La batalla de vivir
La responsabilidad familiar nace de la fuerza de la sangre. En determinadas ocasiones, el cuidado, la atención, la ternura, el cariño, incluso el amor a un ser cercano tiene poco que ver que ver con la contraprestación, el equilibrio o la verdadera valía del contrario, y sí mucho con eso tan intangible bautizado como consanguinidad. Un padre es un padre. Un hermano es un hermano. Más allá de su comportamiento, de sus merecimientos. Tamara Jenkins, guionista y directora, parece saberlo bien porque el desarrollo de la notable La familia Savages es, a un tiempo, despiadado y sutil, desasosegante y cómico, triste y cínico, apesadumbrado y esperanzador.
El drama social sobre la vejez y sus consecuencias no es fácil de resolver. Y más si se le quiere otorgar un toque de desmitificadora comicidad. Jenkins lo logra con este su segundo largometraje (el primero, Slums of Beverly Hills, de 1998, no se estrenó en España), a pesar de que la puesta en escena, en la que domina la sencillez y la mesura, contiene también algunos pasajes de un feísmo absolutamente innecesario, caso de la secuencia en la que los dos protagonistas charlan con los hijos de la anciana recién fallecida, retratada a través de un inexplicable encuadre, lejano y con mucho aire alrededor, que no hace sino recordar los planos de entrevistas de los documentales de corte rancio.
LA FAMILIA SAVAGES
Dirección: Tamara Jenkins.
Intérpretes: Laura Linney, Philip Seymour Hoffman, Philip Bosco, Peter Friedman.
Género: tragicomedia. EE UU, 2007. Duración: 113 minutos.
Dos hermanos de aire y formación intelectual, pero de estabilidad emocional más que dudosa, en la cuarentena ven cómo un pasado oscuro en forma de padre enfermo viene a desequilibrar su ya de por sí titubeante presente. El peso de lo vivido y no del todo olvidado va aflorando, pero no como estallidos de rabia o tensión, sino como sutiles gotas de desvarío psicológico. Dos personajes guiados a la perfección por Laura Linney, siempre cercana, candidata al premio de interpretación en los pasados Oscar, y ese portento llamado Philip Seymour Hoffman, que lo mismo transmite pena que miedo, poderío que liviandad. A diferencia de ese cine social tan admirado por algunos, bienintencionado desde su raíz, con la tesis de manual de buenas costumbres escrita desde antes de comenzar siquiera el desarrollo, La familia Savages es una película durísima, cuando en la superficie no parece tener la más mínima intención de serlo. No subraya, no juzga, no pontifica. No trata a sus criaturas como simples héroes o villanos de la lucha a pie de hospital, a pie de asilo, a pie de casa. Quizá porque no corran tiempos para los héroes ni para los villanos, y sí para los simples supervivientes de una batalla diaria en la que nadie tiene la experiencia y la sabiduría suficientes como para resultar vencedor.
Babelia
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