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Vídeo | La denuncia de un joven por acoso tarda siete años en ser tramitada por un juzgado

Fran Pardo, que soportó amenazas e insultos como “maricón de mierda”, ha logrado llevar a juicio a dos de los presuntos autores que se escondían en perfiles anónimos de redes sociales

Imagen de 2018 para ilustrar el ciberacoso adolescente.Foto: LUIS SEVILLANO | Vídeo: EPV

Fran Pardo empezó a recibir amenazas en Twitter cuando tenía 17 años. En su muro de notificaciones se sucedieron durante más de dos años los comentarios vejatorios que deseaban su muerte de diferentes maneras por ser un “maricón de mierda”. En 2015, cuando ya era mayor de edad, decidió denunciarlos. Este miércoles, siete años después, su causa llega a juicio. Como el joven explica en el vídeo que acompaña a esta noticia, durante todo este periodo le ha atormentado cruzarse con alguno de los autores de estos tweets y que llevaran a cabo sus amenazas, lo que ha condicionado mucho su vida.

Además, este joven ha podido experimentar de primera mano el desconocimiento que existe en algunos juzgados españoles sobre este tipo de ciberdelitos. Cuando acudió a declarar al juzgado sobre su causa, el juez instructor desconocía lo que era Twitter. “Entonces piensas, ¿cómo le puedo explicar lo que es que te amenacen por Twitter si ni siquiera conoce la aplicación, ni lo que es un perfil o como se intercambian comentarios”, explica Pardo. Sara García Antúnez, abogada penalista especializada en delitos en redes sociales, cree que el primer problema de que esto ocurra es la brecha generacional de muchos de los colegiados. Sin embargo, asegura que lo que hace falta es que se creen juzgados específicos para delitos de redes sociales, donde los facultativos “da igual que tengan 60 o 30 años, pero deben estar formados en este tipo de aplicaciones, plataformas y delitos”.

Este miércoles tan solo acudirán dos de los presuntos autores de esas intimidaciones a la Ciudad de Justicia de Valencia, pero aún así el abogado de Pardo le ha confesado que considera que es “un logro”. La mayoría de ellos tenían perfiles anónimos, algo que ha dificultado mucho la tarea de encontrarlos.

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