La paradoja del cronista
Confesión inicial: a este crítico le encantaría que le encantase Wes Anderson, autor de, entre otras, Academia Rushmore y Los Tenembaums. Y sin embargo siempre hay algo que acaba expulsándole de su mundo. Anderson es insólito; sus temáticas no se parecen a nada; la estudiadísima composición del plano produce verdaderas obras de arte (aisladas, eso sí); su exquisito gusto por la música y la forma de introducirla, utilizando radicales contrastes, le llevan a crear soberbias miniaturas secuenciales; sus ralentís siempre parecen justificados; el aire de melancolía y de existencialismo de sus productos son una marca de serie; sus estructuras pretenden abrir caminos narrativos. Cada tráiler de sus trabajos por venir o cada reportaje retrospectivo, alimentados de esas pequeñas guindas artísticas, provocan en un servidor acudir a lo nuevo y repasar lo anterior con el ansia de haberse equivocado, de entrar durante todo su metraje en su asombroso universo. Y, sin embargo, en su nuevo trabajo, la película de animación adulta Fantástico Sr. Fox, los deseos no acaban de cumplirse. ¿Por qué?
FANTÁSTICO SR. FOX
Dirección: Wes Anderson. Intérpretes (voces): George Clooney, Meryl Streep, Michael Gambon.
Género: animación. EE UU, 2009.
Duración: 87 minutos.
La película está alimentada por un conglomerado de fotogramas aislados
Porque el mundo de Anderson acaba deambulando siempre entre la genialidad y la chorrada. Porque a un momento mágico le suelen seguir minutos y minutos de secuencias prescindibles o poco congruentes. Porque querer eliminar los puntos de giro en el guión y huir de la obviedad narrativa no acaba de dirigirle hacia una nueva dramática, y sí hasta el tedio.
Fantástico Sr. Fox, basada en el texto de Roald Dahl El superzorro, es un oasis de artesanía, de astucia y de personalidad en un cine como el de hoy dominado por los efectos especiales de impacto y el 3-D.
Rodada en stop-motion (animación fotograma a fotograma), la película está alimentada por un asombroso conglomerado de fotogramas aislados que no terminan de conjuntar con el anterior y el posterior. No hay cadencia, no hay ritmo. Esos primerísimos planos en los que animales (sin expresividad) hablan a cámara son antiestéticos. Pero el crítico aguarda el devenir de Anderson y cada vez que se tope con sus imágenes volverá a dudar: ¿no será este tipo un visionario?
Babelia
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