La moral del escritor
En la parte final de Soldados de Salamina, cuando el narrador encuentra al supuesto miliciano que salvó la vida de Sánchez Mazas y aquel le cuenta el relato de supervivencia del fusilamiento, Javier Cercas escribe, en boca del anciano: "Una historia muy novelesca". "Todas las guerras están llenas de historias novelescas", le viene a decir el escritor. A lo que el viejo espeta: "Solo para quien no las vive. (...) Solo para quien las cuenta". La llave de Sarah, película de Gilles Paquet-Brenner, basada en el best seller de Tatiana de Rosnay, parece escrita para ejemplificar aquel diálogo: su relato no puede ser más novelesco, en el sentido más negativo de la palabra, y solo puede estar escrito por alguien que no ha vivido la guerra, en el sentido más negativo que pueda tener la frase. Al contrario que Soldados..., con la que comparte estructura y método narrativo, La llave de Sarah es una de esas historias, de presunta didáctica para las nuevas generaciones, en las que la ética queda aparcada en beneficio del sentimentalismo más rastrero, realizadas con el propósito de conmover mediante los atajos más inmorales.
LA LLAVE DE SARAH
Dirección: Gilles Paquet-Brenner. Intérpretes: Kristin Scott Thomas, Mélusine Mayance, Frédéric Pierrot, Aidan Quinn. Género: drama. Francia, 2010.
Duración: 111 minutos.
París, 1942. Los nazis, con el apoyo clave del Gobierno francés y de su policía, organizan una redada que acaba con 12.000 judíos encerrados en un velódromo, con su traslado a diversos campos de concentración y, en buena parte, con su muerte. Con esta base histórica, se establece un diálogo pasado-presente a través de la figura de una periodista encargada de un reportaje. Su base argumental: el hecho de que una niña de 10 años, con el conocimiento de sus padres, dejó encerrado en un armario empotrado a su hermano (de tres años) para evitar su arresto y con el propósito de volver a recogerlo más tarde. Pero la historia, el eje, es insostenible: los padres, sin justificación alguna en la narración, nunca hacen nada por recuperar al crío; solo lo pretende su hermana, siempre con la llave del título (y del armario) en su poder.
El que ha escrito esto, o no ha tenido hijos o tiene el sentido de la maternidad tan extraviado como los padres de la misma ficción. De este modo, las partes más interesantes (el peso del pasado histórico y familiar, las miradas oblicuas ante el exterminio) quedan sepultadas por una búsqueda periodística (y al mismo tiempo de autoayuda de la cronista), en la que todo acaba encajando de la forma más novelesca, conformando una película con la que algunos acabarán a lágrima viva y otros con ganas de dar sopas con ondas.
Babelia
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