Miserias de Occidente
El cine de ficción suele tener problemas para explicar la globalidad de un conflicto, y más cuando éste tiene las características del que asoló Ruanda la pasada década: más de un millón de muertos bárbaramente ejecutados, el mayor genocidio ocurrido en el mundo después de la Segunda Guerra Mundial; una guerra civil que ensangrentó a hutus y tutsis; la pesada herencia colonial que privilegió a una minoría social por encima de una mayoría que actuó belicosamente contra la antigua aristocracia de la colonia... ¿Cómo contar todo esto?
Hay una larga lista de películas sobre Ruanda, pero hasta ahora prácticamente ninguna de ficción. La razón: había que encontrar la historia humana que hiciera más llevadero el horror. Y ese honor le ha correspondido a un productor arriesgado, Terry George (responsable de un filme tan paradigmático del cine de denuncia como En el nombre del hijo), que halló por fin el buen enfoque en la peripecia personal de un hutu, Paul Rusesabagina (en la ficción, Don Chadle, candidato al Oscar por su ajustado, dramático trabajo), que salvó de una muerte segura no sólo a una parte de su familia de etnia tutsi, sino a un gran número de éstos, más de 1.200, en una lección de coraje cívico impresionante.
HOTEL RWANDA
Dirección: Terry George. Intérpretes: Don Cheadle, Sophie Okonedo, Joaquim Phoenix, Nick Nolte. Género: drama, Gran Bretaña-Canadá-Italia-Sudáfrica, 2004. Duración: 121 minutos.
Una vez más, pues, estamos ante la figura retórica de la sinécdoque (el héroe que es todos los héroes anónimos; el heroísmo que explica todo un conflicto) para contar una historia que, mostrada de otra forma, probablemente sería insoportable. En este sentido, el filme actúa como La lista de Schindler respecto al genocidio nazi: el hombre que salvó a unos pocos, no los hombres que asesinaron a muchos. Y tal vez haya que convenir que es difícil proceder de otra manera: el cine es, tradicionalmente, empatía, identificación, y si se quiere obtener el efecto deseado, nada mejor que obligar al espectador a vestirse con los ropajes de un solo héroe, más que con las más desvaídas vestimentas de la comunidad.
Aunque ese efecto / héroe también tiene sus peajes: a pesar de lo poco que hemos visto sobre Ruanda y sus matanzas, todo nos suena un poco a ya conocido. Consciente de ello, George opta por una solución narrativa muy de cine de género, un suspense constante que ayuda a concretar la inequívoca adhesión del público. Ello seguramente desagradará a quien espere del conflicto algo más que emotividad evidente; pero hay que consignar, en honor al director, que tampoco falta la denuncia de quienes se lavaron las manos ante la catástrofe (la ONU, Francia), de quienes se lucraron con ella (China), y, en general, del desdén suicida de un Occidente más preocupado por sus privilegios que por la carnicería abyecta que allí se producía.
Babelia
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