Rotos por el embuste
La mentira cansa. Ya sea para velar un error del pasado, para construir una fachada impoluta o para adjudicarse un triunfo ajeno como propio, puede acabar siendo una losa alimentada por el remordimiento que lucha por salir a flote y otorgar, al fin, paz al espíritu. Aun a costa de la derrota moral, de la debacle social, porque al fin y al cabo ya se estaba destruido por dentro.
Los protagonistas de La deuda, película de espías a la vieja usanza, están cansados de mentir. Unos más que otros. Aunque lo llamativo en su caso es que, siendo auténticos profesionales del embuste (¿alguien mejor que el espía para presumir del oficio?), hayan caído en la desesperanza por culpa de un envoltorio que no les corresponde. Y ahí precisamente reside lo mejor de una historia con sus imperfecciones que, sin embargo, se impone por razones bien distintas.
LA DEUDA
Dirección: John Madden.
Intérpretes: Sam Worthington, Marton Csokas, Jessica Chastain, Helen Mirren, Tom Wilkinson.
Género: espionaje. EE UU, 2010.
Duración: 114 minutos.
Hay cuatro intérpretes, pero el espectador solo ve dos personas
La primera, de fondo, centrada en el notable retrato de la desesperación, de la pesadumbre que golpea las tripas por culpa de la memoria, en un comando del Mosad encargado de cazar a un nazi reciclado en honrado ciudadano. Y la segunda, de imagen, por el imparable carisma de sus intérpretes, sobre todo de sus cuatro actores masculinos (Sam Worthington, Marton Csokas, Tom Wilkinson y Ciarán Hinds), hombres con todas las letras, que se reparten dos papeles, desarrollados en los años sesenta y en la actualidad. Lo que viene a demostrar que donde se ponga un buen dibujo de caracteres y una certera tipología física, se pueden quitar todos los maquillajes, por muy buenos que sean. Hay cuatro intérpretes, pero el espectador solo ve dos personas.
Remake de la película israelí Ha-hov (Assaf Bernstein, 2007), inédita por estos pagos, por lo que resulta imposible la comparación, La deuda está dirigida por John Madden, en continuo derrumbe creativo desde el triunfo de Shakespeare enamorado, que aquí levanta el vuelo. Y aunque el relato se devalúa un tanto con un último acto cogido con alfileres, en el que los personajes en plena jubilación deben volver a la acción, la película recupera el estilo sombrío, pausado y profundo del espionaje de los años sesenta y setenta.
Babelia
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