo que el cine de Cronenberg viene haciendo desde su fundacional Vinieron de dentro de... (1975).
PROMESAS DEL ESTE
Dirección: David Cronenberg. Intérpretes: Naomi Watts, Viggo Mortensen, Vincent Cassel. Género: policiaco. Gran Bretaña-Estados Unidos-Canadá, 2007. Duración: 100 minutos.
Algún día, alguien mirará hacia atrás en la filmografía de Cronenberg y verá Una historia de violencia (2005) y Promesas del Este (y quizá algunas películas que vengan después) como una fase madura y tremendamente relevante en la obra del cineasta, pero, también, como un capítulo del todo coherente con un conjunto que siempre ha hablado de lo mismo -de la identidad asaltada, cuestionada, violentada- aunque, en ocasiones, lo hiciese usando la mutación, la locura o la enfermedad venérea como metáfora. Con la complicidad del guionista Steve Knight -que firmó Negocios ocultos (2002) para Stephen Frears-, Cronenberg articula en Promesas del este uno de los más insólitos cuentos de Navidad que recuerda este crítico: una historia de redenciones, sueños cumplidos y milagros laicos que es muchas otras cosas a la vez. No procede desvelar ninguna de sus sutiles sorpresas, pero baste apuntar que el cineasta logra lo que otro aclamado compañero de profesión -adaptador de un éxito del cine hongkonés, si quieren una pista- ni siquiera rozó: hacer la gran película espiritual sobre un arquetipo que podría funcionar como gran figura trágica de la era del simulacro.
Hay en Promesas del Este una brutal escena de violencia en una sauna que resulta tan excéntrica e incómoda como el asfixiante combate de lucha libre de Noche en la ciudad (1950) del exiliado Jules Dassin, película que describía un Londres en términos de laberinto expresionista. A Cronenberg también le sienta bien la mirada de extranjero para mostrar una ciudad que nunca habíamos visto: el Londres sórdido y residual de las mafias rusas, presidido por un monarca de apariencia benévola y garra feroz (Armin Mueller-Stahl), al que flanquean un Calibán homoerótico (Vincent Cassel) y un ángel oscuro (un Viggo Mortensen por encima de todo adjetivo ditirámbico). Más allá de lo contenido, Cronenberg imparte una lección de precisión y logra una de las películas más completas de su muy completa carrera.Hay una brutal escena de violencia en una sauna que resulta excéntrica e incómoda
Babelia
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