¡Ay, las buenas intenciones!
Cualquier director que aspire a la prestigiosa autoría, tiene lógico empeño por ser poseedor de un estilo identificable y de eso tan ampuloso del universo propio. También es probable que algunos maestros que hacían cine como respiraban, con naturalidad genial, gente como John Ford, Howard Hawks y Raoul Walsh, se partieran de desdeñosa risa cuando los críticos hacían profundos análisis sobre su forma de narrar y las inequívocas claves de su cine. Ellos se consideraban profesionales a secas, contadores de historias que tenían lo que hay que tener, con la sagrada misión de llenar las salas y entretener al personal. Y sin embargo, existía auténtico arte en su oficio, un lenguaje tan poderoso que no necesita hacerse notar, una visión muy personal de las personas, los sentimientos y las cosas.
KATMANDÚ
Dirección: Iciar Bollain.
Intérpretes: Verónica Echegui, Sumyata Battarai, Norbu Tsering Gurung.
Género: drama. España, 2012.
Duración: 104 minutos.
En la obra de Bollain siempre vas a percibir su conciencia social
Tengo la horrorosa sensación de adivinar lo que dirán los personajes
Con el cine de Iciar Bollain es transparente que siempre vas a percibir su conciencia social, la elección de temas protagonizados por seres oprimidos, en situación problemática o límite. Desde la complicada supervivencia de los inmigrantes en Flores de otro mundo, al complejo retrato del maltratador y la maltratada en Te doy mis ojos y la heroica guerra del agua en Cochabamba o la legalizada barbarie de los conquistadores españoles hacia los desvalidos indígenas en También la lluvia. Pero tener tan clara la denuncia de las injusticias de este mundo, utilizar constantemente el cine para reflejar el casi siempre lamentable estado de las cosas, afortunadamente no estaba plasmado con intención panfletaria, simplismo y espíritu maniqueo, sino con inteligencia y sutileza. El mensaje era obvio pero la forma de expresarlo, la convivencia y alternancia del blanco y el negro, la capacidad comunicativa, la credibilidad eran de primera clase, nada que ver con esos catecismos sociales tan previsibles como huecos, con la saciada buena conciencia, con el progresismo tópico expresado con lenguaje cochambroso.
Con estos antecedentes acudo ilusionado a la cita con su última película, Katmandú, ambientada en la ciudad que he visitado recientemente y de la que salí agobiado ante su infinita mugre y su contaminación rabiosa, sus monos y perros pulgosos, su resignada miseria, sus leprosos mendicantes, echando pestes de aquel ejército de hippies excesivamente fumados que declaraban en los años setenta que era la definitiva encarnación terrenal del paraíso. Mi esquemática visión, por supuesto, responde a la mirada convencional del turista, sin la sensibilidad privilegiada del viajero. También con la curiosidad hacia las razones que han motivado a Iciar Bollain para intentar plasmar esa geografía tan exótica y lejana. Y me encuentro en su argumento con una chica de Barcelona empeñada por razones altruistas en mejorar mediante la enseñanza y la educación la existencia de niños a la intemperie, de la ancestralmente humillada y explotada casta de los intocables, de las vejaciones, el abuso y la infravaloración que sufren las mujeres, incluida la sistemática venta de niñas a los burdeles de la India.
Me cuentan su lucha por intentar cambiar esa eterna salvajada, su impotencia, su sufrimiento, su esperanza y sus pequeñas victorias, su esfuerzo por comprender las esencias de una cultura que desconoce, por ayudar a rebelarse a las oprimidas, incluso su complicada historia de amor con un nativo. Pero este derroche de buenas intenciones es en vano para lograr implicarme emocionalmente en historia tan presuntamente conmovedora, tengo la horrorosa sensación de adivinar lo que van a decir y hacer los personajes, me sonrojan los inútiles flashbacks describiendo el pasado de la protagonista, todo me resulta previsible o cansino. Bueno, todo no. Es encomiable, al igual que en También la lluvia, el olfato y la habilidad de Iciar Bollain para que gente que nunca ha interpretado desprendan verosimilitud. Y Verónica Echegui pone tanto empeño como sentimiento en que comprendamos a su personaje. Juro que lo intento, pero no hay forma de que me salpique este retrato de una batalla tan épica como perdida. Me deja tan frío, y a ratos irritado, como Route Irish, la última y desdichada película de Ken Loach. La comparación no es caprichosa. El cine de este y el de Iciar Bollain tienen bastante cosas en común, incluidos los guiones de Paul Laverty. Ojalá que el talento de ambos no se marchite en la machaconería de las buenas intenciones.
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